Ronda para, templa y manda. El triunfo siempre espera, el halago no es necesario y la verdad sale al encuentro. La auténtica ciudad soñada se esconde al viajero.
Los hombres no estamos preparados para el triunfo. Muy pocos conocen esta verdad. El éxito nunca llega en el momento oportuno. Es en el fracaso, en el olvido, donde nos reconocemos. La adversidad nos brinda la oportunidad de hacernos auténticamente hombres. En el esfuerzo nos encontramos cómodos. No existe mayor atracción para un hombre que observar a otro hombre en su regreso tras la derrota. ¡Qué atracción más fuerte ejerce el derrotado! En él la verdad le brinda la mano a la realidad. ¡Qué gran misterio!
No busque nunca a la Ronda soleada. No indague en sus prohombres. Salga al encuentro de los olvidados. Ahí encontrará a la Ronda torera. Entonces podrá abandonar Ronda, podrá amarla. Siga mi consejo de viajero y acompáñeme:
- El coso rondeño no ha sido nunca una fábrica de sueños. No se equivoque. Así, el turolense José Martín de Aldehuela trazó las entretelas de un ruedo con vida propia, que mantiene erguidos a los 68 arcos rebajados gracias a las 136 columnas toscanas, que asisten al espectáculo de la vida. Pero no fue él quien pensó en los que debían pasear su triunfo. Fue el maestro cantero Juan de Lamos, quien soñó con las tardes de gloria y esculpió la puerta grande, la de Pedro Romero, sobre piedra arenisca amarilla, dándole un corte neoclásico. Todo para que otros pasearan su gloria y triunfo. Gracias Juan.
- Los Romero, dinastía torera señera, que respiró el aire serrano, y que lo transformó en escuela de toreo, se encuentran al torcer cualquier esquina. No busque a Don Pedro, matador de toros por excelencia, que impregna lo conocido. Salga al encuentro de Antonio Romero, el menor de la dinastía. El triunfo le fue esquivo, pero la verdad cercana. Regó con su sangre la arena de la Plaza de Toros de Granada, en aquel fatídico 5 de Mayo de 1802. Entró a matar al toro recibiendo, y éste le propinó dos cornadas, una en la ingle y otra en el muslo derecho, que acabaron con su vida. El Romero que murió en un albero, no tuvo tiempo ni de despedirse de la cuna de su arte.
- José Ulloa Navarro, gitano de Arcos de la Frontera (Cádiz), fue amigo y protegido de los Romero. “Tragabuches” era su apodo, y ser torero su profesión. Posteriormente fue conocido bandolero y contrabandista, y formó parte de la conocida banda “Siete Niños de Écija”. Gaspar Romero, de la dinastía de los Romero, fue el que le dio la alternativa en Ronda. Abandonó los ruedos pronto, pero la torería le acompañó toda su vida. Es tan así, que tras acudir a una corrida de toros en Málaga con motivo de la vuelta a España de Fernando VII, llamado por su antiguo compañero de cuadrilla, Panchón, cometió la barbaridad que le abrió la puerta al bandolerismo. Encontró en su vuelta a su compañera sentimental, “La Nena”, con su amante, Pepe “El Listillo”, y dio buena cuenta de la vida de ambos. Tragabuches es serrano huidizo y torero, que no merece ser recordado sólo por dar nombre a unos fogones de cocina creativa.
- La sangre se ha mezclado en muchas ocasiones con el albero rondeño. Pero como la de Curro Guillén no hay ninguna. Torero sevillano, que tiene el triste título de ser el único diestro que ha fallecido en el coso rondeño. Con su traje rosa bordado de abalorios de distintos colores, entró en la tarde del 21 de Mayo de 1820 a matar a un toro de Cabrera. Torero que dejó plantado a los franceses y que daba su último suspiro de vida en el callejón de la Plaza de la Real Maestranza de Caballería de Ronda. Por tal final mereció la recompensa de reposar para la eternidad en el mismo sitio donde se despidió de la vida.
- Otra dinastía torera está cosida a la historia de la ciudad serrana, la de los Ordóñez. Ronda no se entiende sin los Ordóñez. Pregunte por Cayetano Ordóñez Araujo. No se confunda con su padre, el Niño de la Palma, que con un “Es de Ronda y se llama Cayetano”, fue definido por el gran Corrochano al dirigirse a él en su crónica de ABC de 28 de Mayo de 1925. “Cayetano hijo” fue torero y de Ronda, pero no mereció crónicas de triunfo. Eso sí fue hijo y hermano de maestros del toreo. O sea.
- Por las calles de Ronda encontrará a hombres que se vistieron de luces, y no conocieron la gloria humana, pero que se visten a diario por los píes. Salude si se lo encuentra a Manolo Escalante, ejemplo de afición y torería frente a la vida, que se acuesta todavía sintiéndose torero. Guarda como tesoro aquella foto de 1950, antes de iniciar el paseíllo, vestido de corto y sujetando con su mano derecha el sombrero redondo, con la mirada perdida.
- Escritores, poetas, críticos, músicos, cineastas, artistas y titiriteros buscaron en Ronda. Pocos la reconocieron, aunque su nombre quedara soldado a la historia oficial de la ciudad. Yo he visto poesía en la fotografía del llamador de la puerta de la plaza de toros de Juan M. Espinosa, y que aparecía en AllegrO, y se titulaba “Adelante”. He percibido honestidad y hombría de bien, en las crónicas taurinas de Santiago Orozco, en su capote de paseo.
Cuando deje atrás a la ciudad y al aire que corta el lance de su respiración, nunca olvide a la otra Ronda taurina, la que permite no reconocerse sólo en la que triunfa. Si se sintió cómodo y cercano con estos personajes, encontró la esencia serrana y podrá decir como Gerardo Diego: “Yo piso tus arenas, Pedro Romero”.
