Este año 2004 es el año de la burguesía. Hacía mucho tiempo que no se hablaba de ella. Ese era el mejor signo de su magnífica salud. Ningún organismo internacional ha propuesto esta consideración. Los terroristas lo han hecho. Y algunos aún no se enteran.
Es lo de siempre. No somos originales ni para equivocarnos, ni para asustarnos. Leyendo el último libro que ha aparecido en español del húngaro Sándor Márai he reconocido a este decisivo año de 2004. “Confesiones de un burgués” es su título. Márai, descendiente de una rica familia de origen sajón, afincada desde hacía siglos en Hungría, inicia su relato con una descripción de la próspera y confiada burguesía a la que pertenecía. Leyendo sus confesiones parece que vivía en un mundo ideal en el que reinaban la cultura y la tolerancia. Esta plácida existencia se vio truncada abruptamente el verano de 1914. Es asesinado en Sarajevo el heredero al trono de los Habsburgo. Este hecho precipita que las naciones entren en conflicto y den paso a la I Guerra Mundial. La burguesía entregada a la frivolidad y el desenfreno, ignoró las corrientes de odio que crecieron en su seno y que la precipitaron irremediablemente a la catástrofe. Cuestión de miopía.
Nuestra clase media de bien, la burguesía de este inicio de siglo, es muy parecida a la de Márai. Su glotonería es la misma, su indiferencia y decadencia parecen gemelas. Gusta de las miserias humanas que se cuentan en la telebasura, discute por la continuidad de un entrenador de fútbol y lee los catálogos de los hipermercados como si de los clásicos se tratara. En Viernes Santo se va a la gran superficie y toma helados mientras llueve.
Y en eso el terror irrumpe en escena. Proyectando más poder del que verdaderamente tiene y asusta al personal. Y claro, si seguimos así, puede que nuestro paseo matutino de los domingos se nos fastidie, y no podamos ir de vacaciones el próximo puente. Y eso es muy fuerte.
No nos da pavor el suicida, sino nuestra poca convicción. Olvidamos que los derechos y libertades que ahora disfrutamos, necesitan ser defendidos con unidad y firmeza. En nuestra confesión pública nos acusamos de endeblez, de poco coraje, de escasos valores, de voluntad pueril.
Es así de fuerte. Sabemos los días que pasa la hija de Belén Esteban con su padre en “Ambiciones”, pero no nos suena nada la historia del cobarde de Ibrahim en su resistencia en la reconquista de Málaga. Hemos leído mucho sobre Isabel Pantoja y poco las obras del egipcio Samir Khalil Samir, profundo conocedor del Islam que nos daría muchas de las claves actuales. Y en eso que diferentes comandos terroristas llaman a las puertas de nuestra sociedad del bienestar. No nos ocupó nunca el bienser y claro.
Se nos dice que existen en España muchas células terroristas durmientes, esperando a ser despertadas. Nuestra única esperanza es la de despertarnos todos nosotros. No es una teleserie con lo que nos enfrentamos. Nuestra lucha es contra nosotros mismos. Si salimos victoriosos, pocos pueden significarnos una amenaza. Nuestra sociedad, nuestros valores, nuestra unidad, son su mayor amenaza. Ya pueden comenzar a temblar. En España sabemos mucho de eso, y si no que se lo digan a ETA y a su mundo.
Maldita clase media burguesa, por favor no haga cosmética del enemigo. O sea.
Es lo de siempre. No somos originales ni para equivocarnos, ni para asustarnos. Leyendo el último libro que ha aparecido en español del húngaro Sándor Márai he reconocido a este decisivo año de 2004. “Confesiones de un burgués” es su título. Márai, descendiente de una rica familia de origen sajón, afincada desde hacía siglos en Hungría, inicia su relato con una descripción de la próspera y confiada burguesía a la que pertenecía. Leyendo sus confesiones parece que vivía en un mundo ideal en el que reinaban la cultura y la tolerancia. Esta plácida existencia se vio truncada abruptamente el verano de 1914. Es asesinado en Sarajevo el heredero al trono de los Habsburgo. Este hecho precipita que las naciones entren en conflicto y den paso a la I Guerra Mundial. La burguesía entregada a la frivolidad y el desenfreno, ignoró las corrientes de odio que crecieron en su seno y que la precipitaron irremediablemente a la catástrofe. Cuestión de miopía.
Nuestra clase media de bien, la burguesía de este inicio de siglo, es muy parecida a la de Márai. Su glotonería es la misma, su indiferencia y decadencia parecen gemelas. Gusta de las miserias humanas que se cuentan en la telebasura, discute por la continuidad de un entrenador de fútbol y lee los catálogos de los hipermercados como si de los clásicos se tratara. En Viernes Santo se va a la gran superficie y toma helados mientras llueve.
Y en eso el terror irrumpe en escena. Proyectando más poder del que verdaderamente tiene y asusta al personal. Y claro, si seguimos así, puede que nuestro paseo matutino de los domingos se nos fastidie, y no podamos ir de vacaciones el próximo puente. Y eso es muy fuerte.
No nos da pavor el suicida, sino nuestra poca convicción. Olvidamos que los derechos y libertades que ahora disfrutamos, necesitan ser defendidos con unidad y firmeza. En nuestra confesión pública nos acusamos de endeblez, de poco coraje, de escasos valores, de voluntad pueril.
Es así de fuerte. Sabemos los días que pasa la hija de Belén Esteban con su padre en “Ambiciones”, pero no nos suena nada la historia del cobarde de Ibrahim en su resistencia en la reconquista de Málaga. Hemos leído mucho sobre Isabel Pantoja y poco las obras del egipcio Samir Khalil Samir, profundo conocedor del Islam que nos daría muchas de las claves actuales. Y en eso que diferentes comandos terroristas llaman a las puertas de nuestra sociedad del bienestar. No nos ocupó nunca el bienser y claro.
Se nos dice que existen en España muchas células terroristas durmientes, esperando a ser despertadas. Nuestra única esperanza es la de despertarnos todos nosotros. No es una teleserie con lo que nos enfrentamos. Nuestra lucha es contra nosotros mismos. Si salimos victoriosos, pocos pueden significarnos una amenaza. Nuestra sociedad, nuestros valores, nuestra unidad, son su mayor amenaza. Ya pueden comenzar a temblar. En España sabemos mucho de eso, y si no que se lo digan a ETA y a su mundo.
Maldita clase media burguesa, por favor no haga cosmética del enemigo. O sea.
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