Wednesday, November 09, 2005

San Juan de la Cruz en El Quijote


Las horas del reloj de la iglesia del Salvador en Úbeda (Jaén) marcaban las 12 de la noche, invitando al paso del 13 al 14 de Diciembre de 1591. Un fraile salió de la celda en la que se encontraba Fray Juan de la Cruz, para tocar a maitines. Al oír las primeras campanadas el fraile enfermo preguntó: “¿a qué tañen?”. Tras escuchar la respuesta, exclamó “Gloria a Dios, que al Cielo los iré a decir”. Acto seguido, puso sus débiles labios en un crucifijo que sostenía entre sus manos y musitó: “Señor en tus manos encomiendo mi espíritu”. Inclinó su cabeza y al momento expiró. Su frágil cuerpo repleto de llagas, maloliente, comienza en ese momento a despedir un olor a rosas. [1]
Todo eso ocurría en Úbeda, mientras los carmelitas descalzos del convento de La Peñuela, de donde había partido hacía unas semanas, acuden a su iglesia. Van extrañados al oír el sonido de las campanas en una hora tan inusual. Allí encuentran al ya santo, celebrando la Santa Misa ayudado por un ángel quien, con un gesto bien expresivo, invita al recogimiento a los sorprendidos religiosos, que aún no conocían la noticia.[2]
Dos años después de su muerte, sus restos mortales salieron de Úbeda con destino a Segovia. Este traslado estuvo rodeado de una serie de misteriosos elementos que favorecieron su inclusión en la novela española por excelencia, Don Quijote de la Mancha.[3]
Dos gigantes de las letras españolas contemporáneos que se encuentran: el carmelita protagonista por excelencia de la poesía espiritual del siglo XVI y el maestro de la novela moderna, San Juan de la Cruz y Miguel de Cervantes. De este encuentro intelectual inopinado queremos dar cuenta en este trabajo. Dejar constancia de la verdad histórica presente en el mismo es uno de nuestros objetivos ; también queremos aprovechar ese encuentro para dar fé de los últimos días de San Juan de la Cruz. En un encuentro de médicos escritores estamos obligados a conciliar historia, literatura, arte y medicina, ese es nuestro propósito final.
Los médicos debemos mucho a Cervantes, que nos reconoció siempre como personas doctas. Ha existido una polémica durante mucho tiempo, que aun permanece, a propósito del porqué a los médicos, no siendo en muchos casos doctores, se nos denomina de esa forma. Casi siempre estas críticas han partido de otros profesionales liberales a los que no se las ha reconocido desde un principio por la sociedad como doctos. Pues bien, con el significado de “médico” ya lo usa Cervantes, que pone en boca de Sancho: “Vea el señor doctor de cuantos manjares hay en esta mesa, cuál me hará más provecho y cuál menos daño”.
Doctor es forma comparativa del adjetivo latino “doctus” (entendido), con el significado de “más entendido que otros”. En última instancia deriva del verbo “docere” (enseñar). El doctor era poseedor del más preeminente grado académico de una universidad para enseñar una ciencia o un arte.
Así que la historia y la literatura, como no puede ser de otra forma, zanja una de las polémicas que nos persiguen a los galenos.
Adentrémonos en el tema.



“De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo, y de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos famosos”.

Es en el capítulo XIX del libro primero de “Don Quijote de la Mancha”, titulado “De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo, y de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos famosos”, donde parece con toda seguridad que Don Miguel de Cervantes hace referencia al traslado de los restos del santo carmelita San Juan de la Cruz, que había fallecido en Úbeda en Diciembre de 1591, y era trasladado a Segovia dos años más tarde.

