Saturday, November 26, 2005

Cervantes y los médicos (varios autores)


En Noviembre de 2005, la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas, celebró en Málaga su reunión anual en torno a Cervantes y El Quijote. No podía ser de otra forma en este año de celebraciones quijotescas.
Como resumen de las ponencias que se presentaron en esa reunión ha aparecido un libro con el título de Cervantes y los médicos. Este libro no se vende todavía pero seguro que se editará en breve por la calidad y variedad de las ponencias.
Como aperitivo en este blog está mi ponencia que se titula "San Juan de la Cruz en El Quijote".
Sean pacientes y pronto tendrán el libro en las librerías. Merece la pena que lo tengan en su biblioteca porque sin duda es todo un homenaje al escritor de Alcalá de Henares.

Recetando palabras de varios autores médicos


Es un libro peculiar donde se reunen 27 médicos españoles y cada uno escribe dos relatos. La mayoría no tienen nada que ver con la Medicina.
La publicación es desigual pero es testigo de la afición de muchos médicos por la escritura artística. Ninguno de ellos ha triunfado en este difícil mundo y en parte eso se nota. Algunos autores deberían dejar la Medicina y dedicarse como Chejov por entero a la literatura porque tienen madera de escritor.
Yo participé con dos relatos y están incluidos este blog con los nombre "Elegante y Sereno" y "La Italia de España". Los escribí en una noche los dos. Mi hijo no me dejaba ya que estaba llorando y mujer reconvino mi actitud de escribir estando mi hijo como estaba. Los escribí de una tacada en la madrugada. Intentaré no volverlo hacer más. Si no le gustan mis relatos no pasa nada, en el libro hay muchos que son mejores que los míos.

Nieve de Maxence Fermine


Maxence Fermine nació en Grenoble, vivió en París y Túnez, y actualmente reside en la Alta Saboya. Nieve nos transporta al Japón de finales del siglo XIX. El joven poeta japonés Yuko se ejercita en el arte del haiku (una forma japonesa de escritura). Para perfeccionarse decide viajar al sur del país para encontrarse con Soseki, un anciano pintor que se ha quedado ciego.
Es parecida a Seda, aunque creo que más elevada y con una historia más completada. Si les gustó Seda deben leer Nieve, y el amor seguirá haciendo de las suyas en nuestras mentes.

Seda de Alessandro Barrico


El autor no define a este libro como una novela, sino como una historia, y yo añado de amor. Este joven autor italiano fundó en 1994 en Turín una escuela de técnicas de escritura. También dirigió mucho teimpo un progrma televisivo sobre libros "Pickwick".
Hervé Joncour es el protagonista de la historia. Una vida normal en un pueblo tranquilo que se ve influenciada por los viajes que debe realizar el protagonista a Oriente en busca de gusanos de Seda.
Es una novela para personas que necesiten historias dulces de amor. Regálela que acertará, siempre que el receptor sea una persona sensible.

Million Dollar Baby de F.X. Toole


Este libro es una recopilación de una novela corta y cinco relatos que reflejan la experiencia del autor en torno al mundo del boxeo.
Era el primer libro del autor americano, ya a avanzada edad, y acierta de pleno. Independientemente de a mi me gusta el boxeo, su prosa es fresca y frenética. Algunos relatos son muy humorísticos.
Me gustó tanto este libro que he estudiado algo a F.X.Toole y escribí un artículo que está en este blog con el título "Millon dollar baby tiene alma española".
La película de Clint Eastwood sin duda ayudó a que conocieramos en el mundo a este magnifico escritor que aprendió en la escuela de la vida. Un gustazo de los de verdad.

Estupor y temblores de Amélie Nothomb


Es un festín de lucidez y humor. Frescura y modernidad despendren las páginas de esta pequeña novela de la joven belga Amélie Nothomb. Es una mis autoras favoritas por sus textos elegantes, finos, inteligentes y breves. En 1999 la Academia Francesa le otorgó su tradicional Gran Premio a esta novela cruel.
Las páginas cuentan la historia de una joven belga de 22 años que empieza a trabajar en Tokio en una de las mayores compañías mundiales
Mi mujer me dice que es una novela para mujeres, y yo digo que sin duda a todas las mujeres inteligentes deben gustarles las novelas de Amélie Nothomb.

Soldados de Salamina de Javier Cercas


Una novela sobre la guerra civil, pero sin duda no una más. Cuando uno lee Soldados de Salamina se reencuentra con la mejor literatura escrita en español. Podemos seguir creyendo en los novelistas españoles, y en particular en Javier Cercas en esta obra en particular. Posiblemente nunca vuelva a superar esta obra el autor extremeño, pero eso no sería un demérito para él, sino un reflejo de la calidad de esta novela.
Rafael Sánchez Mazas, fundador e ideólogo de Falange española, consigue escapar de un fusilamiento colectivo. El narrador de esta aventura de guerra es un joven periodista que se propone reconstruir el relato real de los hechos y desentrañar el secreto de sus enimágticos protagonistas.
No pueden leer ninguna novela escrita en español de los últimos años, si no han leído aún ésta.

El legado del Rey Tsongor de Laurent Gaudé


La novela hace al lector reencontrarse con la épica en estado puro. La musicalidad y ritmo sombroso de esta celebrada novela del joven dramaturgo francés Laurent Gaudé, sumerge al lector en un bello universo que descubre las raíces del género humano en toda su grandeza y miseria moral.
La pretensión de dos príncipes de desposar a Samilia, la hija del rey Tsongor, es la clave narrativa de una historia saturada de color y pasión que pone de manifiesto valores tan elementales como la lealtad, el honor, el coraje y, sobre todod, la cruel e insensata inutilidad de la violencia.
Esta obra obtuvo muchos premios en Francia a lo largo del año 2002.
La recomiendo para jóvenes que sueñan, o para menos jóvenes, que quieren seguir soñando.

La mujer justa de Sándor Márai


Sándor Márai es uno de mis autores más queridos y admirados. Encontrarse con este gran escritor húngaro del siglo XX que murió en 1989 en San Francisco sin poder ver el sueño del derribo del muro de Berlín y de la ideología totalitaria comunista, puede cambiar la vida de cualquier hombre.
Elegir un libro de los suyos traducidos al español es difícil. Me he inclinado por el último que ha aparecido en España, La mujer justa.
Presenta un triangulo amoroso a través de tres monólogos. Ambientada en Budapest ,en pleno corazón de la burguesía europea, los personajes se encuentran con sus propias crisis personales y la gran crisis de la guerra mundial.
Su decripción del amor, la maistad, el sexo, los celos, la soledad, el deseo y la muerte apuntan directamente al centro del alma humana.
Confío en que tras la lectura de esta novela busquen los otros títulos del escritor húngaro.
Necesitamos más autores como Márai.

El curioso incidente del perro a medianoche de Mark Haddon


Si hace tiempo que no lee y quiere reencontrarse con la lectura este es su libro. Es una historia diferente y escrita de una forma tan original que engancha desde el primer momento al lector.
Christopher un niño de 15 años tras un incidente con un perro a medianoche decide comenzar una investigación al estilo de su admirado Sherlock Holmes. Sus pesquisas lo llevarán a cuestionar el sentido común de los adultos que lo rodean y adesvelar algunos secretos familiares que pondrán patas arriba su ordenado y seguro mundo.
Mark Haddon nació en Northampton, Inglaterra en 1963. Es ilustrador, pintor y profesor de escritura creativa. Tras licenciarse en Literatura Inglesa en Oxford, trabajó durante un tiempo con personas que padecían deficiencias físicas y mentales. Con esta novela ha obtenido el Premio Whitbread y el Premio de la Commonwealth al Mejor Primer Libro.
Leánlo y regálenlo, seguro que acertarán.

La Ciudadela de A.J. Cronin


Cronin fue doctor en Medicina por la Universidad de Glasgow y desempeñó en su juventud el cargo de inspector médico en las minas de Gales del Sur. Posteriormente estableció su consultorio en el aristocrático West-End londinense.
Ambas etapas de su vida profesional se reflejan en La Ciudadela, la novela que le hizo famoso. Existen diferentes versiones cinematográficas de esta novela que la han hecho más popular aún.
Merece la pena acercarse al Doctor Manson en esta magnífica novela no fácil de encontrar.

La peste de Albert Camus


Albert Camus (1913-1960) fue uno de los mejores escritores franceses que alcanzaron su reconocimiento tras la II Guerra Mundial. En 1957 recibió el Premio Nobel de Literatura.
El contenido de la novela trasciende de su ambientación: una epidemia de peste en la ciudad de Orán provoca una era de tortura y de muerte en el mundo. La narración describe admirablemente la atmósfera de la ciudad acosada por la peste y el denuedo de los hombres que arriesgan sus vidas para salvarla del atroz bacilo.
Junto con el Pabellón número 6 y la Muerte de Ivan Ilich, conforma la librería básica de un médico humanista.

El pabellon número 6 de Anton Chejov


Este relato de Antón Chejov (1860-1904) no es sólo la descripción de la amistad que van anudando un joven enfermo mental recluido en un manicomio y el director del establecimiento, quier termina siendo acusado de demente e internado en la misma sala que su paciente, sino una fábula acerca de la situación de frustación e impotencia de los intelectuales rusos a finales del siglo XIX.
Este también es un libro básico para cualquier humanista.

La muerte de Ivan Ilich de Leon Tolstoi


Es un clásico este relato del autor ruso Leon Tolstoi (1828-1910), que puede considerarse uno de los libros básicos para cualquier médico humanista. La muerte de Ivan Ilich constituye un clarividente y desasosegante estudio de la insoslayable cita humana con el fin de la existencia. Tolstoi bucea en la conciencia del protagonista y realiza en su final un inmesericorde examen de conciencia que le persuade de que su vida ha sido mal vivida.
La difícl cita con la verdad de uno mismo impregna todo este relato en el que aparecen personajes tiernos y veraces, así como los fríos o políticamente correctos.
Todo un placer para unas navidades frías.

