Saturday, November 05, 2005

Camacho, galácticos y otros relatos



El curso escolar ha comenzado. Cada vez más tarde, o más temprano. No lo sé. Polémicas rancias anuales. Que si el precio de los libros, que si la injusticia de poder acceder o no a un determinado centro educativo, que los uniformes son horteras, o que no han llegado las sillas todavía. Ninguna manifa reclamando que eduquen en los colegios. No sé si como antes se enseñaba, o si como se ha enseñado alguna vez. El caso es que en los colegios se educa poco. Pero que más da. Los niños al menos se quedan allí unas horas, ¿no? Pues eso.
No sé ahora donde se educa. Los colegios son menospreciados, las familias están tocadas en su línea de flotación y claro nuestros hijos aprenden de sus amigos. Sus amigos aprenden de la tele, de internet y de la calle. Y claro, así está el asunto. El mercado enseña a sus consumidores y suple nuestra falta de preocupación por la educación. La pela es la pela, y no entiende de chorradas. Por tanto, van al grano. Y mira por donde que los profesionales más creativos se dedican a eso. Que catástrofe sería para un país que estos mismos profesionales de la ilusión se dedicaran a hacer los guiones de los programas de la televisión, o ayudar a programar los cursos escolares. Así deben creerlo nuestros responsables. Un poquito de por favor, ¿no?
Mientras se acostumbran a su nueva clase, la vida nos da nuestra primera lección de este curso. Y nosotros con estos pelos, y sin haber puesto el nombre de nuestros hijos a sus nuevos libros y cuadernos. Qué mal.
La vida es el fútbol. Así lo creemos muchos. Que sería de nosotros sin él. Cuántos nos organizamos según el partido que televisan del Madriz. Cuánto nos une, cómo nos despeja, cómo nos hace gozar y sufrir, y ahora descubrimos que también dicta lecciones. Porque estábamos enzarzados en el sistema de juego del Madriz, y en eso que sale el sargento chusquero Camacho y se nos va. No sé si con sus axilas sudadas de macho ibérico fofo, pero sí con su cara de camarero perpetuamente cabreado.
En Mayo pasado asistí al programa de fútbol de mi admirado Paco Cañete en Canal Málaga. Me trató a cuerpo de rey. Recuerdo que me preguntó sobre si Camacho sería un buen entrenador para el Madriz esta temporada. Querido Paco, el vestuario del Madriz necesita otra cosa, no un sargento chusquero, respondí. Fui severamente reconvenido en mi crítica, no por mis contertulios sino por mi conciencia de histórico madridista, al que le cuesta censurar a Camachete. Lateral con el que crecí toda mi adolescencia y que adoré mientras llevaba el número tres de esa camiseta gloriosa. Y no les digo mi padre, que incluso le escribía cartas. Claro, mi padre era administrativo y ya se sabe.
Bueno, venga va. Voy al grano de la cuestión. Existen dos tipos de jefes, directivos o si quieren llámenlos entrenadores, coach o demás esnobismos al uso. Unos que deben trabajar con personas por la labor pero que no se caracterizan por su brillantez. Estos equipos, empresas, asociaciones de pesca, etc, pueden crecer en el ambiente de lo riguroso, lo estrecho, claro, conciso y no toleran mal los excesos de voz o testosterona, si es el caso, de sus jefes. Esta tipología de jefes obran muchos milagros de lo cotidiano, son flor de un día y sitúan sus conflictos en lo cercano. Al final estos entrenadores, necesitan cierto conocimiento, ganas de poseer bastón de mando, poca imaginación y previsiones de corto plazo. Todos saben en este tipo de equipos que cuando se acabe la racha se ha acabado y punto. No se les podía pedir más. Estos jefes son buena gente. Se dejan la piel, la voz, su tiempo y todo en la empresa. Cuidan de los suyos como nadie e incluso saben que su recompensa es precisamente el convivir con lo imperfecto y no sucumbir. Las críticas los espolean y no se rinden ante nada. Han obtenido los galones a base de trabajo y genio, son sargentos chusqueros. Su honor no es nunca mancillado. Olé.
Pero claro hay otros equipos, otras empresas y otros mundos. Equipos, empresas, asociaciones de amigos de la metafísica kantiana que desayunan a base de ingenio, almuerzan con la fantasía y cenan con la innovación. Sus días no son nunca iguales. Por sus trasgresiones diarias a la norma de lo correcto y lo esperado, duermen con nuevos retos y conviven con gente que los entienden. En el fútbol se les ha llamado galácticos. Un poco cursi, pero permitámoselo a los periodistas. Su galaxia es la de la superación constante pero sin excederse en las hormonas, prefieren las neuronas y el cultivo de la técnica. Claro, en eso que irrumpe un sargento chusquero entre ellos y no pueden entenderse. Hablan lenguajes diferentes. La historia del fútbol no se escribió nunca con las páginas de los grandes atletas o los sobraos de testosterona. El libro del fútbol se escribe con la trasgresión que cede la imaginación, con la jugada nunca hecha, el pase imposible y el gol bello. Lo sublime no necesita de voces, ansía nuevos retos y nuevas hazañas. Correr es de cobardes. Las mentes de los galácticos son las que deben volar. El resto vendrá por añadidura. El Madriz necesita de un entrenador silencioso, que acompañe a los jugadores y les haga las cosas fáciles. Esa tarea es muy complicada, ya que para dirigir un equipo o una empresa con mucho talento, hay que ser mucho más humilde que inteligente. Los protagonistas deben ser los artistas y nadie más. Eso es duro para un entrenador. Nuestro querido Camachete creyó que su honor fue mancillado. Dentro de los fallos que pueden afectar al general, según Sun Tzu en su “Arte de la Guerra”, se comenta que si uno tiene un sentido demasiado delicado del honor, puede caer en una trampa por obra de un insulto o una crítica. Algo de eso ha ocurrido con nuestro número tres metido a entrenador. Con el tiempo lo entenderá.
La salvación de nuestro Madriz depende de lo que siga soñando Zidane y sus amigos. A García Remón sólo le queda el silencio y la contemplación del talento, y si no se equivocará.
Lo que les decía, Camacho, galácticos y otros relatos. O sea.

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