Así el ingenioso hidalgo se encontró con la comitiva fúnebre en Sierra Morena. En ese lugar, Don Quijote al ver ese singular grupo humano les espeta a que se identifique, pensando que se encontraba ante una nueva aventura. Éstos por llevar prisa desatienden la llamada del caballero, hecho que hace que arremeta contra ellos y atrape a uno de sus miembros que quedó malherido. Éste le reveló que se trataba de un cortejo fúnebre de una persona estimada y buena y que procedían de Baeza. La aparición de esta nueva ciudad jienense, viene a indicar que como parece que sucedió, fue en esa ciudad cercana a Úbeda donde se organizó el traslado para evitar la alarma de los vecinos, quienes hubieran podido hacer peligrar la misión como en otras ocasiones pretéritas.
Resulta curioso que es en ese mismo capítulo del libro, tras el suceso narrado, donde por primera vez quiere el hidalgo manchego que se le llame: “El Caballero de la Triste Figura”. Le dice a Sancho: “Y así, digo que el sabio ya dicho te habrá puesto en la lengua y en el pensamiento ahora que me llamases “El Caballero de la Triste Figura”, como pienso llamarme desde hoy en adelante; y para que mejor me cuadre tal nombre, determino de hacer pintar, cuando haya lugar, en mi escudo una muy triste figura”.
No sabemos a ciencia cierta, si Miguel de Cervantes se refería al traslado del santo carmelita o no en ese capítulo de “El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha”, pero sí tenemos muchos elementos, que a continuación exponemos, que hacen muy verosímil esta hipótesis.