Enfermedad y modernidad en los poetas malditos franceses



CRÓNICAS DE LA MODERNIDAD

Francia asistió al nacimiento de la modernidad. Y no por mera casualidad. Ella permitió el desarrollo de las ideas que hicieron posible un cambio en el pensamiento político y en la concepción del arte. Sin acercarnos a Francia no podemos observar y estudiar el fenómeno de lo “moderno”. No sólo con Francia nos basta, pero sí que nos ayuda a entender estos complejos cambios que se dieron en las sociedades más avanzadas de la época.
En materia de ideas, desde el siglo XVII, y muy especialmente en Francia, la modernidad idolatraba a la razón. No en vano se convirtió en el símbolo, y se la personificó como la diosa en la época más confusa de la revolución francesa de 1789. Era la razón la que traía la autonomía del hombre. A ella se le debía la formulación de los Derechos Humanos, a la vez que asistía impávida a la triste realidad social de injusticia y desamparo de muchas personas. Esa fue la grandeza de aquella época que forzó a cambios profundos en las sociedades del momento en materia política.
Pero claro, la modernidad no sólo ha tenido vestimentas políticas. En materia artística el nacimiento de lo moderno aparece en el siglo XIX, y el poeta francés Charles Baudelaire es reconocido como su descubridor, como su padre. Utiliza el término en 1859, ya que necesitaba expresar lo que caracterizaba en aquella época al artista moderno.
En un verdadero ensayo precursor sobre el problema del arte en la modernidad, Baudelaire diría en 1863 que “la modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, que es la mitad del arte, cuya otra mitad es lo inmutable”. Continúa escribiendo que “el escritor debe reproducir la circunstancia en todo aquello que sugiera lo eterno, pues su ocupación reclama la capacidad de destilar lo eterno de lo transitorio”.
De esta forma, si se pretendía destilar lo eterno desde lo transitorio, el escritor debía tener una capacidad especial como espectador capaz de traducir la vida banal y cotidiana para trasladarla al ámbito de lo válido supratemporalmente mediante parábolas, metáforas y otras formas de expresión.
Lo efímero requiere la brevedad en el poema, reducirlo a apenas un apunte, e incluso en el relato, que se debe leer de corrido, sin interrupciones que distraigan la atención del lector y rompan su continuidad.
La poética de la modernidad era la del fragmento, donde se imponía el descuartizamiento de lo real para erigir, acto seguido, otra realidad con los pedazos encontrados.
Charles Baudelaire reaccionó contra el romanticismo imperante en su época. Él no admitía la inspiración, ni la imaginación, ni la improvisación. En ese aspecto era un clasicista. La poesía era para él un ejercicio, un esfuerzo con trabajo sistemático, equivalente al de un paciente artesano volcado permanentemente en pulir sus versos.
Hasta entonces la poesía se había centrado en lo bello, y el poeta francés pretendía demostrar que también lo feo tenía relación con lo estético.
No fue causalidad que Baudelaire tradujera al poeta norteamericano Poe. Con Poe la literatura comenzó a poblarse de antihéroes, de personas que deambulaban por las calles con sus sueños rotos. Baudelaire toma de Poe el culto a la noche, el gusto por lo decadente, por la estética de lo enfermizo y lúgubre. Ambos poetas compartieron su idea del fatalismo y del sentido de irreversibilidad del destino, que son rasgos que definen también a la modernidad.
Tras Baudelaire aparece una figura trascendental para la nueva poesía moderna francesa, Verlaine. Él publicó en 1884 “Les poètes mandits” (los poetas malditos). En esa publicación hacía referencia a los rasgos de las obras de los poetas franceses Corbiére, Rimbaud y Mallarmé. Nunca supuso la trascendencia posterior que tuvo esta denominación de poetas malditos en la historia de la literatura. Con esta denominación se intentaba agrupar a todos los poetas franceses que de una forma decidida había contribuido al desarrollo de la modernidad, y que se caracterizaban no sólo por lo novedoso de sus ideas y poética, sino por su forma de estar en la vida, a contracorriente de todas las corrientes establecidas y academicistas del momento.
Es interesante señalar la relación existente entre Baudelaire y Rimbaud, posiblemente los poetas franceses más representativos de lo moderno. El famoso soneto de “Las vocales” de Rimbaud y las formulaciones estéticas y técnicas de Mallarmé (ambos poetas malditos según Verlaine), tomaron su raiz en la teoría de la imagen poética esbozada por Baudelaire.
Pero es más, Verlaine, que como después veremos tuvo una importancia decisiva en la obra y vida de Rimbaud, fue reconocido por éste como el sucesor de Baudelaire.
Por tanto la modernidad literaria no puede entenderse sin Baudelaire-Verlaine-Rimbaud.



CHARLES BAUDELAIRE


El día 9 de Abril de 1821 nace en París, en la calle Hautefeuille nº 13, Charles-Pierre Baudelaire. Su padre, Joseph Francois, era un sacerdote secularizado de amplia cultura, profesor de dibujo, pintor y jefe de despacho de la Cámara de los Pares. Él fue quien le enseñó las primeras letras. Su madre, Carolina Archimbaut-Dufais, no había cumplido los treinta años cuando él nació. Hija de emigrantes franceses a Londres durante la revolución del 1793, enseñó inglés a su hijo.
Charles realmente fue criado por Mariette, sirvienta de la familia, a la que luego inmortalizó en el poema “A la sirvienta de gran corazón que te daba celos” de su conocido poemario “Las flores del mal”.
A la edad de 6 años muere su padre. Su madre cambia de domicilio y a los veinte meses de enviudar, contrae matrimonio con el comandante Jacques Aupick, vecino suyo de cuarenta años, que era oficial y que posteriormente llega a ser el general comandante de París.
Su nueva situación familiar produjo un importante impacto emocional en Baudelaire, ya que él lo vivió en cierta manera como un abandono, manifestando siempre aversión por su padrastro con el que nunca llegó a trabar buenas relaciones.
La familia se traslada a Lyon, y Charles inicia sus estudios en el Colegio Real de Lyon, de cuyo ambiente no guardará buen recuerdo.
En 1836 su padrastro asciende a general y regresan a París. Allí el niño es internado en el Colegio Louis-le-Grand. Allí comienza a leer a Sainte-Bauve, a Chenier y a Musset, entre otros. Es expulsado del colegio, pero en Agosto finalmente obtiene el titulo de bachiller superior.
En 1840, con 19 años, se matricula en la Facultad de Derecho, y comienza a frecuentar a la juventud literaria del Barrio Latino y entabla sus primeras amistades con Gustave Le Vavasseur y Ernest Prarond. También conoce a Gérard de Nerval, Theodore y a Balzac. Empieza a publicar en los periódicos en colaboración y anónimamente. Intima con Louis Menard, dedicado a la vivisección de animales y a la taxidermia.
Es en esta fase de su vida cuando vive de forma disipada, con continuos choques con la familia, consumiendo drogas, frecuentando prostíbulos, y llevando lo que se vino en llamar una vida bohemia.
Mantuvo una extraña relación con una prostituta judía del Barrio Latino llamada Sarah, a la que denominaba Louchette por su estrabismo, y que probablemente le contagió la sífilis al poeta. Sarah aparece en el poema “Una noche que estaba junto a una horrible judía”, en “Las flores del mal”.
La conducta desordenada del joven mueve a sus padres a intentar distanciarle de los ambientes bohemios de París. Le envían a Burdeos para que embarque en el paquebote Mares del Sur, al mando del comandante Saber, en una travesía que había de llevarle a Calcuta y que duraría dieciocho meses. En el viaje las relaciones del joven con la tripulación no son sencillas, y asustado el comandante del barco por el impacto psicológico que estaba sufriendo Charles, decide enviarlo de regreso a Francia desde la Isla Reunión.
En 1842, nuevamente en París, entabla amistad con Thèophile Gautier y Thèodor de Banville. Alcanza la mayoría de edad y percibe la herencia paterna de 75.000 francos y se independiza. Abandona el hogar familiar y se instala en un pequeño apartamento.
Reanuda su vida bohemia y vuelve al ambiente de los bajos mundos. En esta época, 1843, conoce a Jeanne Duval, actriz mulata que representaba un papel muy secundario en un bodevil del Teatro Partenón . Baudelaire la apoda la “Venus negra”, y mantiene con ella una apasionada, intensa y difícil relación sentimental. Casi con toda seguridad le transmite la sífilis, y ya enferma es retratada por Manet en un espléndido cuadro que se conserva en la actualidad en un museo de Budapest. Esta señora desempeña un papel fundamental en la vida del poeta, y probablemente podamos decir con seguridad que parte de sus mejores poemas son paradójicamente fruto de esta difícil relación.
Dilapida la herencia y contrae numerosas deudas , por lo que su madre y su padrastro el general Aupick obtienen en 1844 de los tribunales que sea inhabilitado y su dinero sea administrado por su padrastro.
Charles Baudelaire colabora de forma anónima con diferentes periódicos y se dedica a la crítica artística. En esta época publica en 1846 algunos ensayos, llenos de sensibilidad y penetración, bajo el título “Los Salones”.
Baudelaire escribió sus primeros poemas a la vuelta de un viaje por el Caribe. Comienza a interesarse por el pintor impresionista Edouard Manet y por la música de Wagner, de quien fue su introductor en Francia.
Descubre la obra de Edgar Alan Poe, que murió poco después y a quien no pudo conocer en persona, a pesar de considerarlo su alma gemela. Poe se le asemeja y durante diecisiete años lo traduce y da a conocer en Francia. De esta forma comienza a ganarse el reconocimiento de la crítica especializada.
Conoce a Marie Daubrun, actriz del Teatro de la Gaite, y mantiene un amor platónico con ella. De la misma forma, mantiene una relación muy especial con Aglae Sabatier, asidua de los círculos literarios, a la que dedicará espléndidos poemas como “A la que es demasiado alegre”.
Durante la revolución de 1848 Baudelaire es visto en las barricadas y tratando de agitar al pueblo para que fusilen a su padrastro.
Escribió sus poemas más reconocidos y recogidos en el libro “Las flores del mal” con sólo 23 años. El editor le impuso este título al poemario en lugar de “Los limbos”, que era el original, y que finalmente se publicaron en junio de 1857. Nada de lo que escribió con posterioridad superó literariamente a esta obra, que es la que más se recuerda del poeta francés Baudelaire.
Inmediatamente a su publicación el gobierno francés acusa al poeta de ofender la moral pública y juzga sus poemas como obscenos. El poeta fue procesado, y la edición fue confiscada por mandato judicial. El editor y él son condenados a pagar sendas multas por ultraje a la moral pública y se le ordena la supresión de seis poemas del libro. Sólo algunos compañeros lo apoyaron como Gautier.
Posteriormente es en parte restituido pero ya quedará ante el gran público identificado con la depravación y el vicio. Amargado e incomprendido, Baudelaire se aisla. En esta fase oscura y sombría de su vida obtiene la alegría a través de los escritos admirados de dos escritores que en aquella época eran desconocidos, Stéphane Mallarmé y Paul Verlaine, y que posteriormente pasaron a la historia de la literatura francesa.
Es en estos años cuando cae enfermo y pasa cortas estancias con su madre en Honfleur, y en Alencon con su amigo y escritor Poulet-Malassis.
En 1861 se presenta a la Academia Francesa, para de esta forma recuperar su dignidad profesional. Los académicos finalmente no lo aceptan.
En 1864 viaja a Bélgica, donde vivirá dos años en Bruselas. Allí trata de ganarse la vida dictando conferencias sobre arte, pero son también un fracaso.
Enfermo, arruinado y alejado de las élites intelectuales muere el 31 de Agosto de 1867 a los 46 años de edad en los brazos de su madre.
Fue enterrado en el cementerio de Montparnase, junto a la tumba de su padrastro, a quién siempre odió.
Póstumamente, en 1868, le publican sus “Pequeños poemas en prosa”.
En 1902 se inaugura en el cementerio donde reposan sus restos un monumento al gran poeta francés Charles Baudelaire.
Baudelarie consiguió extraer con pulcritud inusual los demonios de la condición humana, fue capaz de alcanzar lo sublime con palabras certeras y exactas. Su obra es imprescindible por todo lo que supuso de revolucionaria y adelantada en su tiempo.
Casi un siglo después, en 1949, la magistratura del Sena en París concedía un curioso indulto literario a “Las flores del mal”. Los jueces pidieron perdón públicamente por las ofensas cometidas hacia uno de los mejores poetas franceses alabando su obra y reconociendo el innegable talento demostrado.
Charles Baudelaire apenas pudo publicar nada en vida, siendo su obra póstuma fundamental para entender cómo sintió uno de los escritores cumbre de la literatura universal.

