Tarde gris de Noviembre. Lluvia. Olores inesperados. Tiempo para el sofá y el desconocido brasero. Claro, todo en Málaga.
Uno repasa su semana de trabajo, que remedio. Dura, ha sido bastante dura. ¿Los motivos? Que más da, no le interesan mucho al lector. Posiblemente uno de ellos hace que recuerde el libro “El gran divorcio. Un sueño” de C.S. Lewis.
A finales de 1700, el ilustrado William Blake escribió “El matrimonio del cielo y el infierno”. En este libro cedía a la tentación frecuente de confundir bien y mal. Su tentativa estaba basada en la creencia de que la realidad no nos depara nunca una alternativa totalmente inevitable; de que, con habilidad, paciencia y tiempo suficiente, encontramos la forma de abrazar los dos extremos de la alternativa; de que el simple progreso, o el arreglo, o la ingeniosidad convertirán de algún modo el mal en bien.
Pero eso no podía quedarse así. La realidad se revelaba. Y , en un momento determinado del pasado siglo aparece Lewis, y se pone a escribir su magnífico libro “El gran divorcio. Un sueño”. Este profesor de Literatura Medieval y Renacentista de Crambridge, cual “Quijote de la luz”, en palabras del profesor José Luis del Barco, se dispuso a desenredar tal entuerto.
En un escenario ultraterreno e irreal, muy del gusto de Lewis, se ponen sobre el tapete diferentes aspectos de la condición humana. Ellos nos ponen de manifiesto la imposibilidad de un encuentro entre la verdad y la mentira, el bien y el mal.
“El mal puede ser anulado, pero no puede convertirse en bien. El tiempo no lo enmienda”. “El bien, al perfeccionarse, se diferencia cada vez más no solo del mal, sino también de otros bienes”. Lewis dixit.
La realidad nos brinda la corroboración de los planteamientos de este profesor. El mal empequeñece cada vez más a las personas. El bien las engrandece. Invertir en el mal es encontrarse con una pequeña posesión. Apostar por el bien significa abrazar el océano.
Algunas personas, de visión estrecha y corazón egoísta, disfrutan propiciando la desgracia al cercano. No pueden mirarse en el espejo de la verdad, porque no se reconocerían. Incluso puedan pensar que la victoria irreflexiva primaria se tornará en triunfo definitivo con visos de verdad y realidad.
Que pena por ellos, porque el mal ni es fundamental ni definitivo.
La noche se ha colado en la ventana de mi terraza. O sea.
Uno repasa su semana de trabajo, que remedio. Dura, ha sido bastante dura. ¿Los motivos? Que más da, no le interesan mucho al lector. Posiblemente uno de ellos hace que recuerde el libro “El gran divorcio. Un sueño” de C.S. Lewis.
A finales de 1700, el ilustrado William Blake escribió “El matrimonio del cielo y el infierno”. En este libro cedía a la tentación frecuente de confundir bien y mal. Su tentativa estaba basada en la creencia de que la realidad no nos depara nunca una alternativa totalmente inevitable; de que, con habilidad, paciencia y tiempo suficiente, encontramos la forma de abrazar los dos extremos de la alternativa; de que el simple progreso, o el arreglo, o la ingeniosidad convertirán de algún modo el mal en bien.
Pero eso no podía quedarse así. La realidad se revelaba. Y , en un momento determinado del pasado siglo aparece Lewis, y se pone a escribir su magnífico libro “El gran divorcio. Un sueño”. Este profesor de Literatura Medieval y Renacentista de Crambridge, cual “Quijote de la luz”, en palabras del profesor José Luis del Barco, se dispuso a desenredar tal entuerto.
En un escenario ultraterreno e irreal, muy del gusto de Lewis, se ponen sobre el tapete diferentes aspectos de la condición humana. Ellos nos ponen de manifiesto la imposibilidad de un encuentro entre la verdad y la mentira, el bien y el mal.
“El mal puede ser anulado, pero no puede convertirse en bien. El tiempo no lo enmienda”. “El bien, al perfeccionarse, se diferencia cada vez más no solo del mal, sino también de otros bienes”. Lewis dixit.
La realidad nos brinda la corroboración de los planteamientos de este profesor. El mal empequeñece cada vez más a las personas. El bien las engrandece. Invertir en el mal es encontrarse con una pequeña posesión. Apostar por el bien significa abrazar el océano.
Algunas personas, de visión estrecha y corazón egoísta, disfrutan propiciando la desgracia al cercano. No pueden mirarse en el espejo de la verdad, porque no se reconocerían. Incluso puedan pensar que la victoria irreflexiva primaria se tornará en triunfo definitivo con visos de verdad y realidad.
Que pena por ellos, porque el mal ni es fundamental ni definitivo.
La noche se ha colado en la ventana de mi terraza. O sea.
No comments:
Post a Comment