Cervantes en Andalucía

El 12 de Diciembre de 1584 Miguel de Cervantes Saavedra contrajo matrimonio con Catalina de Salazar y Palacios. Se celebró el enlace en la localidad de Esquivas, residencia de la esposa. Catalina contaba con 19 años y Cervantes con 37. Es en esa localidad donde establecieron su primer hogar.
Transcurre el mes de junio del año 1587 cuando Miguel de Cervantes se traslada por motivos laborales a Sevilla. La amistad que le une al autor de comedias Tomás Gutiérrez le facilitará el hospedaje en una pensión de lujo que éste poseía en la sevillana calle de Bayona, junto a la catedral. Hasta el mes de septiembre Miguel no comenzará su primera misión como comisario para requisar el abastecimiento necesario en la expedición naval de la “Armada Invencible” que Felipe II enviaría contra los ingleses. Su escasa paga, de tan sólo doce reales al día, junto con lo comprometido de sus solicitudes, pues no tenía ni respaldo ni capacidad de maniobra, harán que la labor de Miguel sea poco apacible. Su primer destino será Écija. Los campesinos son reticentes a entregar su trigo, tanto por la pobre cosecha de ese año como por la informalidad del posterior pago de la mercancía, que solía retrasarse varios meses. Ante las continuas negativas, Miguel decidirá confiscar el trigo, lo que provocará la inmediata excomunión por parte del vicario general de Sevilla. Gracias a la oportuna intervención de Diego de Valdivia, adjunto al comisario general nombrado por Felipe II, se llega a un acuerdo con las autoridades locales para requisar parte del trigo previsto. A continuación, y junto a Valdivia, Miguel se trasladará a la villa cordobesa de La Rambla, donde, ya en solitario, deberá emplear medidas represivas como arrestos, cárcel, etc. Todo esto, tras su visita a diversos pueblos de la provincia, provoca de nuevo su excomunión, esta vez por el vicario general de Córdoba. Es Navidad y, ya de regreso en Sevilla, recibe noticias de Madrid, aunque no los fondos prometidos por sus leales servicios. Tendrá que conformarse con las felicitaciones de Valdivia y entretenerse con los rumores sobre los devaneos y vaivenes del ya renombrado Lope de Vega. Mientras, en Lisboa, se demora la partida de los navíos de la “Armada Invencible”. El 22 de febrero de 1588, Miguel recibirá una misiva por parte del comisario general que viene a confirmar su satisfacción por el voluntarioso trabajo realizado, y se le asignará una nueva comisión como recompensa. Comienzan de nuevo sus viajes. En esta ocasión tienen como objeto las requisas de aceite a los campesinos, con los que, por su continuo trato, llegará a conocer en profundidad. Miguel aprovecha la experiencia para amontonar gran cantidad de observaciones que en el futuro conformarán buena parte de sus Novelas Ejemplares y del Quijote.Ya en Sevilla, sumergido en grandes preocupaciones por la ausencia de su salario y por las deudas adquiridas con los campesinos, cuyas indemnizaciones sumaban 120.000 maravedís, Miguel sabrá del fallecimiento de su suegra, Catalina de Palacios, el primero de mayo. Ésta, que guardaba aún el rencor por la escapada de Miguel, le otorgará en herencia todas las deudas que acumulaba, valoradas en aproximadamente 200.000 maravedís. Miguel entonces recibe una nueva comisión que le hará partir a mediados de junio. Establecido de nuevo en Écija, recibirá el anuncio de la llegada a Madrid de parte de los subsidios de las requisas, pero esta noticia no conseguirá solventar los problemas de Miguel. El enfrentamiento con los proveedores, campesinos enojados por la negativa a su dinero, así como los gastos de manutención de un ayudante y la pérdida, por su incorrecta conservación, del trigo requisado en el año anterior, acrecientan sus preocupaciones. Incluso los campesinos ricos decidirán levantar acusación contra Miguel por malversaciones, aunque tendrán que acabar por reconocer su buen obrar. Mientras, llegarán los ecos de exitosos resultados de la “Armada Invencible”, éxitos de los que la opinión pública guarda sus reservas. Esta situación la reflejará Miguel en una oda de torpes versos. Ya una vez conocidos los verdaderos resultados del enfrentamiento, que fueron desastrosos, compondrá una segunda oda en la que apelará al sentido patriótico. A principios de 1589, con motivo de las revisiones de cuentas que se venían realizando, sus superiores comparecerán en Madrid. Miguel continuará sus viajes entre Écija y Sevilla hasta junio. A partir de este mes se le conoce una operación financiera realizada en Sevilla que bien pudo partir de los resultados de su afición al juego.Establecido a orillas del Guadalquivir, parece verse a un hombre