Friday, November 25, 2005

Sobrevivir al humanismo


La sentencia de muerte al humanismo está dictada. Hemos estado esperando mucho tiempo. Los últimos años, por no decir meses, han acelerado el proceso. No podía ser de otra forma. Necesitábamos esa promesa de ejecución. Nuestra sociedad se merecía esa sentencia. Tanto trabajo, tan duro, y por fin hallamos luz al final del túnel. Humanismo y humanistas no serán otra cosa que conceptos históricos. ¡Qué respiro! No podía existir mayor amenaza para nuestras democracias y nuestra convivencia común que la de unos hombres con capacidad crítica que no adoraran efectivamente al propio hombre.
Nuestra actual sociedad es merecedora de todo tipo de halagos. No lo duden. Hemos tenido que resistir con fiereza los ataques de los nuevos bárbaros. Hombres y mujeres que señalaban que mucho de lo bueno de lo que disfrutamos en la actualidad procedía de nuestros antepasados greco-latinos. Memeces. Nuestra realidad es actualmente nuestro bien preciado. Lo valioso sólo se puede encontrar en nuestras vidas. La verdad son nuestras vidas, y por tanto ellas son la realidad. Nada nos transciende, por favor. Así cuando observamos la vida en directo, como se nos dice en nuestra Academia “Gran Hermano”, podemos afirmar con rotundidad que la televisión es la vida, y que esta vida catódica es nuestra nueva realidad. Sencillo. Nada existe si no aparece en la televisión. Nada es real si no se incluye en la parrilla televisiva.
No me cansaré de ejercer de exégeta de nuestra nueva sociedad. Lo que consiguió Gutenberg allá por el siglo XV con su dichoso invento no es nada con lo que vamos a conseguir nosotros. El paso del libro manuscrito al libro impreso supuso la pérdida de poder para muchos. Ahí es nada. Pero nosotros podremos emprender una mayor revolución a través de nuestra telebasura, que muchos se empeñan en cubrir sólo de vulgaridad e interés económico. ¡Ilusos! La telebasura es nuestra mejor aliada. No sólo construimos la realidad desde el artificio, sino que realidad y ficción se confunden.
Fui educado en la época pretelevisiva. Ya saben la ingente cantidad de tormentos que tuve que soportar. Tuve que transitar por el estudio de los clásicos. ¡Qué horror! Uno de mis suplicios fue estudiar al gramático griego Aulas Gellius que pretendió definir a la persona humanista a partir de tres pilares: paideia, philantropia y techné. La paideia representaba los aspectos cognitivos de la persona. Todos debían aspirar a poseer ideas, valores y modos de expresión provenientes del mundo del arte y las letras. La philantropia expresaba lo valores emocionales de la persona. Algunos han intentando situar a la empatía en este segundo registro. Por último, la techné describía la competencia más técnica de la persona.
Posteriormente me encontré con personajes de todo tipo de pelaje a través de los libros. Me viene a la cabeza un psiquiatra austriaco del que gustaba uno de mis maestros . Sí, me parece que su nombre era Victor Frankl. Fue prisionero durante mucho tiempo en un campo de concentración nazi, a mitad del siglo XX. Se le ocurrió pronunciar la siguiente afirmación: “El interés principal del hombre no es encontrar el placer o evitar el dolor, sino encontrarle un sentido a la vida”. Menuda memez. Afortunadamente sabemos en nuestra sociedad que lo de menos es encontrar sentido a nada. Es más, si ese sentido transciende a nuestra propia naturaleza, menos interesante es para nosotros.
He de decirles que de aquellos vientos nos encontramos con estas tempestades. Así, todo lo que olía a interés verdadero por la dignidad del hombre, utilizaba el adjetivo de humanista.
Menuda dictadura a la que hemos sido sometidos. Todos ellos creían que la defensa de la dignidad de un solo hombre era la única garantía de perdurabilidad de todos. Qué error. Nuestra sociedad nos muestra que nuestra mejor defensa, puede ser en muchas ocasiones el ataque a los más débiles. El objeto de nuestra defensa sólo puede ser la salvaguarda de la propia. No existen causas nobles como nos han querido vender durante tanto tiempo.
Hemos sobrevivido al humanismo. De qué sirve apostar por un hombre íntegro, con principios, que guste y defienda al resto, y que su contribución la considere necesaria toda una sociedad. Defendemos al hombre frágil, que en algún momento pueda ostentar posiciones de poder. Que sólo se interese de él, y que muestre su sinsentido como sentido de su existencia.
Para no sucumbir ante los últimos estertores del humanismo, debemos seguir interesándonos por mostrar lo más ruin de la intimidad de las personas. Debemos poner altavoces a los que desprecian las causas comunes. Ayudar a hacer frágiles las instituciones más humanas, debe ser uno de nuestros objetivos. Mantenernos fuertes en lo vulgar y en lo políticamente correcto, debe ser uno de nuestros principales lemas. Leamos a los guionistas de televisión y abandonemos a los clásicos. Bebamos de los “reality show” como personas sedientas. Alcemos a la cumbre a las lenguas despreciativas. Premiemos a los necios, haciéndoles creer que son sabios. ¡Olvidemos a los humanistas de una vez por todas!
Nuestro empeño no debe decaer. Un humanista sólo entre nosotros es una grave amenaza. Sus cantos pueden alcanzar a otros corazones. Si encontraran eco sus palabras, muchos pensarían que todavía la dignidad del hombre merece una nueva oportunidad. Y eso sería una catástrofe. Nuestra sociedad no necesita de humanismo ni de hombres. Hemos sobrevivido al humanismo. O sea.

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