ARTHUR RIMBAUD

Jean-Nicolas-Arthur Rimbaud nació el 20 de Octubre de 1854 en Charleville (hoy Charleville-Mézières), en las Ardenas francesas. Fue hijo de Frédéric Rimbaud, capitán de infantería, y de Vitalie Cuif, de una familia de granjeros.
En 1860 el matrimonio se separa y la madre queda al cuidado de los hijos: Frédéric, Arthur y las dos hermanas pequeñas, Vitalie e Isabelle.
Su padre fue un extraño militar que, cuando sus ocupaciones en la guerra de Argelia se lo permitieron, redactó un Corán anotado que nunca llegó a publicar.
Pese a la separación de sus padres, la infancia de Rimbaud fue todo lo grata que puede serlo para un hijo de una familia burguesa. Fue un alumno dócil, querido de sus maestros, aventajado en todas las disciplinas y ganador de todos los premios. El joven Arthur experimenta un giro brusco en su vida cuando comienza a leer a Théophile Gautier, Theodore de Banville, José María de Heredia, Francois Coppé y Paul Verlaine en “Le Páranse contemporaine”. Lógicamente, fue a esa publicación a donde el poeta remitió sus primeros versos, que no le publicaron. Si publicó “Les Étrennes des orphelins”, que pasa por ser su primer poema, en la Revue pour tous en el año 1870.
El jovencísimo Arthur Rimbaud decidió marcharse a París sin encomendarse a Dios ni al diablo. El dinero que tenía para el billete no era suficiente, por lo que se cuela en el tren. Detenido y encarcelado, su profesor de retórica, Georges Izambard, acudió a su auxilio. Cuando volvió a Charleville sólo tenía una idea: “todo menos trabajar”.
Del joven dócil y aplicado no queda en ese momento nada más que el recuerdo. Así, cuando en París estalla la Comuna (1871), Rimbaud corre a la capital a reunirse con los comuneros. Junto a los revolucionarios redactará himnos y manifiestos, pero el burgués que hay en él no tardó en manifestarse. Les abandonó fundamentalmente por sus groserías y la mala calidad de su dieta alimenticia.
Es entonces cuando el joven poeta, desengañándose del ideal revolucionario, abraza el nihilismo y merced a ello concebirá algo no conocido hasta entonces: una poesía que busca inspiración en la disipación, la negación absoluta de todos los valores y el abismo. En una carta remitida a su amigo Paul Demeny en mayo de ese año estima que el poeta tiene que convertirse en el “gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito y el sabio supremo”. En esa carta, denominada “carta del vidente”, explicó los fundamentos de toda su creación poética.
Finalizada su experiencia en la comuna, un anarquista amigo de Izamard le puso en contacto con Paul Verlaine autor de los “Poemas saturnianos”, a quien remitió el poema “El barco ebrio”. En esos momentos Rimbaud contaba con 17 años y Verlaine 27 años.
La amistad que les unió dio mucho que hablar en los ámbitos literarios, donde Arthur es denominado como la “señorita saturniana”. Perdidamente enamorado, Verlaine dejó a su familia y su modesto empleo de funcionario para viajar con Rimbaud a Bélgica y posteriormente a Inglaterra. Lo que es para Verlaine un frenesí que venía a justificar su propuesta estética, para Rimbaud era el mismísimo vértigo de la autodestrucción. Sus veladas con todo tipo de drogas entraron a formar parte de los anales del desorden y el exceso.
En esos momentos disolutos, Rimbaud escribió “Una temporada en el infierno”, su mejor libro. Era el año 1873.
Verlaine enloqueció de celos y descerrajó un tiro en el pecho de Rimbaud. Fue recluido en una cárcel belga, y Rimbaud regresó a Francia.
Su carrera literaria se vio indudablemente afectada por el escándalo que supuso su tormentosa relación con Verlaine. El resto de los escritores le dieron la espalda y decidió instalarse en Inglaterra.
A partir de 1874 dejó de escribir. Durante los 17 años restantes de su vida sólo le movió un interés: hacerse rico. Puesto a ello no dudó en ser mercenario en las colonias holandesas o tratante de esclavos en Abisinia. Se dice que llegó a enrolarse para luchar en España con los carlistas, pero que escapó a París en cuanto cobró la prima en 1875.
Mientras tanto en Europa fue el mismo Verlaine el primero que reivindicó a Rimbaud al publicar los poemas de su antiguo amante, “Iluminaciones” en 1886, e incluirle en su ensayo “Los poetas malditos” de 1884.
Rimbaud regresó a Francia para morir tras una penosa enfermedad en Marsella en 1891. Cinco años después falleció Veraline en París.
Lo que más sorprende al estudiar la figura de Arthur Rimbaud fue la precocidad y el corto espacio de tiempo en el que produjo su obra. Consciente sin duda de que su vida iba a ser breve, pocos autores han sido tan autodestructivos como él, escribió todos sus poemas entre los 16 y 20 años. Fue un poeta peleador, altivo, que desparramó genialidad, pero también faltas continuas de respeto y pedanterías. La mayor influencia que tuvo Rimbaud en su poesía fue la de su compatriota Baudelaire. Intentó desentumecer la apatía de la sociedad francesa, que ya había sido sacudida por Baudelaire y Mallarmé, pero aún necesitaba de la furia estridente de Rimbaud.
La magia de su lenguaje y sus imágenes colocaron para la historia a Arthur Rimbaud como uno de los fundadores indiscutibles de la literatura moderna.

ADICCIONES Y ENFERMEDAD

Baudelaire y Rimbaud tienen muchos lugares de encuentro. Compartieron visiones semejantes de lo poético, su novedad facilitó la irrupción de la modernidad en la literatura, y su reconocimiento público universal y póstumo los han hecho muy atrayentes como personajes.
Sus vidas no fueron fáciles. Sus gustos por el otro lado de la sociedad, la noche, en definitiva, lo bohemio, los llevó también a encontrarse con los excesos de todo tipo. Esos excesos facilitaron la irrupción en sus vidas de diferentes adicciones que sin lugar a dudas los marcaron de una forma definitiva.
El filósofo español José Antonio Marina, en su último libro “La inteligencia fracasada”, explica que “el término adicción produce de una palabra inglesa tomada en préstamo del viejo francés. Era un término legal dramáticamente expresivo. Significaba el poder de disponer del cuerpo ajeno en pago a una deuda. La droga se impone al cuerpo y éste le obedece. Es un fenómeno compulsivo e irreprimible del que se siente preso el sujeto, que afirma: no puedo dejar de hacerlo”.
De Baudelaire conocemos sus excesos con el alcohol y al final de su vida con el opio. Posiblemente Rimbaud sufrió en sus primeros años también las adicciones del alcohol y el opio, pero todo apunta que de una manera más intensa que Baudelaire.
Philippe Bernot en su libro “El genio y la locura”, afirma que “numerosos creadores intentaron facilitar el acceso a una consciencia genial mediante drogas o sustancias tóxicas que en definitiva no hacían sino activar el pensamiento y acelerar los procesos asociativos, a semejanza de determinados mecanismos patológicos de activación de las ideas que se dan en los estados de excitación y exaltación del humor o incluso de pensamiento disociado (estados psicóticos)”. Es bueno traer a colación la opinión de este especialista para cortar de raíz la idea de que las drogas pueden facilitar el que se alcance la genialidad por parte de los artistas. Las adicciones arruinan a las personas y las alejan de la genialidad. Baudelaire y Rimbaud no debían de ninguna manera su gran genialidad a las drogas. Hay que romper con la idea, que en muchos foros y ambientes es atractiva, de que las drogas y la genialidad se ayudan.
Precisamente Baudelaire expresaba la siguiente idea: “Quiero demostrar que los que buscan paraísos, construyen su infierno, lo preparan, lo excavan con un éxito cuya precisión quizá los asustaría”.
Rimbaud para muchas generaciones, por su corta y azarosa vida, ha encajado exactamente en la idea dramática, fulgurante y breve que la gente se forma del genio, como dejó recogido Cocteau en su “Poésie Critique”.
Las adicciones en ambos poetas franceses contribuyeron de una forma decidida al agravamiento del estado físico de ambos, pero no fueron las responsables directas de sus muertes.
Charles Baudelaire en el año 1840 se matriculó en la Facultad de Derecho de París. En ese año comienza a relacionarse con una mujer llamada Sarah, que previamente ya describimos, que según sus más importantes biógrafos contagió al poeta de sífilis. No se conocen datos algunos que apunten a que Baudelaire se tratara esta afección en ningún momento, más bien al contrario parece que contagio a otras mujeres esta enfermedad como a Jeanne Duval.
En el año 1858, cuando en Junio hace un artículo proclamando su fidelidad a Victor Hugo, comienza a sentir algunas molestias en las piernas acompañadas de ahogos.
El 13 de Enero de 1860 sufre una pequeña congestión cerebral. No acude a ningún médico, busca la ayuda de una mujer hechicera.
El 15 de Febrero de 1865 se agrava su enfermedad, parece que ya padecía una neurosífilis, y presenta diferentes tipos de neuralgias. Poco a poco su salud se va resintiendo más, y en 1866 presenta síntomas de confusión mental, dolores gástricos y un asma pertinaz. Por primera vez lo trasladan a Bruselas a un hospital, y posteriormente a otro en París. Allí ya presenta una afasia y una hemiplejia. Su madre lo cuida y ya no se separa de él más. Permanece ingresado en la clínica del doctor Duval y allí recibe la visita de algunos amigos como Sainte-Beuve. Parece ser que alguno le interpreta Wagner. En esos momentos recurre al opio y a las cápsulas de éter para combatir sus dolencias. Previamente a su ataque cerebral en su correspondencia incluso había expresado su deseo de recurrir al suicidio.
La enfermedad se agravó de forma muy rápida y permanece en este estado varios meses. Afectado de forma grave por la neurosífilis muere finalmente el 31 de Agosto de 1867, a los 46 años de edad, en los brazos de su madre.
Una vez que abandona su carrera literaria Rimbaud y se convierte en un explorador de nuevos mundos en busca de fortuna, sufre en Chipre en el año 1879 de fiebres tifoideas, que le obligaron a regresar a Francia para curarse.
Tras situar su residencia en Harar, en Febrero de 1891 comienza a quejarse de fuertes dolores en la pierna derecha. Su enfermedad se agravó, adelgaza muchos kilos y ya no puede moverse ni levantarse por los dolores que le atenazan El 7 de Abril de ese año lo trasladan en una camilla al Hospital Europeo de la ciudad de Aden. Rimbaud decidió regresar a Europa y liquidó en aquel momento todos sus negocios, ya que un médico inglés le habla del grave estado de su pierna y de que posiblemente tuvieran que amputársela.
El 20 de Mayo se embarca en el Amazona con destino a Francia. Llegó a Marsella y lo ingresaron en el hospital de la ciudad. Allí le amputan la pierna derecha ya que lo diagnostican de un carcinoma óseo. Previamente su madre se había reunido con él. Ella vuelve a marcharse a Roche el 8 de Junio. Arthur se quedó en el hospital hasta Julio y luego marcha a Roche, donde permanecerá un mes. Sus dolores físicos son muy intensos y los combate con narcóticos. Entra en un estado de melancolía ya que adivina que el hombre joven que es, casi con seguridad se esté enfrentando a sus últimos días.
El 23 de Agosto, Rimbaud acompañado de su hermana Isabelle, a la que adora y que se le ha vuelto indispensable, vuelve a Marsella, donde ingresa nuevamente en el hospital. El día 20 de Octubre cumple 37 años de edad el genial poeta.
Finalmente Arthur Rimbaud fallece el día 10 de Noviembre de 1891, tras haberse confesado, al parecer a instancias de su hermana. Había expresado su deseo de ser enterrado en Adén, junto al mar.
El 14 de Noviembre entierran a Rimbaud en Charleville. Su madre le había preparado unos funerales solemnes, a los que sólo asisten ella y su hija. Ese mismo día se publica en París, donde nadie se había enterado de su muerte, “Reliquaire”, volumen que reunía gran parte de los poemas de Rimbaud.
La sífilis y cáncer de huesos acabaron con dos de los poetas más importantes de la literatura universal.