cansado de los continuos viajes. Antes de decidirse a volver a Esquivias con su esposa, o a Madrid con su hermana, Miguel escribirá una demanda al Consejo de Indias solicitando algún oficio en aquel destino. Será en esta diligencia donde firme por primera vez con el segundo apellido, Saavedra, sacado de sus antepasados, y que utilizará para dar nombre a varios personajes de sus obras. La negativa a la petición realizada será tajante: “busque por acá en qué se le haga merced”. Como tampoco le llegaba el total del dinero para saldar las deudas de las requisas, formulará una queja que provoca su inmediata convocatoria a Madrid con el fin de aclarar sus cuentas. Guevara, ya depuesto de su cargo, es sustituido por Pedro de Isunza. Éste le destinará a Jaén en 1591. Debe requisar trigo y aceite, y para tal menester se dirige a Úbeda, Baeza y Andújar. En tierra jieneneses, el ayudante de Miguel cometerá un atropello en las requisas realizadas a un campesino, el cual, reclamará directamente a Isunza 600.000 maravedís. Miguel es considerado responsable y deberá preparar su defensa contra las acciones legales que el campesino realiza en Madrid.
Podemos atrevernos a decir que es en esta época cuando Miguel de Cervantes por su trabajo puede conocer de primera mano el fallecimiento del santo carmelita en la ciudad de Úbeda. La muerte de San Juan de la Cruz fue un acontecimiento de primer orden social, que movilizó a gran parte de la gente piadosa de esa comarca en torno a sus exequias.De vuelta a Sevilla partirá a finales de septiembre de 1592 a Castro del Río. Mientras, en Madrid Guevara morirá antes de conocer su sentencia y sus ayudantes serán colgados. En este contexto, Miguel será encarcelado por orden del corregidor de Écija. Isunza acude en su ayuda y, tras conseguir su liberación, ambos comparecerán en Madrid. Miguel asume todas las responsabilidades e Isunza, notablemente afectado por la acusación, fallecerá poco tiempo después. El Consejo de Guerra prestó su apoyo a la causa de Cervantes. De vuelta en Sevilla, no comenzará de nuevo su trabajo hasta el verano de 1593. Antes de que termine el año, sabrá de la muerte de su madre, doña Leonor, que con 73 años empezaba a disfrutar de una vida desahogada por el matrimonio de su hija con un rico italiano. En junio de 1594, terminará la campaña de requisas y serán aprobadas sus cuentas.
Volvamos a la muerte de San Juan de la Cruz. Tras el fallecimiento del carmelita descalzo, la ciudad de Úbeda acudió en masa a sus funerales y al entierro. Las crónicas cuentan que la muchedumbre allí congregada se abalanzó sobre el cadáver y quisieron arrebatarle todo lo que llevaba encima, para conservarlo de reliquia: la mortaja, el hábito, el escapulario, hasta mechones de su cabello, fragmentos de sus uñas e incluso parte de su carne llagada.
Los restos mortales del santo fueron sepultados en el oratorio conventual de los Carmelitas Descalzos en Úbeda.
Doña Ana Peñalosa, amiga del santo, y su hermano Luis, hicieron las gestiones necesarias ante el rey y el vicario general, padre Doria, para que le autorizaran el traslado del cuerpo del santo al convento de Segovia. Finalmente consiguieron la autorización.
Transcurría el año 1592, cuando una noche se presentaron en Úbeda, dispuestos a llevarse el cadáver. No pudieron, pero comprobaron que el cuerpo estaba incorrupto. Le cortaron el dedo índice derecho y echó sangre y se lo entregaron a doña Ana de Peñalosa. En 1593 se procede por fin al traslado definitivo ante la presencia del prior del convento y del comisionado real y pusieron el cuerpo en un baúl. Lo sacaron de noche del convento con sigilo y dando un rodeo para que nadie sospechara y pudiera crear problemas. Llegó a Segovia donde reposa definitivamente.
Ante la enérgica protesta de la ciudad de Úbeda, se iniciará un litigio por la custodia de los restos de San Juan, que no se saldará hasta 1607, con la devolución a Úbeda de una parte del cuerpo (las piernas), como reliquia que hoy se venera en el Oratorio del Convento Carmelita de Úbeda.
En 1593 Cervantes todavía se encontraba en tierras andaluzas por lo que con casi total seguridad pudo conocer los detalles de este traslado.
Confrontando estos datos biográficos de Cervantes con los de San Juan de la Cruz en tierras andaluzas estamos en disposición de asegurar casi con total seguridad, que el traslado del cuerpo del santo carmelita le sirvió al escritor universal para conformar parte del capítulo XIX del libro primero de su obra cumbre “Don Quijote de la Mancha”.
Una vez verificado el encuentro intelectual de ambos genios de la literatura, prosigamos con los últimos días de San Juan de la Cruz.



