El pasado 20 de Septiembre recibió el alta hospitalaria el paciente Francisco Umbral. El paciente ingresó el 11 de Agosto en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) del Hospital del Rosario de Madrid. Diagnóstico: neumonía posoperatoria. Que si no mejoraba, y todo eso. Fue trasladado a la UCI del Hospital Montepríncipe, también de Madrid. Después de todo esto, ya está en casa.
En casa, claro. Sentado, rodeado de libros, con los pies encima de la mesa y con el libro, en ese momento cerrado, de Pilles Deleuze y Félix Guattari, “¿Qué es la filosofía?”, como compañero. Eso sí, sin su bufanda blanca.
Uno comienza a escribir, y primer problema. Frases muy largas, para cuándo un punto y seguido. O incluso, a parte. La respuesta: Azorín. Lees a Azorín, y a echar a andar.
El punto se hace amigo de uno y aparece el segundo problema. Los originales son tan largos que aburren a tu propia mujer. ¿Dónde se aprende a escribir poco y bien? En los periódicos. Que sí.
Los periódicos se compran a diario por sólo uno de sus articulistas. Es razón suficiente, y a veces casi única.
Así, conozco a Umbral en el diario “El Mundo”. Lo que decía antes, razón suficiente. En el comienzo de los tiempos, que si lo leía por los temas sobre los que trataba. Mi adhesión más firme el lunes, y el jueves tocaba enfado.
Torpeza la mía. Tardé en descubrir que no importaba que escribiera sobre Bush o Bustamante. Sus columnas son concisas, frescas, prodigio de sintaxis, cátedra viva de español. Después, que le gusta Rajoy o que le produce ternura Felipe González. Que más da.
Años leyendo, escribiendo, aguantando a las “Carmenes Sevilla” de turno, más preocupadas por las fotos de la entrevista, que por la misma. Esa fue la ascesis del escritor.
Y además, chulo. Actitud chulesca propia de cualquiera que aspira a enseñar, a seducir con lo valioso. Porque, qué es si no el método socrático docente. Provocación a las mentes despiertas. Pero bueno, muchos sólo recuerdan su bufanda blanca, y sus respuestas a la entrevista de Mercedes Milá.
Mi hijo Alejandro desde su sillita, a modo de atalaya, me requiere. No hay mejor forma de acabar.
Francisco Umbral, Paco Umbral, entre nosotros de nuevo. O sea.
En casa, claro. Sentado, rodeado de libros, con los pies encima de la mesa y con el libro, en ese momento cerrado, de Pilles Deleuze y Félix Guattari, “¿Qué es la filosofía?”, como compañero. Eso sí, sin su bufanda blanca.
Uno comienza a escribir, y primer problema. Frases muy largas, para cuándo un punto y seguido. O incluso, a parte. La respuesta: Azorín. Lees a Azorín, y a echar a andar.
El punto se hace amigo de uno y aparece el segundo problema. Los originales son tan largos que aburren a tu propia mujer. ¿Dónde se aprende a escribir poco y bien? En los periódicos. Que sí.
Los periódicos se compran a diario por sólo uno de sus articulistas. Es razón suficiente, y a veces casi única.
Así, conozco a Umbral en el diario “El Mundo”. Lo que decía antes, razón suficiente. En el comienzo de los tiempos, que si lo leía por los temas sobre los que trataba. Mi adhesión más firme el lunes, y el jueves tocaba enfado.
Torpeza la mía. Tardé en descubrir que no importaba que escribiera sobre Bush o Bustamante. Sus columnas son concisas, frescas, prodigio de sintaxis, cátedra viva de español. Después, que le gusta Rajoy o que le produce ternura Felipe González. Que más da.
Años leyendo, escribiendo, aguantando a las “Carmenes Sevilla” de turno, más preocupadas por las fotos de la entrevista, que por la misma. Esa fue la ascesis del escritor.
Y además, chulo. Actitud chulesca propia de cualquiera que aspira a enseñar, a seducir con lo valioso. Porque, qué es si no el método socrático docente. Provocación a las mentes despiertas. Pero bueno, muchos sólo recuerdan su bufanda blanca, y sus respuestas a la entrevista de Mercedes Milá.
Mi hijo Alejandro desde su sillita, a modo de atalaya, me requiere. No hay mejor forma de acabar.
Francisco Umbral, Paco Umbral, entre nosotros de nuevo. O sea.
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