LA MODERNIDAD, UN ESPEJO ROTO

A la Ilustración racionalista la humanidad le debe grandes avances. Esa época estuvo llena de luces, pero también albergó en su seno muchas sombras. Ese lado oscuro y menos humano fue precisamente el responsable del fracaso de la modernidad que muchos autores han descrito en extenso. Las prolongaciones de la modernidad llegan aún a nuestros días e infunden desorientación en algunos autores poco avezados.
El filósofo Alejandro Llano en su libro “La nueva sensibilidad” escribe de forma certera sobre la superación de lo moderno: “Salvar a la modernidad de sí misma; de rescatar las auténticas configuraciones de la autorrealización humana que le debemos, liberándolas de su interpretación modernista y de su consiguiente tendencia a la autoanulación. Una rectificación o, mejor, una superación de la modernidad hacia la auténtica contemporaneidad, significa advertir que es posible rescatar a la Ilustración de su propia versión ideológica, y radicarla de nuevo en un ethos de libre y rigurosa búsqueda de la verdad”.
No sólo heredamos en el terreno de las ideas políticas o filosóficas de la modernidad. En el arte, la modernidad introdujo a la moda, herencia de la que ahora disfrutamos, o en muchas ocasiones padecemos. Claro, la moda impone un estilo nuevo que rompe siempre con el anterior, del que no puede ser nunca una evolución sin arriesgarse a convertirse en un clásico. La moda contiene lo poético y eterno en lo transitorio, y no se duda en afirmar que la moda representa para el artista moderno, lo que la religión para el artista hierático de la Edad Media: la belleza eterna sólo podrá manifestarse bajo el permiso y las reglas de la moda.
Gracias a la modernidad padecemos en la actualidad la “dulce” esclavitud de la moda.
La atracción de tantos por la vida bohemia de los poetas malditos franceses ha contribuido a idealizar la imagen de lo moderno en la literatura.
El estudio certero y real de la vida de Baudelaire y Rimbaud nos muestran que más que un ejemplo para las generaciones venideras, posiblemente sean una muestra de lo desgraciada que puede ser la existencia de los hombres, que aún poseyendo una genialidad digna de admiración, sufrieron en sus vidas los rigores de unas vidas desordenadas y en muchas ocasiones indignas. Así la modernidad para muchos, se ha convertido en un espejo roto donde hay que rehuir mirarse.

Memorias de África


Dinamarca es un país maravilloso. Los daneses son gente cercana y culta, que hacen al viajero agradable su visita.
Copenhague es una ciudad internacional y bella. Está rodeada de pueblos con encanto y urbanizaciones inmersas en la naturaleza. El paisaje natural y urbano de Selandia, región a la que pertenece la capital danesa, es un deleite para los sentidos.
En un mismo día uno puede acudir a la casa de Karen Blixen, continuar con el Museo de Arte Moderno Lousiana, como etapa intermedia, y finalizar el día en el castillo ligado a la figura de Hamlet en la localidad costera de Elsinore, justo frente a la costa sueca.
La casa de Karen C. Dinesen (1885-1962), cuyo apellido de casada era Blixen, fue abierta como museo el 15 de Mayo de 1991. Se encuentra en Rungstedlund, cerca de la localidad de Ryngsted Kyst, cercana a la costa. La puesta en funcionamiento del museo fue posible gracias a los ingresos de la famosa película de Sydney Pollack “Memorias de África”. La película se basó en el libro de la escritora danesa Karen Blixen “Mi granja africana” (Den afrikanske farm).
Cerca del mar, la magnífica casa perteneciente a la familia de la escritora, que originariamente fue una posada, invita a recorrer todos los rincones del hogar donde nació Karen y en la que vivió desde su regreso de África en el 1931 hasta su muerte en 1962. Los visitantes se acercan con auténtica admiración a la planta baja de la casa donde uno puede observar cuadros pintados por la escritora danesa, fundamentalmente retratos de los años veinte del pasado siglo de kikuyus y masais, así como observar su estudio, desde donde se puede disfrutar de la visión del mar. Allí se encuentra su vieja máquina de escribir “Corona”, sus plumas, los objetos que trajo de África, así como sus libros y cuadros, incluidos los retratos de Denys Finch Hatton, el aristócrata inglés del que se enamoró y que perdió antes de regresar a Dinamarca. Por los pasillos uno observa la exagerada longitud de las cortinas blancas de las ventanas, replegadas y extendidas por el suelo como la cola de una novia. Son parte de las pertenencias que le acompañaron tras dejar África. Por todos lados de la casa hay flores frescas, costumbre que ha sobrevivido a los días de Karen Blixen.
En la primera planta se encuentra el dormitorio en el que falleció la escritora.
Detrás de la casa existe un maravilloso jardín que aspira por su extensión a ser un bosque tal como nosotros lo entendemos. Parece que no ha pasado el tiempo en esa tranquila área, y soñamos que en cualquier momento podemos encontrarnos con la escritora. Todo se ha respetado siguiendo los deseos de la propia escritora, que gozaba pensando en que los pájaros allí podían vivir tranquilamente.
Definitivamente uno se encuentra con Karen Blixen en un lugar maravilloso. En esa zona, remanso de paz y de invitación a la reflexión en medio de la naturaleza, se hallan los restos de la magnífica escritora danesa en una sencilla tumba con una lápida en el suelo en la que consta sólo su nombre: “Karen Blixen”.
Sin ningún género de dudas, la vida de la escritora danesa supera con mucho en atractivo, a la belleza de la película “Memorias de África”.
Acompáñenos a conocerla.


La mujer


La escritora danesa Karen Blixen nació en 1885 en el seno de una familia aristocrática. Ella era la segunda de los cinco hijos que tuvieron el matrimonio Wilhelm Dinesen e Ingeborg Westenholz. Fue la favorita de su padre, que había sido soldado, poeta, cazador y político. El señor Dinesen viajó al lejano oeste en EEUU, para olvidar la muerte de su primer amor, una prima suya de 18 años. Estuvo viviendo entre los indios durante dos años. Escribió varios ensayos sobre ellos. Parece ser que compartía con ellos el amor a la naturaleza, la caza y el gusto por la buena vida. Al regresar a Dinamarca conoció a la señora Westenholz, que pertenecía a una familia danesa de la alta burguesía, que contaba con 24 años, y la adornaban su belleza y cultura. Se casaron finalmente y tuvieron cinco hijos como decíamos.
Todos los vástagos nacieron en la finca de Rungstedlund, una posada del siglo XVI al norte de Copenhagen que adquirió el señor Dinesen en 1879.
Cuando contaba Karen con 10 años, su padre que era en ese momento diputado, se suicidó ahorcándose en la habitación de un hotel de la capital danesa. Parece que padecía la sífilis.
Su madre siempre fue un apoyo para ella, y su hermano Thomas fue su confidente.
Nunca pisó una escuela; fue educada según las orientaciones de su religiosa madre y su tía Bess. Tuvo varias institutrices, que a los doce años la hacían escribir ensayos sobre las tragedias de Racine y traducir a Walter Scott al danés. Su formación fue políglota y cosmopolita, ya que estudió arte en París y Roma.
Posteriormente vivió en Copenhagen, lejos de su familia. En aquellos años conoció a dos primos suyos lejanos, Hans y Bror von Blixen-Finecke, pertenecientes a la nobleza sueca.
Se enamoró de Hans, y llegó incluso a ser su amante, pero nunca pensaron en formalizar su relación, sobre todo porque así lo quería él. Sorprendentemente en 1912, Karen anuncia su compromiso con su primo Bror. El hermano de su amante representaba el lado menos confesable de la familia sueca, ya que gustaba mucho de las mujeres, la caza y tenía fama de “manirroto”.
Un tío de Bror, a su regreso de un safari por el Protectorado británico de África Oriental (la actual Kenia) recomendó a la pareja su partida a esa zona para probar a hacer fortuna. Karen se sintió atraída por la idea de huir a un lugar tan lejano junto con Bror.
Decidieron marcharse a África, y así la familia materna de Karen aportó el dinero para comprar una granja de 700 acres en Kenia, para dedicarla a una explotación ganadera.
Bror no aportaría dinero a su matrimonio para su aventura africana, pero sí que ofrecía un título nobiliario, ya que él era el barón Von Blixen. Antes de unirse oficialmente, Bror partió a tierras africanas, y sin decírselo a Karen, vendió la granja de 700 acres y compró unos terrenos para plantar café. La finca pertenecía a un sueco y tenía 4500 acres y estaba situada cerca de Nairobi. Constituyó la Swedo-African Coffe Company y pretendió cultivar café en una zona donde no se conocía ese cultivo.
En 1913 Karen embarca en Nápoles en el barco Admiral con rumbo a la costa oriental africana para definitivamente casarse con su prometido Bror.
Cuando llegó a África contaba con 28 años de edad. Al día siguiente de su llegada se casó por lo civil con su primo Bror, en una ceremonia que duró diez minutos en la comisaría del distrito. Desde ese momento ella se convirtió en la baronesa Karen Blixen.
Así comienza su aventura africana, junto a su marido, en un lugar maravilloso. La finca tenía una buena casa, y en la explotación cafetera trabajaban unos 1200 kikuyus. Sus primeros tiempos africanos fueron felices, cenando en un lugar como aquel con cubertería de plata, copas de cristal, vajillas de porcelana, bebiendo vinos franceses y comiendo foie y caviar ruso.
Tuvo desde un principio de criado fiel a Farah, que era de origen somalí, musulmán, algo orgulloso, incorruptible y cercano.
Farah estuvo al lado de la baronesa cuando tras contraer la malaria en África, permaneció en cama durante varias semanas.
En su primer safari junto a su marido, descubrió su auténtica pasión por la caza y su gusto desmedido por la sangre. Con el tiempo llegó a ser una gran cazadora y no tenía ningún problema en afirmar que disfrutaba matando animales salvajes, faceta biográfica que algunos intentan olvidar. Nuestro gran Ortega y Gasset escribía: “Hay, pues, en la caza como deporte una libérrima renuncia del hombre a la supremacía de su humanidad. Esta es su consustancial elegancia. En vez de hacer todo lo que como hombre podía hacer, liga sus excesivas dotes y se pone a imitar a la Naturaleza; es decir, que por su gusto retrocede y reingresa en ella. Tal vez sea este un primer atisbo de por qué es para el hombre tan grande delicia cazar”.
En Agosto de 1914 estalla la I Guerra Mundial, y el matrimonio se pone de parte de los ingleses. La contienda bélica está a punto de dar al traste con su negocio cafetero. Los ingleses dudaron inicialmente de su apoyo, por conocer las buenas relaciones que tenían y tienen los nórdicos con los alemanes.
Su marido era una persona que se ausentaba con frecuencia del hogar familiar, y seguía manteniendo su fama de cazador y mujeriego.
Tras una batalla en la que el lado inglés pierde, regresa el barón junto a Karen. Ella comienza a sentirse en esa época mal. Posteriormente se le diagnostica su enfermedad y decide partir para su tratamiento a Europa. Antes de iniciar ese viaje, no renunció a salir de safari durante dos meses junto a su esposo por las montañas de los Aberdares.
Tras un breve paso por París, llega ella sola finalmente a su casa familiar de Dinamarca. En el verano de 1916 Bror se reúne con su esposa en Dinamarca y parten de nuevo con destino a su finca de África.
Karen siempre recordó el año 1917 en el que una terrible y prolongada sequía acabó con la cosecha de café dejándolos sin beneficios. Pero lo mejor de aquel año nefasto fue el cambio a una nueva casa, más amplia y lujosa, situada a dieciséis kilómetros de Nairobi y conocida como M´bogani, “la mansión de los bosques”. Ésta fue la finca que inspiraría sus “Memorias de África” en donde según ella pasaría los mejores años de su vida. “Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong. El ecuador atravesaba aquellas tierras altas a un centenar de millas al norte, y la granja se asentaba a una altura de unos seis mil pies. Durante el día te sentías a una gran altitud, cerca del sol, las primeras horas de la mañana y las tardes eran límpidas y sosegadas, y las noches frías”, escribiría Karen Blixen en la primera página de su libro cargado de nostalgia.
La mansión era un elegante edificio de piedra construido por un colono sueco que les dejó su magnífico mobiliario original y una biblioteca llena de libros de literatura clásica que hicieron las delicias de la baronesa.
Pasado un año las cosas no mejoraron y su relación con su esposo era cada vez más difícil y distante. Bror seguía ausentándose muy a menudo de la granja, despilfarraba el poco dinero que les quedaba y no renunciaba a sus conquistas femeninas. Karen había perdido las esperanzas de tener un hijo, y decidida a olvidar partió de safari a las llanuras de Tana, con un amigo de su esposo, el barón y oficial sueco Eric von Otter. Vivió con él un corto pero intenso romance.
Es en esa época, en la que la baronesa no pasa por sus mejores momentos en África, cuando conoce al que sería el auténtico amor de su vida. El encuentro fue en una cena en el club Muthaiga cuando unos amigos le presentaron a Denys Finch-Hatton, un aristócrata inglés de treinta y dos años. Denys fue el hombre que descubriría a Karen el África de los safaris regados de champán y las interminables sabanas desde el aire en su avioneta. Era un deportista y un intelectual, educado en Eton y Oxford, raro entre los brutos colonos británicos de aquellos años veinte en África.
Se daba la circunstancia de que Denys y Bror eran amigos, ya que eran dos grandes cazadores, expertos en safaris y amantes de la naturaleza.
Comienzan Karen y Denys su relación y comparten jornadas de safaris juntos.
En 1922 Bror le pide el divorcio a la baronesa, ya que quería casarse con Cockie Birkbeck, señora conocida por escribir cotilleos en el Daily News.
El independiente y solitario aventurero Denys cayó rendido ante los encantos de Karen y en el verano de 1923 se traslada a vivir con ella a la granja. Aquellos instantes de felicidad que compartieron en Ngong inspirarían a la escritora las páginas más románticas de “Memorias de África”.
Denys animaba a Karen a escribir aquellos hermosos relatos orales que compartían. Nunca pudo imaginar que se convertiría en una escritora que posteriormente estuvo nominada para el Nobel de Literatura.
Con 39 años Karen Blixen tiene muchos problemas económicos, está algo deprimida por su divorcio y su enfermedad vuelve a manifestársele con gran crudeza.
En 1929 se queda embarazada de su amante, Denys, pero él desde Londres, donde se encontraba, le insta a que no tenga a ese hijo.
Su relación entra en crisis, y su amor maduro se marchita. Denys se enamora de otra mujer y se va a vivir con ella, la conocida como dama de los cielos, Beryl Markham.
En 1930 sus problemas económicos se agudizan y su granja es vendida en una subasta pública.
Poco después, en Mayo de 1931, su amado Denys fallece en un accidente aéreo cuando iba a Nairobi en su avioneta. Karen en una ceremonia sencilla entierra a Denys en las colinas de Ngong.
Nada le liga a África en esos momentos y regresa a su casa familiar de Dinamarca en ese mismo año 1931, donde se recluye. Sólo 13 años después de su regreso pudo abrir las cajas de sus recuerdos africanos.
Karen Blixen fallece a los 77 años de edad en su casa danesa, era el 7 de Septiembre de 1967. Poco antes había escuchado un aria de Händel que Denys solía cantarle en sus visitas a la granja.
Tal como había pedido a su familia, fue enterrada bajo un gran árbol, a la usanza de los lugares sagrados de los kikuyus en las llanuras africanas.



