Wednesday, November 09, 2005

Me aburre el parar, templar y mandar


“A mi modo de ver, estos términos (parar, templar y mandar) debieron completarse de esta forma: parar, templar, CARGAR y mandar”. Pues eso, me carga sobremanera la dichosa expresión. Claro, el bueno de Domingo Ortega, no le quería dar ese significado cuando pronunció esas palabras en el Ateneo de Madrid. A mí me sirven, así que.
El temple en los toros lo introdujo Don Juan Belmonte, aunque lo consolidó el torero intelectual, Don Domingo Ortega, pero ya no puedo más con él. No con el de la franela de la muleta, o la seda de la misma, sino con la versión descafeinada y políticamente correcta de la forma de casi todos los toreros actuales de estar frente a los toros.
Mi admirado Raúl del Pozo escribía hace 35 años, tras la gestas de “El Cordobés” en “Las Ventas” en Madrid, “qué viejo quedas, planteamiento, nudo y desenlace”, “ha muerto la lidia amanerada, sujeta a una normativa arcaica”. Parece que hemos regresado al pasado. No, por favor.
Por Dios, ¿es que no va haber ningún torero que le dé la vuelta a esto en el siglo XXI? ¿Vamos a seguir con Belmonte y Domingo Ortega? Van a continuar las plazas reuniendo a la burguesía, que lo mismo aplaude una verónica, que llora con una telenovela, o comenta su partida de golf con sus amigos. Eso sí, arregladitos todos y siguiendo las tendencias taurinas que dicta el “tomate”. Lo malo (o bueno) es que en esas plazas también se encuentran los buenos aficionados, cabreados de continuo y que se conforman con retazos, pases sueltos, y reprimen sus ganas de llorar. El no va más. Imaginen que uno pagara por las pinceladas sueltas y al aire de Picasso y no por un cuadro suyo concluido. ¡A dónde vamos a llegar!
La crítica taurina se mantiene amordazada. Primero no les cuesta el dinero, y eso ayuda a soportar cualquier “petardazo”, y hemos llegado a un punto donde no se sabe si el periodista es empresario, o autoridad, o todo en uno, y claro la crítica no les sale gratis. Críticos taurinos del mundo, salid de los burladeros del callejón, de los banquetes compartidos, de los “sobre-cogimientos”, y anhelad la distancia, sentiros llamados por la verdad, acercaros a las localidades de sol alto. Pocos dan credibilidad a sus palabras, sobre el papel, o a través de las ondas, y eso jode. La verdad tiene eso, se presenta sin pedir permiso delante tanto del entendido como del profano, y ya no necesita de intérpretes, se explica ella sola. Y entonces, muchos nos quedamos con el trasero al aire, y apelamos a la ignorancia de tantos.
Necesitamos toreros no domesticados, que rompan con las reglas, que hablen en los ruedos, aunque suspendan en un dictado. Que no den el perfil televisivo, que utilicen calcetines blancos y se jueguen la vida por dinero; ya tendrán tiempo de jugársela por realidades más elevadas. Que les importen tres pitos los tipos de toros, los críticos y los empresarios, e impongan su ley. El público será su defensor, la verdad será su fortaleza y yo su primer seguidor. Venga, a ver si hay huevos, con permiso de David Gistau.

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