Los hombres no estamos preparados para el triunfo. Muy pocos conocen esta verdad. El éxito nunca llega en el momento oportuno. Es en el fracaso, en el olvido, donde nos reconocemos. La adversidad nos brinda la oportunidad de hacernos auténticamente hombres. En el esfuerzo nos encontramos cómodos. No existe mayor atracción para un hombre que observar a otro hombre en su regreso tras la derrota. ¡Qué atracción más fuerte ejerce el derrotado! En él la verdad le brinda la mano a la realidad. ¡Qué gran misterio!
No busque nunca a la Ronda soleada. No indague en sus prohombres. Salga al encuentro de los olvidados. Ahí encontrará a la Ronda torera. Entonces podrá abandonar Ronda, podrá amarla. Siga mi consejo de viajero y acompáñeme:
- El coso rondeño no ha sido nunca una fábrica de sueños. No se equivoque. Así, el turolense José Martín de Aldehuela trazó las entretelas de un ruedo con vida propia, que mantiene erguidos a los 68 arcos rebajados gracias a las 136 columnas toscanas, que asisten al espectáculo de la vida. Pero no fue él quien pensó en los que debían pasear su triunfo. Fue el maestro cantero Juan de Lamos, quien soñó con las tardes de gloria y esculpió la puerta grande, la de Pedro Romero, sobre piedra arenisca amarilla, dándole un corte neoclásico. Todo para que otros pasearan su gloria y triunfo. Gracias Juan.
- Los Romero, dinastía torera señera, que respiró el aire serrano, y que lo transformó en escuela de toreo, se encuentran al torcer cualquier esquina. No busque a Don Pedro, matador de toros por excelencia, que impregna lo conocido. Salga al encuentro de Antonio Romero, el menor de la dinastía. El triunfo le fue esquivo, pero la verdad cercana. Regó con su sangre la arena de la Plaza de Toros de Granada, en aquel fatídico 5 de Mayo de 1802. Entró a matar al toro recibiendo, y éste le propinó dos cornadas, una en la ingle y otra en el muslo derecho, que acabaron con su vida. El Romero que murió en un albero, no tuvo tiempo ni de despedirse de la cuna de su arte.
- José Ulloa Navarro, gitano de Arcos de la Frontera (Cádiz), fue amigo y protegido de los Romero. “Tragabuches” era su apodo, y ser torero su profesión. Posteriormente fue conocido bandolero y contrabandista, y formó parte de la conocida banda “Siete Niños de Écija”. Gaspar Romero, de la dinastía de los Romero, fue el que le dio la alternativa en Ronda. Abandonó los ruedos pronto, pero la torería le acompañó toda su vida. Es tan así, que tras acudir a una corrida de toros en Málaga con motivo de la vuelta a España de Fernando VII, llamado por su antiguo compañero de cuadrilla, Panchón, cometió la barbaridad que le abrió la puerta al bandolerismo. Encontró en su vuelta a su compañera sentimental, “La Nena”, con su amante, Pepe “El Listillo”, y dio buena cuenta de la vida de ambos. Tragabuches es serrano huidizo y torero, que no merece ser recordado sólo por dar nombre a unos fogones de cocina creativa.
- La sangre se ha mezclado en muchas ocasiones con el albero rondeño. Pero como la de Curro Guillén no hay ninguna. Torero sevillano, que tiene el triste título de ser el único diestro que ha fallecido en el coso rondeño. Con su traje rosa bordado de abalorios de distintos colores, entró en la tarde del 21 de Mayo de 1820 a matar a un toro de Cabrera. Torero que dejó plantado a los franceses y que daba su último suspiro de vida en el callejón de la Plaza de la Real Maestranza de Caballería de Ronda. Por tal final mereció la recompensa de reposar para la eternidad en el mismo sitio donde se despidió de la vida.
- Otra dinastía torera está cosida a la historia de la ciudad serrana, la de los Ordóñez. Ronda no se entiende sin los Ordóñez. Pregunte por Cayetano Ordóñez Araujo. No se confunda con su padre, el Niño de la Palma, que con un “Es de Ronda y se llama Cayetano”, fue definido por el gran Corrochano al dirigirse a él en su crónica de ABC de 28 de Mayo de 1925. “Cayetano hijo” fue torero y de Ronda, pero no mereció crónicas de triunfo. Eso sí fue hijo y hermano de maestros del toreo. O sea.
- Por las calles de Ronda encontrará a hombres que se vistieron de luces, y no conocieron la gloria humana, pero que se visten a diario por los píes. Salude si se lo encuentra a Manolo Escalante, ejemplo de afición y torería frente a la vida, que se acuesta todavía sintiéndose torero. Guarda como tesoro aquella foto de 1950, antes de iniciar el paseíllo, vestido de corto y sujetando con su mano derecha el sombrero redondo, con la mirada perdida.
- Escritores, poetas, críticos, músicos, cineastas, artistas y titiriteros buscaron en Ronda. Pocos la reconocieron, aunque su nombre quedara soldado a la historia oficial de la ciudad. Yo he visto poesía en la fotografía del llamador de la puerta de la plaza de toros de Juan M. Espinosa, y que aparecía en AllegrO, y se titulaba “Adelante”. He percibido honestidad y hombría de bien, en las crónicas taurinas de Santiago Orozco, en su capote de paseo.
Cuando deje atrás a la ciudad y al aire que corta el lance de su respiración, nunca olvide a la otra Ronda taurina, la que permite no reconocerse sólo en la que triunfa. Si se sintió cómodo y cercano con estos personajes, encontró la esencia serrana y podrá decir como Gerardo Diego: “Yo piso tus arenas, Pedro Romero”.
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