La escritora

Karen Blixen daba la impresión de haber sido educada con un siglo de atraso, ese que se inició en 1781 y terminó con el Segundo Imperio en 1871, que ella llamaba “la última gran época de la cultura aristocrática”. Entre esos años ocurren casi todas sus historias. Espiritualmente, fue una mujer del dieciocho y diecinueve, aunque según confesó en una de sus charlas famosas en la radio danesa en sus últimos años, sus amigos sospechaban que tenía “tres mil años de antigüedad”.
No tuvo urgencia en escribir. Sólo garabateó unos cuadernos de notas en los que aparecen en embrión algunos de sus futuros relatos.
Comienza a escribir por las noches y termina su primera obra “Seven Gothic Tales”, que aparecieron en 1934, en Nueva York y Londres, después de haber sido rechazados por varios editores. Utiliza como nombre artístico un pseudónimo masculino Isak Dinesen. Elige Isak por su sentido bíblico: “el que ríe”, y toma su apellido de soltera: Dinesen.
Publicó luego otras colecciones de cuentos, como los “Winter´s Tales” (1943), pero su nombre quedaría siempre identificado con sus primeros siete cuentos reunidos en su primera obra, una de las más fulgurantes invenciones literarias del siglo XX.
Isak Dinesen fue, como Maupassant, Poe, Kipling o Borges, esencialmente cuentista.
Artificiales, brillantes, inesperados, hechiceros, casi siempre mejor comenzados que rematados, los cuentos de la escritora danesa son extravagantes.
El humor es en Dinesen el gran amortiguador de los excesos de todo orden que habitan su mundo, el ingrediente que humaniza lo inhumano y da un semblante amable a lo que provocaría repugnancia o pánico.
Para el gran público es conocida a raíz de la película que Sydney Pollack dirige basándose en su libro “Mi granja africana” (Den afrikanske farm) que apareció en 1937. La película se tituló “Memorias de África”, nombre con el que se traduce en español aquel libro desde la aparición del oscarizado largometraje.
En Dinamarca fue una escritora muy respetada, así como en los países occidentales. Es famosa su foto de 1959 en casa de su amiga Carson McCullers, cenando junto a Arthur Miller, Marilyn Monroe y su anfitriona en EEUU.
Cuando Hernest Hemingway recibió el Premio Nobel de Literatura comentó en su discurso: “Este galardón debiera ser para Isak Dinesen. Me habría gustado cazar tigres con ella”.









La enferma

Karen Blixen tras el regreso de su marido Bror de una de las batallas de la I Guerra Mundial en África, comienza a encontrarse mal, con pérdida de peso, síntomas depresivos, dolor de articulaciones e insomnio. Tenía constantes ataques de fiebre y molestias en el estómago.
Acude a la consulta de un médico en Nairobi, y éste confirma a la baronesa que padece sífilis en un estado avanzado.
Su marido le había contagiado la enfermedad. Bror era conocido por sus frecuentes infidelidades con mujeres de la comunidad Masai.
El médico le recomienda que se marche a Europa donde existe un nuevo y mejor tratamiento. En aquel momento esta enfermedad era tratada con mercurio, pero había aparecido el salvarsán como remedio más efectivo.
Decide regresar a Dinamarca y posteriormente acude a París a consultar con médicos especialistas en enfermedades venéreas. Confirman el primer diagnóstico y le prescriben salvarsán por un periodo largo.
Regresa a Copenhagen y se interna en un hospital durante tres meses. Allí recibe la visita de su familia, pero sobre todo de su hermano y confidente Thomas, que está al tanto de todo. Su madre inicialmente no conoce su enfermedad.
Comienza a mejorar con el tratamiento y en el verano de 1916 recibe la visita de su marido en Dinamarca y posteriormente regresan de nuevo a África.
Su regreso a la granja africana confirma que su enfermedad ha evolucionado bien con el tratamiento que le prescribieron.
La enfermedad nunca desapareció, pero sí que la baronesa tuvo momentos de franca mejoría que le hicieron olvidar su dolencia. Posteriormente, cuando ya abandona definitivamente África, en su tierra natal danesa presenta con cierta frecuencia síntomas, pero lo que más destaca en ella es su impresionante delgadez previsiblemente debida a sus problemas de estómago, su úlcera.
Con 77 años fallece en su casa familiar de Dinamarca, en un estado final prácticamente caquéctico, y como espectadora especial de lo que supuso de avance en el tratamiento de la sífilis el salvarsán.




El recuerdo cinematográfico

El largometraje “Memorias de África” es uno de los que permanecen de una forma más especial en el recuerdo de los espectadores de los últimos 20 años, por el halo de romanticismo que destila.
El guión fue realizado por Kart Luedtke a partir de los libros autobiográficos de Isak Dinesen de su estancia en África y de la biografía sobre la autora que escribió Judith Thurman.
Los exteriores de la película fueron rodados en Nairobi. Bellamente fotografiada por David Watking, la película, a pesar de su apariencia épica, incide primordialmente en el profundo retrato emocional de su personaje femenino.
La película fue dirigida por Sydney Pollack en 1985, y sus protagonistas principales fueron Meryl Streep (como Karen Blixen) y Robert Redford (como Denys).
La historia romántica está abordada de manera madura, con personajes dibujados sin estridencias e interesantes diálogos de cimiento literario que concretan con suficiencia las orientaciones vitales de cada uno.
Aborda temas como la ausencia, la necesidad, la definición amorosa o el colonialismo, siendo éste acometido de manera un tanto aséptica.
Junto al espléndido trabajo de Pollack y Watking en la representación natural de Kenia, destaca la excelente partitura del compositor John Barry.
Recibió siete Oscar en 1985: guión adaptado, director, película, fotografía, banda sonora, dirección artística y sonido; y cuatro nominaciones más: mejor actriz, actor secundario, vestuario y montaje.
Podemos poner alguna objeción al largometraje; sin duda, la ausencia de la figura de la escritora en sus tiempos maduros en Dinamarca es una mancha en la película, ya que sobrevivió más de treinta años a su aventura africana.
Sí debemos destacar las referencias médicas que aparecen en la película, desde la enfermedad que padece la protagonista, la sífilis, a las referencias que se hacen a la quimioprofilaxis antimalárica, las infecciones de los nativos así como las primeras vacunaciones infantiles entre ellos, y no podemos olvidar la muerte de un amigo del protagonista que fallece por una fiebre hemoglobinúrica producida por el paludismo.


Memorias de Rungstedlund, a modo de epílogo


Por Sydney Pollack una bella película: “Memorias de Africa”. Por una película un personaje hallado: Karen Blixen. Por Meryl Streep una atracción por el personaje hallado.
De su vida en África Karen Blixen coleccionó recuerdos. De esos recuerdos surgió su afición a escribir. De sus libros surgió una escritora. De una escritora surgió una nueva vida.
Por un marido enfermo e infiel en África: la sífilis. Por la infidelidad de su marido: su divorcio. Por su divorcio: nuevos afanes y nuevos amigos. Por sus nuevos amigos: cuentos. Por sus cuentos: safaris en compañía. Por sus safaris en compañía: un amante, Denys Finch-Hatton. Por Robert Reford idealizamos a Denys Finch-Hatton. Por idealizar al amante cometimos una equivocación. Por esta equivocación creímos que el amante sólo tenía una amada. Por saber que no era la única amada: un desengaño. Por la muerte trágica y precoz del amante: una decadencia africana acelerada.
De una decadencia africana acelerada: un regreso deseado a casa, Rungstedlund (Dinamarca). De ese regreso: un encuentro feliz con la familia. De ese encuentro feliz: una vida plena en una casa maravillosa. De la vida en una casa y ciudad maravillosas: el encuentro con el oficio de contar historias. De sus primeros cuentos orales en África: sus primeros cuentos escritos en Dinamarca.
Por el mal ojo de los editores daneses: sus originales a Estados Unidos. Por su dominio del inglés: su aventura de escribir en ese idioma. Por unos mejores editores americanos: su primer libro publicado “Seven Gothics Tales”. Por su éxito en todo el mundo: recuerda de nuevo su vida en África. Por sus recuerdos africanos: escribe “Memorias de Africa”.
De su libro Memorias de Africa: una preciosa película. De sus ingresos millonarios: la actualidad de la escritora. De la nueva presencia en escena de la fallecida escritora: la rehabilitación de su casa. De la rehabilitación de su casa: el nacimiento de un museo.
Por un museo: mi visita a Rungstedlund. Por mi visita: un recuerdo. Por un recuerdo: un artículo. O sea.