Último viaje a Andalucía de San Juan de la Cruz

El 1 de Junio de 1591, se reunió en Madrid el capítulo de los Carmelitas Descalzos. Este capítulo fue presidio por el Vicario General de la Orden, fray Nicolás de Jesús Doría, y asistieron los seis consiliarios, los provinciales y los socios de éstos. Entre los conciliares estaba el padre fray Juan de la Cruz que venía de Segovia.
Este capítulo no fue muy condescendiente con las tesis de fray Juan de la Cruz, pero se le presentó una nueva ocasión de evangelización. Se leyó en el mismo una comunicación de los Carmelitas Descalzos de México en la que pedían doce religiosos para aquellas tierras americanas. Nuestro fraile no dudó y se ofreció voluntario a ese nuevo destino. La ejecutiva del capítulo aceptó este ofrecimiento y le nombró presidente de los enviados al Nuevo Mundo.
El padre Doria pudo comprobar que fray Juan de la Cruz no quería volver a Segovia y dispuso que marchara a Andalucía. No le señaló convento alguno, dejándolo a su libre elección. De esta forma, estaría más cerca del puerto de donde tenía que salir rumbo a México.
Partió hacia Andalucía y llegó a La Peñuela, primer convento carmelita andaluz, con el que se encontraban los que venían desde Castilla.
Este lugar ya era conocido por el fraile. Se reencontró con él en el verano de 1591. Los frailes que vivían en él se sintieron muy honrados con su presencia, y de esta forma fray Juan de la Cruz pidió permiso al Provincial, padre Antonio de Jesús, para permanecer allí. Éste asintió.
[4]
Tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212), gran parte de Sierra Morena había quedado abandonada y deshabitada. Linares, ciudad próxima, había estrenado su privilegio de Villa en 1564, y se le asignaban las tierras fronterizas con el camino real cercano a este enclave. Don Alonso Sánchez Chacón, vecino de Baeza, a la muerte de su esposa, se retiró a su propiedad de la Peñuela, cercana a Las Navas de Tolosa. Esta propiedad quedaba en término de Baños, lindando con el de Linares, aunque sabemos que sus propietarios eran de Baeza. Era una especie de nódulo baezano enquistado dentro del término de Linares y Baños.
La misma etimología del nombre del convento nos descubre un lugar donde abundaban las piedras de mediano tamaño, en contraposición con los grandes afloramientos de rocas que emergen al norte de La Peñuela. Se trataba de un pequeño grupo de casas, en un lugar solitario y tranquilo en las estribaciones de Sierra Morena, propicio para el retiro y la oración. Estaba perfectamente comunicado a través del camino real. El padre Núñez Marcelo fue el padre espiritual de la pequeña comunidad religiosa nacida en torno a esas casas. Esta comunidad fue creciendo con la llegada de nuevos religiosos, y sobre todo cuando el padre fray Gabriel de la Concepción, natural de aquella zona, aceptó el hábito carmelita.
[5]
Pasados los años, es en este enclave geográfico donde el rey Carlos III, decide establecer las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, y funda su capital, La Carolina en 1767.

