Sunday, November 06, 2005

Don Álvaro Domecq y Díez ha muerto, viva Don Alvaro.


A gritos se abrió camino en el callejón de la plaza de toros de Linares en la fatídica tarde del 28 de Agosto de 1947. “Islero” había herido de muerte a su gran amigo, Manuel Rodríguez “Manolete”. Estaba en el callejón y quería ayudar. No le salía otra cosa al joven Álvaro. Estuvo con el diestro cordobés hasta sus últimos momentos de vida en el Hospital de los Marqueses e hizo lo indecible por traer la medicina que pudiera curar a su amigo del alma.
Pedro Romero, que hizo a Ronda la cuna del toreo moderno, echó el pie en tierra e hizo olvidar al aficionado el único toreo que se conocía, el practicado a lomos de un caballo. Pero claro pasan los años, y llega el cordobés Antonio Cañero y se lanza a la aventura de rejonear en una plaza de toros acompañando a los diestros a pie, y hablándoles de tú a tú de nuevo. Felices años veinte del siglo pasado. Juan Belmonte revoluciona de nuevo el toreo a pie, y un torero a caballo que rezumaba sabor campero-vaquero, llamado en aquella época Álvaro Domecq y Díez pone patas arriba el mundo taurino. Perfecciona la técnica rudimentaria de Cañero, olvida la velocidad que imprime el caballo como forma de citar al toro y se pone delante de los mismos, como un buen banderillero, y espera su embestida, a pecho descubierto.
Fue un revolucionario en el mundo de los toros, y un visionario del mismo. Estamos tan faltos de ellos en la actualidad, que los jóvenes deben saber como pasa un torero de Álvaro a Don Álvaro. Son innumerables las actuaciones que realizó en sus primeros años en pos de los más desfavorecidos, aportando todos los duros que podía y más, para que se construyeran escuelas. Apostó de forma definitiva por enseñar a los jóvenes que querían aprender su mismo oficio. Se entregó en cuerpo y alma a la cría del ganado bravo. Le quedó tiempo para escribir libros magistrales y ocuparse de los demás a través de la política siendo Alcalde de Jerez y presidente de la Diputación de Cádiz.
Claro, edificó sobre piedra dura su vida. La tan denostada fiesta nacional tuvo en él y en don Antonio Bienvenida dos ejemplos vivos de la ética y buen hacer. Responsable y transparente en su vida, pudo formar una familia, que Dios bendijo con hijos y nietos toreros.
Tenía muchas medallas, pero de las que no se compran. A estas alturas de siglo en la que muchos toreros no saben lo que es la educación, que presumen de bragueta y mercedes, y que esperan los homenajes de los programas del “cuore”, necesitamos mucho más a hombres de bien y que encaren la vida por derecho como Don Álvaro. El “don” sólo lo otorgan los demás, porque en él reconocen lo que quieren ser.
Ahora le espera un Cielo inmenso y eterno, en el que creía e hizo creer a muchos. “Resquiescant in pace”.

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