La Italia de España


El tema es bien sencillo. Hace sólo unas pocas semanas recibí el premio literario “La Peñuela”. Para quien no lo sepa, después del Cervantes, posiblemente sea el galardón literario más importante que se concede en lengua española.
Dentro de dos meses y cinco días exactamente, cumplo 33 años. O sea.
Me he trasladado unas semanas a la casa familiar de La Carolina. Por todo eso de digerir todo lo que me ha ocurrido en tan poco tiempo. En este pueblo no me conoce mucha gente, cosa que agradece cualquier escritor. Además tengo una gran deuda pendiente con este bello lugar, que pocos saben.
El premio, sí el premio. Me lo han concedido por un libro que versa sobre el oficio del escritor. “Allegro”, es su título.
Claro que me ha alegrado mucho el que me hayan concedido este premio, con sus 600.000 euros correspondientes, pero créanme, eso es lo de menos.
Lo de más es lo que sigue. ¿Cómo he llegado hasta aquí?
Todo empezó desde muy joven. En mi casa todo giraba en torno a los libros. Las habitaciones se ordenaban en torno al gran protagonista, el libro. Mi padre era profesor de lengua española de enseñanza primaria. Sus alumnos eran niños de 10 y 11 años. Solía repetir que era la mejor edad para sembrar el germen de la lectura y escritura en los niños. Todo buen escritor parece ser que empieza a esa edad. En ella, lucha con la ortografía y con la sintaxis. Si vence, puede ser escritor.
Mi padre, que se llamaba Alejandro, “el defensor de los hombres”, como le recordaba mi madre, comprendió pronto que no iba a poder ser escritor. Pero bueno, se convirtió en un magnífico lector.
Lo sencillo sería decir, que yo soy escritor por mi padre. Que historia más bonita y previsible. Pues no. Yo no escribo por “el defensor de los hombres”. Soy un gran lector por él, eso sí. Que no es poco.
Nunca destaqué escribiendo. Ni en el colegio, ni en el bachillerato. Me interesaba mucho más el balón, los amigos. Mis redacciones eran espantosas. Ya. Eso sí, devoraba los libros, los periódicos, las revistas, todo papel con más de una letra.
Cuando tuve que tomar la decisión, a los 18 años, de a qué me dedicaba, me fue fácil. Yo quería ser profesor de lengua española como mi padre. Si me esforzaba un poco, también de literatura. Lo mío tenía que ser la docencia. Eso sí, de niños de 10 a 11 años. Esta vez sí, por mi padre.
Estudié magisterio. Pronto comencé a dar clase a niños. Todo según el guión preconcebido. Una vida normal, para un joven común.
La sorpresa. Sí, mi padre me tenía guardada una sorpresa cuando cumplí 25 años. Me relató la historia del dinero que dejó en herencia mi abuelo Prudencio para mí. No podía creérmelo. Mi abuelo, ese médico de pueblo que soñó con ser escritor. No pudo cumplir su sueño. Lo intentó con su hijo Alejandro, y nada, tampoco. No cejó en el empeño, y estando mi madre embarazada de mí, ingresó una suma importante de dinero en una cuenta corriente.
Desgraciadamente antes de nacer, mi abuelo Prudencio falleció.
Lo de la cuenta corriente tiene su historia. Toda la familia creyó que ese dinero, era eso, dinero. Y que va. Realmente era una inversión. La cantidad que me legó mi abuelo era considerable. Para poder disfrutar de ella, se tenían que cumplir una serie de requisitos o condiciones. Eso fue lo que me contó mi padre, cuando cumplí 25 años.
Ese dinero sólo lo podía gastar si me marchaba a Boston, a su Universidad de Harvard. En ella debía estudiar historia de la literatura española. Siempre fue el sueño de mi abuelo.
Qué cosas. Un médico rural, que quiere que su nieto vaya a Harvard. No se lo creen. Tampoco me lo creí yo el día que mi padre intentaba explicármelo.
Yo quería esos miles de euros y punto. Estaba feliz con mis niños. No se me había perdido nada en Boston. ¿Qué frío, no?
Me ayudó a mi partida a la prestigiosa universidad norteamericana, el hecho de que me habían echado del colegio donde impartía clase. La razón oficial es que yo merecía algo mejor. La verdad, la asociación de padres del colegio se quejó de mi empeño con la ortografía y la sintaxis. No sabían lo del ser o no ser de un escritor después de esta edad. Qué pena.
Una sola maleta y allí me presenté. Con muchos euros, un inglés rudimentario y no mucho interés.
Todo cambió a los seis meses de mi estancia en Boston. Dentro de los múltiples trabajos de investigación que nos pedía Lewis, el profesor que leía los artículos en español de Paco Umbral en clase, me encontré con George Ticknor.
Ese encuentro cambió mi vida. Ahora se lo cuento. Ticknor fue un profesor norteamericano de Harvard, que en 1849 publicó “Historia de la literatura española”. Hasta aquí todo normal. Junto con el poeta Henry Wadsworth Longfellow, introdujeron el estudio del español en esta gran universidad. Los españoles Pascual Gayangos y Enrique de Vedia, en 1856, hasta tradujeron el libro de Ticknor.
Qué cosas, por el famoso Lewis, estaba buscando el origen de la denominación “Siglo de Oro” en la literatura española, y me encuentro que este tal Ticknor tuvo mucho que ver. Aunque hay que decir, que si bien muchos autores defienden que fue este profesor el padre de esta denominación de áurea a ese siglo de las letras españolas, es Cervantes su probable padre. Definitivamente. Y si no, sólo hay que leer, su bautismo involuntario a ese siglo, en el capítulo once de la primera parte de Don Quijote de la Mancha. El hidalgo se dirige a unos pastores de cabras y les dice:
“Dichosa edad y siglos dichosos aquellos a quien los antiguos pusieron el nombre de dorados, y no porque en ellos el oro, que en esta nuestra edad de hierro tanto se estima, se alcanzase en aquella venturosa edad sin fatiga alguna, sino porque entonces los que en ella vivían ignoraban estas dos palabras de tuyo y mío”. Bueno, da igual.
Acabé el trabajo, pero no mi relación con este interesante George.
Me interesé por él, y mira por donde. En 1876 publica en dos volúmenes, su obra “Life, letters and journals of George Ticknor”. Para aquella fecha, mi inglés me daba para leer de un tirón estos dos volúmenes. Aunque su vida transcurrió desde el 1791 al 1871, estuvo en sus tiempos mozos de viajero por Europa. Sí en Europa. Y como no podía ser menos, estuvo en España. De viajero romántico, como de una forma cursi se les denomina. Estos viajeros no trataban tanto de describirnos la geografía, sino el paisaje humano con el que se encontraban.
Ha llegado el momento que les cuente lo esencial. Lo importante. George Ticknor estuvo en La Carolina. Sí, donde ahora me encuentro.
La Carolina, fundada en 1767 por ese rey ilustrado llamado Carlos III, fue un proyecto ilusionante de repoblación de las tierras de Sierra Morena. No en vano, el rey eligió para esta vasta empresa al gran Pablo de Olavide. Este peruano afincado en España, que presumía de buena formación y de buen gobierno, abanderó este magnífico proyecto que se vino en llamar “Nuevas Poblaciones de Sierra Morena”.
Ticknor estuvo por La Carolina en el año 1818, con sólo 25 añitos. Las Nuevas Poblaciones en sus cortos años de existencia no sólo tuvieron que vencer las dificultades propias de la magna empresa, sino las que le produjo la ocupación francesa.
Ya saben, los franceses entraron en 1808 en España, y los invitamos a irse en 1814. Nuestro vecino Napoleón, junto con su hermano Pepe, pretendieron introducir las nuevas ideas en la península ibérica, pero a su forma. Se lo puso fácil el inepto gobierno de Carlos IV y Godoy. Pero los españoles, no tan ineptos como sus dirigentes, plantaron cara a los franceses. El resto ya lo saben.
La ocupación francesa en las Nuevas Poblaciones estuvo acompañada de duras represalias y fuertes saqueos. No ayudaron mucho al desarrollo de las mismas. Mas bien, todo lo contrario, se valieron de ellas todo lo que pudieron. Hay que decir que en la primavera de 1810 hasta el mismísimo José Bonaparte fue a La Carolina, coincidiendo con el nombramiento del Intendente Manuel Echazarreta. O sea.
Y al poco tiempo, nuestro amigo Ticknor visita La Carolina. ¿Con qué se encontraría? Los viajeros siempre tenían un cuaderno de viaje como compañero. Lo tienen ya claro. Posiblemente escribiría sobre su impresión de La Carolina en alguna parte de sus dos tomos sobre su vida y cartas.
Créanme lo que les cuento. Cuando llegué a la página que debía recoger su carta sobre las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, ésta faltaba. Y aún más desgracia. Ese era el único ejemplar que existía en la biblioteca de la universidad.
Había viajado hasta Boston, pasaba mucho frío, sufría al profesor Lewis, y me había encontrado con un tío llamado George Ticknor que estuvo en La Carolina, y que no he podido leer lo que escribió sobre ella porque falta la página del único ejemplar que existe aquí en Boston.
No podía ser de otra forma. Mi vida debía sufrir un giro. Debía convertirme en un investigador. Pero no en uno cualquiera. Debía ser un escritor.
Pero la historia sigue. No se podía quedar ahí.
Ya nada fue igual en Boston. Contaba los días que me faltaban para regresar a España, a mi ciudad soñada. En Ronda vivía y allí quería volver. Quería a toda costa seguir buscando la hoja perdida. Soñaba muchas noches con que en España, de una forma inopinada me encontraría con ella, y así podría cerrar la historia de mi primer libro.
Si en Boston hacía frío, Ronda no le iba a la zaga. Llegué en el mes de Noviembre. Precioso periodo, que viste de sus mejores galas a la serranía de Ronda. Allí tenía a todos. Ellos saben quienes son.
A las horas de poner mis pies en el aeropuerto de Málaga, llamé por teléfono a mi amigo escritor Antonio Garrido. Investigador nato, a la vez que pluma ágil y ocurrente. Tradujo un libro hacía unos años de Miriam Coles Harris, titulado “Un rincón de España”. En la introducción y bibliografía del mismo, mi amigo Antonio, hacía erudición de la buena, a propósito de los viajeros norteamericanos por España.
La llamada le sorprendió a Antonio, y sobre todo mi petición. A las once de la noche quería verlo en la cafetería del Hotel Reina Victoria. Sí, el mismo donde Rilke se hospedó en su estancia rondeña. Él es persona de hábitos, y esa hora no es la que suele conceder a la tertulia con amigos. Ante mi insistencia, no le quedó otra opción.
Sin casi preámbulos le comenté mi propósito. Me sorprendió que estuviera riéndose durante un largo rato. Me dijo después: “Bienvenido al club de los sufridos escritores”. A un escritor se le reconoce, cuando hace de algún hecho banal, el motivo de su vida. Desde ese momento su vida, son sus libros. Sin hechos banales, no existen historias, no existen escritores. El orden no es el placer de la razón, como muchos creen, sino el lenguaje. Todo eso me comentó.
Pero al grano. Tras su bienvenida jocosa, me comentó que conocía a ese autor pero que me sería muy difícil encontrar su obra en España.
Después, me dio sabios consejos . Primero que buscara en la Biblioteca Nacional, después debía leer a Manuel Capel, gran conocedor de la Nuevas Poblaciones, y no podía olvidar a Antonio López Ontiveros.
López Ontiveros había escrito sobre la significación de las Nuevas Poblaciones en la literatura viajera de los siglos XVIII y XIX.
No espere ni un día. A Madrid me fui en el Talgo. Recuerdo que llovía, y de qué forma. No hay tiempo mejor para un escritor, que los días grises lluviosos.
Pensaba en el viaje, la mala hora en la que el profesor Lewis me había encargado un trabajo sobre el Siglo de Oro. Un trabajo discreto puede cambiar la vida de una persona y convertirla en presa de su propia historia literaria.
El empuje inicial se fue modelando. El entusiasmo se fue convirtiendo en resignación. No encontré ni el libro del dichoso Tickor, ni los autores que leía tenían ni idea del mismo.
Agotados mis pocos ahorros, y con un sol espléndido diario, mis afanes de escritor se fueron modelando, por no decir extinguiendo.
No era un fracaso. Podía escribir otra historia. O si me apuran, ninguna. ¿Por qué tenía que ser escritor? A mi me gustaba ser maestro. Y eso no era poco.
Comenzó el curso, y mis niños, me hicieron olvidar Boston, a mi profesor Lewis, y a ese viajero que me había salido tan caro y que se llamaba Ticknor.
Hacía mucho tiempo que no iba por la casa familiar de La Carolina. No lo había dicho antes. Siempre digo familiar, pero la casa es de un primo mío, ingeniero de telecomunicaciones. Victoriano, había trabajado mucho tiempo en el extranjero, y cuando volvió a España se refugió en una pequeña factoría de ese pueblo hasta su jubilación. En ese pueblo se había construido una bella casa en la sierra. Claro en Sierra Morena. Varias veces en el año, hacía de anfitrión de unos encuentros familiares que mantenían vivas nuestras relaciones. Eran un gusto. Naturaleza y familia. Se podía pedir más.
Acudí un mes de Marzo a uno de estos encuentros propiciados por mi primo Victoriano. Se estaba despertando la primavera, y la sierra no la podía contener.
No nos veíamos desde hacía 4 años, desde mi partida a Boston. Teníamos tantas cosas que contarnos. Claro está, no le relaté nada de mis meses de adicción a la literatura. Eran un poco tal. Me entienden.
Visitamos una mañana sitios por los que contaba la historia, había paseado San Juan de la Cruz. Sí, el santo que también fue poeta. En esas tierras enfermó de erisipela y de allí partió a Úbeda, donde finalmente falleció. En ese contexto literario, me atreví a confesarle a mi primo aquellos meses de dedicación exclusiva a la investigación. De mi tentativa de haber sido escritor. Me llamó la atención que no se rió mucho del tema. Pero eso sí, estuvimos poco en el tema. No quería que Ticknor atormentara a mi primo Victoriano.
Tras aquella reunión seguimos en contacto telefónico. Ya se sabe, que cómo estás, que feliz cumpleaños y que cuándo nos vemos.
Un día recibí una carta intrigante en casa. Su procedencia era casi ilegible. Por fin pude leer que venía de la Universidad de Göttingen.
Me escribía un señor llamado Lucas, del Departamento de Literatura española de esa universidad. Estaba en inglés y me costaba algo leerla. Me decía que conocía de mi interés por Ticknor. Mi primo Victoriano en un foro de internet lo había comentado. El profesor Lucas había realizado una tesis doctoral sobre George Ticknor. Dios mío, para tanto daba mi pesadilla. El viajero norteamericano estuvo un tiempo en esa universidad, y recibió un impulso decisivo para su labor en referencia la literatura española. En su investigación Lucas acudió a Harvard y leyó sus dos tomos sobre sus viajes. Le llamó tanto la atención una carta, que cometió la locura de estudiante de arrancarla del libro. Sí, de forma furtiva e intrigante.
No podía ser, esa carta estaba fechada el 16 de Septiembre de 1818, y había sido escrita desde La Carolina. Rompí a llorar.
No me quedaba más remedio que escribir el libro, ya que poseía la fotocopia de esta carta.
El libro se llamó “La Italia de España”. No tuvo mucho éxito. Pasó inadvertido. Pero yo me había convertido en un escritor.
En homenaje a todos los personajes que me hicieron escritor, reproduzco la carta de George Ticknor:
“Por la ladera de la montaña, entré en La Carolina, el asentamiento más importante de una colonia de alemanes que trajo aquí Carlos III, distribuyéndolos a lo largo de veinte pequeñas y nítidas aldeas que había construido para ellos. Estas se encuentran en una situación deliciosa, bien edificadas y en unas condiciones florecientes, ocupadas por una población industriosa que aporta gran cantidad de artículos de artesanía, tales como relojes de madera, gruesa alfarería, etcétera, a toda España. Realmente, La Carolina es una ciudad hermosa, con espléndidos edificios, espaciosas avenidas y con todos los signos de riqueza y confort en el lugar. Toda la población, que se extiende desde el pie de Sierra Morena hasta Bailén, forma un contraste singular, por su limpieza e industria, con la pobreza endémica que sufren los pueblos de Castilla y La Mancha.
Fue en este paradisíaco lugar donde, por primera vez, observé el cambio de clima que había estado esperando desde que pasé la enorme cadena de montañas. La embalsamada suavidad del aire de la tarde, tal como me había ocurrido hace un año bajando de los Alpes; la reaparición de largos campos de olivos, que son tan raros en Castilla; y las filas de áloes, a los que no había visto desde que dejé la costa de Cataluña, todo me indicaba que había entrado, en lo que, sin lugar a dudas ni impropiedad, podía llamarse la Italia de España”