Enfermedad de San Juan de la Cruz

En la pequeña celda del convento de Jesús María del Monte de la Peñuela, fray Juan de la Cruz escribe a su amiga Doña Ana de Peñalosa, el 21 de Septiembre de 1591, lo que sigue:
“Mañana me voy a Úbeda a curar de unas calenturillas que, como ha más de ocho días que me dan cada día y no se me quitan, paréceme habré menester ayudar de medicina; pero con intento de volverme luego aquí que cierto, en esta santa soledad me hallo muy bien”.
Sabemos que no pudo volver más a La Peñuela, no regresaría más a esa soledad, a ese silencio creador.
Han llegado hasta nuestros días algunos datos importantes sobre la enfermedad del carmelita, que describía a su amiga como de calenturillas.
En su serrano retiro, fray Juan de la Cruz comenzó a sentir un malestar de calenturas, que parecían proceder de la inflamación de su pierna derecha. El reformador no se preocupó en un principio de su mal, pero el empeoramiento de su cuadro y la petición por parte de sus hermanos de que debe acudir a un médico, hacen que tome la decisión de ponerse en manos de un galeno.
Es significativo que en esos días otro hermano suyo de La Peñuela había caído con el mismo mal. Les proponen a ambos que partan a curarse a Baeza. Esta ciudad es a la que acudían los enfermos del convento de Jesús María del Monte de La Peñuela, ya que en el mismo carecían de médicos y medicinas. Fray Juan se resistió en un principio, pero sobre todo tenía claro que a Baeza no iba a partir. Le comentó al otro fraile enfermo que él iría a Úbeda ya que en esa ciudad no era conocido, cosa que no ocurría en Baeza. El hermano aceptó su decisión y le acompañó a esa ciudad.
Llegaron a Úbeda, y a los pocos días, la enfermedad de fray Juan de la Cruz se declaró con toda su intensidad. Su pie inflamado había empeorado y se le habían formado cinco llagas.
[6]
Fue atendido por el cirujano Ambrosio de Villareal[7], que se vio obligado a sajar la pierna enferma. No utilizó en exceso los calmantes, y según parece su tijera fue generosa en su corte. Se cuenta que el fraile enfermo comentó: “¿Qué ha hecho vuestra merced, señor licenciado?”. “Hele abierto a vuestra reverencia el pie y la pierna, y me pregunta qué le he hecho”, contestó don Ambrosio. Fray Juan le dijo al hermano enfermero Diego de Jesús: “Si es menester cortar más, corte y enhorabuena y hágase la voluntad de mi señor Jesucristo”.
Su evolución fue cada día peor. Los medios terapéuticos que podían utilizarse en aquella época eran muy escasos. Desgraciadamente los antibióticos no se conocían.
El cuerpo del enfermo parecía un retablo de dolores. Su enfermedad no se limitaba a las piernas llagadas, se había propagado a la espalda y un tumor se había abierto en ella. Las múltiples llagas, su debilidad y el dolor le impedían cambiar de postura. Colgaron del techo una soga que caía sobre la cama, y asido a ella podía moverse algo.
Al enfermo se le escuchaba en ocasiones decir: “más paciencia, más amor, más dolor”.
La evolución fue cada vez peor, su enfermedad se generalizó a todo su cuerpo y finalmente fray Juan de la Cruz fallece el sábado 14 de Diciembre de 1591 en Úbeda.
En Noviembre de 1992, un año justo después de la celebración del cuarto centenario de su muerte, se dieron a conocer las conclusiones derivadas del estudio del cuerpo del santo realizado por un grupo de científicos.
Este estudio aclaró definitivamente la enfermedad y la causa de la muerte del santo carmelita.
El trabajo fue realizado por Nazareno Gabrielli, químico y director del laboratorio de Museos Vaticanos, María Venturini, Máximo Benedettucci, arquitecto, y Ezio Fulcheri, anatomopatólogo. El estudio concluía que San Juan de la Cruz murió debido a una erisipela que apareció en su pierna derecha, y que degeneró en una septicemia. A pesar de que su pierna fue cuidada por un cirujano, parece ser que ésta no pudo cicatrizar por la entidad propia de la enfermedad y por la debilidad del enfermo, fruto de sus continuados ayunos.
[8]
La erisipela era una enfermedad muy frecuente antes de la era antibiótica. Los estreptococos son patógenos casi exclusivamente humanos, y prácticamente el hombre es su único reservorio. El contagio habitualmente se realiza por el contacto con otras personas afectadas de piodermitis estreptocócica.
Estos hechos nos hacen lanzar una hipótesis sobre el origen de la enfermedad del santo en La Peñuela. Era conocida la afición que tenía fray Juan de la Cruz por trabajar en la huerta del convento junto al hermano Cristóbal, por lo que en esas tareas pudo fácilmente ocasionarse diversas lesiones en las piernas, en forma de pequeñas heridas. Éstas son necesarias para la posterior infección por el estreptococo. Conocemos que en esas fechas también existían otros frailes con males semejantes a los de fray Juan de la Cruz. Podemos pensar que nuestro santo se contagió de alguno de sus compañeros enfermos. De esta forma, es muy plausible que adquiriera conforme a nuestra hipótesis la erisipela el santo carmelita.