Elegante y sereno


“Ahí no”, le gritó primero Luis Miguel Dominguín, y segundos después su cuadrilla. Yo estaba junto a Guillermo, su mozo de espadas.¿Qué hora sería? No hacía el calor de las cinco y media de la tarde, cuando comenzó la corrida.
Llevaba todo el día con él. No madrugó. Estrenó ese día pasadas las once y media de la mañana. El maestro estaba más flaco de lo habitual. Su rostro seguía siendo serio, frío, el habitual. Esa mañana parecía más apesadumbrado.
Estaba en la habitación 42 del Hotel Cervantes, a pocos pasos de la plaza.
Camará había estado en el sorteo de los lotes. Las calles estaban engalanadas. En esa ciudad minera festejaban en el final caluroso de Agosto a su patrón San Agustín. La corrida venía terciada. El lote que le había correspondido en suerte incluía un toro chico. Finalmente pudo asignarse a Gitanillo de Triana. A cambio, un mihura mayor, negro entrepelado, bragado.
Qué mal año estaba siendo el 1947. Llegué en la primavera a España. Desde que tomé la alternativa en México el 26 de Febrero de 1946, mi vida había cambiado. Mis sueños se habían cumplido y…
Guillermo me dijo un día: “torea todo lo que puedas, ahorra y vente para España”. “Te podremos facilitar las cosas”, me decía Camará. El maestro, el “monstruo”, me tenía gran afecto. Todos me llamaban Boni, pero él siempre se dirigía a mi por mi nombre y apellido, Rafael Pérez. Qué bien sonaba en sus labios, con su acento cordobés. Rafael Pérez esto, Rafael Pérez lo otro.
Mi triunfo en España, entre otras cosas, podía significar mi billete de vuelta a mi querida tierra en olor de multitudes. ¡Los toreros necesitamos tanto el triunfo!
Desde mi llegada, había toreado poco en plazas importantes. Me decían que no desesperara. Mi toreo era muy profundo, hondo. En España estaban acostumbrados a mi compatriota Carlos Arruza, y claro. Él dominaba casi todas las suertes. Su toreo era muy vistoso, se adornaba mucho. Los tendidos enloquecían cuando tiraba de repertorio y realizaba el teléfono. Jamás pensó cuando por primera vez mostró su “teléfono” en la cara del toro que iba a gustar tanto al público. Me decían: “tranquilo chaval, sigue aprendiendo. Tus compatriotas Luis Procura, Lorenzo Garza, Arturo Álvarez, Silverio Pérez, Luis Castro “El Soldado”, también empezaron así”. Yo me callaba y a lo mío. Qué remedio. Agradecía que me compararan en muchas ocasiones con Silverio Pérez. Le tenía una consideración especial. Un tentadero, una plaza menor. Eso sí, fiel a mi estilo.
Tengo en mi memoria la tarde del 9 de Diciembre del año 1945, cuando por primera vez el “monstruo”, como le llamaban a mi querido maestro, toreó en México. ¡Le esperábamos tanto! La pasión se desbordó ante su primera tarde en mi tierra. A pesar de los precios altísimos, estuve haciendo cola durante tres días para conseguir una entrada. La expectación creada no tenía antecedente. Se lidiaban toros de Torrecilla, para el maestro, Silverio Pérez y Eduardo Solorza. Silverio en esa temporada era el ídolo nacional y confirmaba su alternativa. Eduardo Solorza estaba a punto de retirarse. Recuerdo que en los tendidos estaban María Félix y Sofía Álvarez. O sea. En esa corrida, decidí de una vez por todas ser matador de toros. No podía ser otra cosa, mis dudas se disiparon. Pensaba en tardes de gloria y triunfo. La alternativa al triunfo era la enfermería. Eso sentimos todos los toreros auténticos. Quería ser un torero con todas sus letras.
Llenábamos la plaza 35.000 personas. Antes de comenzar la corrida se obligó a saludar desde el tercio al diestro español. Éste amablemente invitó a sus compañeros de lidia también a saludar. El “monstruo” recibió a su primer toro con lances de capa ajustados y vistosos. Tuvo la delicadeza de brindar la muerte de su primer toro en México a todo el coso. Comenzó su faena de muleta con la derecha. Se encontraba a gusto con el astado de Torrecilla. La intensidad de la faena subió muchos enteros cuando se echó la muleta a la mano izquierda. Su mejor aliada. Finalmente se adornó de tres manoletinas de infarto, mirando al tendido, pisando las prendas arrojadas al ruedo por las personas que querían adelantarse a celebrar la magistral faena. Es verdad que las manoletinas las introdujo Victoriano de la Serna, pero nadie como el maestro las interpretaba mejor. Entró a matar raudo y veloz, y dejó media estocada en su sitio. El toro rodó rápidamente. Dos orejas y el rabo fue su premio. Dio la vuelta al ruedo y se despidió con un ramo de flores. Le hicieron numerosas fotos en ese momento. Esas instantáneas dieron la vuelta al mundo. Todos esperábamos su segunda faena. Con el debido respeto a mis compatriotas. En el primer lance de su segundo toro recibió una cornada profunda. Gracias a Dios, que fue intervenido por los dos magníficos cirujanos taurinos el Dr.Ibarra y el Dr.Rojo de la Vega. Ese hecho revistió de más grandeza, si cabe, la primera comparecencia del maestro en mi país. Triunfo regado con sangre. Se podía pedir más autenticidad.
Estuvo veinte días de convalecencia. ¡Cómo se le esperaba! Ese año, de 1945 había sido magnífico para él, había toreado en 71 corridas en España, y era un ídolo nacional.
Me dije: si voy a ser torero, el año que viene la alternativa en mi tierra tiene que venir de manos del maestro cordobés. Todos los días entrenaba con tesón, y por las noches me encomendaba al Cristo de los Faroles y a la Virgen de los Dolores, como él.
El “tormento” como le decía el “monstruo” a Silverio Pérez, por el pasodoble “Tormento de las mujeres”, me ayudó mucho a que creciera como hombre y como torero. Gran torero, gran persona. No podía fallar.
Ninguno me falló y cumplí mi sueño.
Ese año de 1947, mi primero en España, había sido atípico para mi mentor en España. Al principio dije que estaba siendo muy malo. Claro. Comenzó en Barcelona el 22 de Junio. Tuvo un contratiempo en la corrida de la Beneficencia el pasado 16 de Julio en Madrid, ya que fue corneado en la pierna izquierda por un toro de Bohórquez. La herida cicatrizó pronto. La que tenía abierta era la de su corazón. Después de regresar de su última temporada en México, Lupe Sino, mi querida compatriota, no estaba a su lado. Doña Angustias, su madre, Camará, su apoderado y Guillermo, su mozo de espadas, estaban más aliviados por este hecho. La verdad es que el que no está aliviado era el maestro.
Estuve todo el mes de Agosto con ellos, casi como uno más de su cuadrilla. La verdad que era una buena escuela para mi, a la vez que una magnífica carta de presentación en estas tierras tan queridas por mi. El 16 toreó en San Sebastián con Gitanillo de Triana, y su aspecto reflejaba mucha fatiga y el público no se lo perdonó. En Gijón estuvimos el 24, y no le gustó que le hicieran unas fotos despeinado. Muy raro en él. El día 26 toreó en Santander. Allí ocurrió un hecho gracioso. Lo fotografiaron en color por primera vez en un patio de cuadrillas. La verdad que salió retratado con un rostro demasiado serio.
Era un secreto a voces. El maestro deseaba que llegara Octubre para tomar la decisión de su retirada. En San Sebastián, se lo reconoció a Matías Prats. El periodista comentó que no era sólo preocupante su cansancio físico, sino el emocional. El destino no le tenía preparado una vida fácil y feliz ni en la cima de su carrera. Su desarrollado sentido de la responsabilidad y exigencia le estaba pasando factura. Quería pisar los terrenos que nadie pisaba. Además con todos los toros. La verdad que el coste era muy alto.
De esta forma se vistió de rosa pálido, en esa tarde calurosa en tierras jienenses. Le acompañaban Gitanillo de Triana, como en tantas tarde, y el ciclón de Luis Miguel Dominguín. Severo envite para un hombre en sus horas más bajas.
Los comienzos de la corrida pasaron prácticamente inadvertidos. El maestro en su primer toro lo mató. Y no fue poco. Dominguín, en el primero de su lote cortó una oreja. Esa maldita oreja obligó mucho al “monstruo”. Debía agradar en su segundo toro. Un torero de raza no se arruga ante el desafío. Así salió Islero, ese mihura que desde un principio no le gustó a Camará.
La relación del maestro con su apoderado era especial. Excedía con creces el terreno profesional. Se conocieron hacía muchos años. En el año 1937 llamaron a filas al diestro cordobés, en plena guerra civil española. Camará en aquella época toreaba y organizaba también festejos, a los cuales invitó al maestro. Torearon juntos. Comienza a apoderarlo porque se lo pidió doña Angustias. Habían invitado a torear al joven diestro cordobés a Salamanca, y su madre pidió a Camará que lo acompañara. Desde ahí, no han vuelto a separarse. Su apoderado era su amigo, su confidente, su hermano. Tenían un lenguaje especial para comunicarse en las corridas.
Camará al iniciar la faena de muleta a su segundo toro le dijo al diestro cordobés: “echa la muleta abajo”. Los que conocíamos ese lenguaje, sabíamos que le estaba diciendo que ese toro no le gustaba.
No hizo mucho caso el maestro. Debía demostrar su poderío y pundonor. Quería plantarle cara a Dominguín, y recordarle a la gente quién era él.
En el callejón estaba también su amigo el rejoneador Domecq y estaba comentando que el toro era malo por el lado derecho. Soltaba derrotes contínuamente. Pero el maestro estaba abusando de la muleta. Llegando incluso a cansar. Todo el mundo le pedía que matara a Islero de una vez.
Se decidió por fin. Para alivio de todos. El terreno que eligió para dar muerte al mihura no nos gustó mucho. “Ahí no”, le gritó primero Luis Miguel Dominguín.
Entró a matar muy despacio, nada ligero. En la suerte contraria y recreándose en la misma. El pitón derecho traicionero de Islero prendió al diestro por el muslo derecho, casi por la ingle.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo. No reaccioné. Tras unos breves instantes, salté al ruedo con Guillermo y recogimos del albero al maestro herido. Inicialmente equivocamos el recorrido a la enfermería. Una vez allí, el Dr. Garrido comenzó a atenderle. La hemorragia era muy profusa. El gentío que había en la enfermería era tan grande, que casi no se podía respirar. Yo decidí salirme para dirigirme a la capilla de la plaza. Mis oraciones podían ser la mejor ayuda que podía ofrecer en esos trágicos momentos. Recuerdo a Domecq pidiendo a gritos que lo dejaran entrar en la enfermería. Era su amigo y quería ayudarle.
Finalizó la corrida, y no había finalizado la intervención. Con menos gente me acerqué a la enfermería y pude hablar con Camará. Me puse a llorar. Él me tranquilizó, me comento que el doctor lo había operado bien, aunque había perdido mucha sangre. De hecho le habían puesto una transfusión de sangre, de un tal cabo Sánchez, de la Policía Armada. Parece que había aparecido algún signo de rechazo a esa sangre, pero no era preocupante. Me pidió que no me fuera de allí. Deberíamos trasladar en camilla al maestro. Se había decidido tras la intervención que recibiera más cuidados en el Hospital de los Marqueses de Linares. Allí existían plenas garantías para una correcta atención del maestro. Así hice. Permanecí allí durante unos minutos más y ayudé a mover al maestro en la camilla. Triste honor.
Supe después que ese hospital fue inaugurado el mismo año en el que nació el diestro cordobés, en el 1917. Casualidades de la vida.
Supimos que Dominguín había llamado a su médico de confianza el Doctor Tamames. Todos querían ayudar.
Fue ingresado en el hospital en su habitación número 18. Número par como la del hotel “Cervantes”, de la que había salido sano sólo hacía unas horas.
Llegó el Dr.Tamames, y habló con el Dr. Garrido. Reconocieron al herido. Se le habían puesto dos transfusiones más de sangre. Aproximadamente 700 cc. La donó un matador de toros retirado, Parrado. Ya digo, todos querían ayudar. El cuerpo del maestro había agradecido aquellas transfusiones pero alertaron a los doctores a propósito de cierto rechazo leve a las mismas. El Dr.Tamames tras su exploración física comprobó que el herido había perdido mucha sangre, y que su tensión arterial era tan baja que hacía peligrar la estabilidad del enfermo. Propuso ponerle plasma para elevar la tensión arterial y evitar posibles rechazos a sangre por los antecedentes previos.
Todos los que estábamos allí presentíamos la tragedia. Los rostros de los doctores parecían que la anunciaban. Pero nadie abría la boca, si acaso para rezar, o para preguntar que por donde venía doña Angustias. Como es natural, la habían llamado.
Se iba a empezar a canalizar la vena para introducirle el plasma cuando el maestro dijo: “no veo, no veo, qué dolor de riñones”. Posteriormente expiró.
Eran las cinco de la madrugada del día 29 de Agosto de 1947, y en la habitación número 18 del Hospital de los Marqueses de Linares había fallecido Manuel Rodríguez “Manolete”.
“Manolete”, califa del toreo, que lidió siempre con la capa pegada, que comenzaba sus faenas con unos estatuarios, prodigio de la economía de movimientos, que hizo del toreo en redondo su gran hallazgo, y de la mano izquierda su gran aliada, que culminaba siempre certeramente con el acero, nos había dejado. Clarito decía de él que toreaba como los que no mataban, y mataba como los que no toreaban.
Lloré mucho su muerte. Comprobé después que también fue la mía.
El entierro fue multitudinario, en su Córdoba natal. Se le paseó a hombros bajo una lluvia de flores.
Acudí con frecuencia al cementerio de la Salud, donde reposaban sus restos en mis últimas semanas en España. No encontré consuelo en mucho tiempo.
Antes de partir a mi tierra en ese mi primer año en España, gracias a la generosidad de Guillermo, pasé a despedirme del maestro, del hombre.
Pude leerle unos versos que Pemán le había dedicado y que ya siempre me acompañan:

“ Hay que estar ante su muerte
como él ante los toros,
elegante y sereno”

Friday, November 25, 2005

Sobrevivir al humanismo


La sentencia de muerte al humanismo está dictada. Hemos estado esperando mucho tiempo. Los últimos años, por no decir meses, han acelerado el proceso. No podía ser de otra forma. Necesitábamos esa promesa de ejecución. Nuestra sociedad se merecía esa sentencia. Tanto trabajo, tan duro, y por fin hallamos luz al final del túnel. Humanismo y humanistas no serán otra cosa que conceptos históricos. ¡Qué respiro! No podía existir mayor amenaza para nuestras democracias y nuestra convivencia común que la de unos hombres con capacidad crítica que no adoraran efectivamente al propio hombre.
Nuestra actual sociedad es merecedora de todo tipo de halagos. No lo duden. Hemos tenido que resistir con fiereza los ataques de los nuevos bárbaros. Hombres y mujeres que señalaban que mucho de lo bueno de lo que disfrutamos en la actualidad procedía de nuestros antepasados greco-latinos. Memeces. Nuestra realidad es actualmente nuestro bien preciado. Lo valioso sólo se puede encontrar en nuestras vidas. La verdad son nuestras vidas, y por tanto ellas son la realidad. Nada nos transciende, por favor. Así cuando observamos la vida en directo, como se nos dice en nuestra Academia “Gran Hermano”, podemos afirmar con rotundidad que la televisión es la vida, y que esta vida catódica es nuestra nueva realidad. Sencillo. Nada existe si no aparece en la televisión. Nada es real si no se incluye en la parrilla televisiva.
No me cansaré de ejercer de exégeta de nuestra nueva sociedad. Lo que consiguió Gutenberg allá por el siglo XV con su dichoso invento no es nada con lo que vamos a conseguir nosotros. El paso del libro manuscrito al libro impreso supuso la pérdida de poder para muchos. Ahí es nada. Pero nosotros podremos emprender una mayor revolución a través de nuestra telebasura, que muchos se empeñan en cubrir sólo de vulgaridad e interés económico. ¡Ilusos! La telebasura es nuestra mejor aliada. No sólo construimos la realidad desde el artificio, sino que realidad y ficción se confunden.
Fui educado en la época pretelevisiva. Ya saben la ingente cantidad de tormentos que tuve que soportar. Tuve que transitar por el estudio de los clásicos. ¡Qué horror! Uno de mis suplicios fue estudiar al gramático griego Aulas Gellius que pretendió definir a la persona humanista a partir de tres pilares: paideia, philantropia y techné. La paideia representaba los aspectos cognitivos de la persona. Todos debían aspirar a poseer ideas, valores y modos de expresión provenientes del mundo del arte y las letras. La philantropia expresaba lo valores emocionales de la persona. Algunos han intentando situar a la empatía en este segundo registro. Por último, la techné describía la competencia más técnica de la persona.
Posteriormente me encontré con personajes de todo tipo de pelaje a través de los libros. Me viene a la cabeza un psiquiatra austriaco del que gustaba uno de mis maestros . Sí, me parece que su nombre era Victor Frankl. Fue prisionero durante mucho tiempo en un campo de concentración nazi, a mitad del siglo XX. Se le ocurrió pronunciar la siguiente afirmación: “El interés principal del hombre no es encontrar el placer o evitar el dolor, sino encontrarle un sentido a la vida”. Menuda memez. Afortunadamente sabemos en nuestra sociedad que lo de menos es encontrar sentido a nada. Es más, si ese sentido transciende a nuestra propia naturaleza, menos interesante es para nosotros.
He de decirles que de aquellos vientos nos encontramos con estas tempestades. Así, todo lo que olía a interés verdadero por la dignidad del hombre, utilizaba el adjetivo de humanista.
Menuda dictadura a la que hemos sido sometidos. Todos ellos creían que la defensa de la dignidad de un solo hombre era la única garantía de perdurabilidad de todos. Qué error. Nuestra sociedad nos muestra que nuestra mejor defensa, puede ser en muchas ocasiones el ataque a los más débiles. El objeto de nuestra defensa sólo puede ser la salvaguarda de la propia. No existen causas nobles como nos han querido vender durante tanto tiempo.
Hemos sobrevivido al humanismo. De qué sirve apostar por un hombre íntegro, con principios, que guste y defienda al resto, y que su contribución la considere necesaria toda una sociedad. Defendemos al hombre frágil, que en algún momento pueda ostentar posiciones de poder. Que sólo se interese de él, y que muestre su sinsentido como sentido de su existencia.
Para no sucumbir ante los últimos estertores del humanismo, debemos seguir interesándonos por mostrar lo más ruin de la intimidad de las personas. Debemos poner altavoces a los que desprecian las causas comunes. Ayudar a hacer frágiles las instituciones más humanas, debe ser uno de nuestros objetivos. Mantenernos fuertes en lo vulgar y en lo políticamente correcto, debe ser uno de nuestros principales lemas. Leamos a los guionistas de televisión y abandonemos a los clásicos. Bebamos de los “reality show” como personas sedientas. Alcemos a la cumbre a las lenguas despreciativas. Premiemos a los necios, haciéndoles creer que son sabios. ¡Olvidemos a los humanistas de una vez por todas!
Nuestro empeño no debe decaer. Un humanista sólo entre nosotros es una grave amenaza. Sus cantos pueden alcanzar a otros corazones. Si encontraran eco sus palabras, muchos pensarían que todavía la dignidad del hombre merece una nueva oportunidad. Y eso sería una catástrofe. Nuestra sociedad no necesita de humanismo ni de hombres. Hemos sobrevivido al humanismo. O sea.