Su fama de santidad

La fama de santidad del carmelita descalzo se extendió por la comarca de La Peñuela antes incluso de iniciarse su proceso de beatificación que culminó en 1675 por el Papa Clemente X y de su canonización en 1726 por el Papa Benedicto XIII.
En la época colonial, donde nace La Carolina en el siglo XVII, se mantuvo la devoción al “santico”, no sólo auspiciada por algunos carmelitas que quedaron en las colonias, sino por la dimensión de santidad que se fue ganando. Años después, en fecha incierta, fue proclamado Patrón de La Carolina. También es Patrón de la localidad, San Carlos Borromeo, que el intendente Olavide propuso al gobierno de las Nuevas Poblaciones en honor de su fundador Carlos III.
En los últimos años, pese a haberse trasladado su festividad al 14 de Diciembre, aniversario de su muerte, La Carolina mantiene la fecha tradicional de 24 de Noviembre, o la traslada al fin de semana más inmediato a ese día, según costumbre impuesta en los últimos años con las fiestas de carácter religioso.
[9]
El santo carmelita pese a su escasa obra literaria ha sido reconocido por la Iglesia como Doctor de la misma.
Desde 1952 los poetas hispanos lo tenían como patrón, pero es el 8 de Marzo de 1993 cuando el anterior Santo Padre Juan Pablo II aprueba canónicamente ese título. En el documento papal para tal efecto se le llama “varón insigne en santidad, sabiduría y mística doctrina, heraldo de Dios y lumbrera de la Iglesia, autor en lengua española de poemas admirables que mueven el ánimo de quienes los oyen o leen hacia la suprema Hermosura, la eterna Verdad y el infinito Bien”.
[1] Posiblemente el relato de los últimos instantes de la vida de San Juan de la Cruz estuvieron narrados de forma novelada con algún elemento de ficción por uno de los grandes y primeros biógrafos del santo carmelita, Crisógono de Jesús, aunque es verdad que así es como han quedado reflejados estos momentos en la tradición popular que llega hasta nuestros días.
[2] El milagro que aquí relatamos fue plasmado en un lienzo por Emilio Sánchez Sola, que se halla en la actual ermita dedicada a San Juan de la Cruz que actualmente existe en La Carolina (Jaén).
[3] Así lo creen diferentes autores, como Carlos Sánchez-Batalla Martínez en su libro “La Carolina en el entorno de sus colonias gemelas y antiguas poblaciones de Sierra Morena”, que consideran que Miguel de Cervantes incluye el traslado del cuerpo del santo carmelita en el capítulo XIX de su libro primero de su universal obra. El capítulo se titula “De las discretas razones que Sancho pasaba con su amo, y de la aventura que le sucedió con un cuerpo muerto, con otros acontecimientos famosos”.
[4] Este hecho queda muy bien reflejado en el libro de Miguel Gil Sandoval, titulado “Vida de Nuestro Santo Patrón San Juan de la Cruz”, La Carolina 1.990.
[5] Si está interesado el lector en profundizar en el origen de esta convento y como éste fue el germen para la posterior fundación de La Carolina, recomendamos vivamente los tres volúmenes titulados “La Carolina en el entorno de sus colonias gemelas y antiguas poblaciones de Sierra Morena” de Carlos Sánchez-Batalla Martínez. El Prof. Sánchez Batalla con toda seguridad sea una de los más importantes historiadores de esta zona.
[6] Algunos de sus biógrafos describen que estas llagas tenían forma de cruz y que al fraile le recordaban las cinco llagas del Redentor.
[7] Este dato sólo lo he podido confirmar en un informe que aparece en www.comayala.es/Libros/sjdlc/figura4.htm, que aunque hace referencia constante como fuente a la biografía del santo del Padre Crisógono, no detalla en concreto la fuente de donde sale el nombre del cirujano que atendió al santo carmelita.
[8] De esta noticia se hizo eco la mayoría de la prensa nacional e internacional. Yo pude leerla en esa época en el periódico madrileño “Abc”. Según esta fuente, el anterior Santo Padre Juan Pablo II, gran admirador del santo español, fue uno de los grandes impulsores de esta investigación.
[9] Este trabajo quiero dedicárselo a mis padres Carmen y Prudencio, grandes carolinenses y sanjuanistas, atraídos más que por su poesía, por su santidad y poder de intercesión.

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