CRÓNICAS DE LA MODERNIDAD
Francia asistió al nacimiento de la modernidad. Y no por mera casualidad. Ella permitió el desarrollo de las ideas que hicieron posible un cambio en el pensamiento político y en la concepción del arte. Sin acercarnos a Francia no podemos observar y estudiar el fenómeno de lo “moderno”. No sólo con Francia nos basta, pero sí que nos ayuda a entender estos complejos cambios que se dieron en las sociedades más avanzadas de la época.
En materia de ideas, desde el siglo XVII, y muy especialmente en Francia, la modernidad idolatraba a la razón. No en vano se convirtió en el símbolo, y se la personificó como la diosa en la época más confusa de la revolución francesa de 1789. Era la razón la que traía la autonomía del hombre. A ella se le debía la formulación de los Derechos Humanos, a la vez que asistía impávida a la triste realidad social de injusticia y desamparo de muchas personas. Esa fue la grandeza de aquella época que forzó a cambios profundos en las sociedades del momento en materia política.
Pero claro, la modernidad no sólo ha tenido vestimentas políticas. En materia artística el nacimiento de lo moderno aparece en el siglo XIX, y el poeta francés Charles Baudelaire es reconocido como su descubridor, como su padre. Utiliza el término en 1859, ya que necesitaba expresar lo que caracterizaba en aquella época al artista moderno.
En un verdadero ensayo precursor sobre el problema del arte en la modernidad, Baudelaire diría en 1863 que “la modernidad es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, que es la mitad del arte, cuya otra mitad es lo inmutable”. Continúa escribiendo que “el escritor debe reproducir la circunstancia en todo aquello que sugiera lo eterno, pues su ocupación reclama la capacidad de destilar lo eterno de lo transitorio”.
De esta forma, si se pretendía destilar lo eterno desde lo transitorio, el escritor debía tener una capacidad especial como espectador capaz de traducir la vida banal y cotidiana para trasladarla al ámbito de lo válido supratemporalmente mediante parábolas, metáforas y otras formas de expresión.
Lo efímero requiere la brevedad en el poema, reducirlo a apenas un apunte, e incluso en el relato, que se debe leer de corrido, sin interrupciones que distraigan la atención del lector y rompan su continuidad.
La poética de la modernidad era la del fragmento, donde se imponía el descuartizamiento de lo real para erigir, acto seguido, otra realidad con los pedazos encontrados.
Charles Baudelaire reaccionó contra el romanticismo imperante en su época. Él no admitía la inspiración, ni la imaginación, ni la improvisación. En ese aspecto era un clasicista. La poesía era para él un ejercicio, un esfuerzo con trabajo sistemático, equivalente al de un paciente artesano volcado permanentemente en pulir sus versos.
Hasta entonces la poesía se había centrado en lo bello, y el poeta francés pretendía demostrar que también lo feo tenía relación con lo estético.
No fue causalidad que Baudelaire tradujera al poeta norteamericano Poe. Con Poe la literatura comenzó a poblarse de antihéroes, de personas que deambulaban por las calles con sus sueños rotos. Baudelaire toma de Poe el culto a la noche, el gusto por lo decadente, por la estética de lo enfermizo y lúgubre. Ambos poetas compartieron su idea del fatalismo y del sentido de irreversibilidad del destino, que son rasgos que definen también a la modernidad.
Tras Baudelaire aparece una figura trascendental para la nueva poesía moderna francesa, Verlaine. Él publicó en 1884 “Les poètes mandits” (los poetas malditos). En esa publicación hacía referencia a los rasgos de las obras de los poetas franceses Corbiére, Rimbaud y Mallarmé. Nunca supuso la trascendencia posterior que tuvo esta denominación de poetas malditos en la historia de la literatura. Con esta denominación se intentaba agrupar a todos los poetas franceses que de una forma decidida había contribuido al desarrollo de la modernidad, y que se caracterizaban no sólo por lo novedoso de sus ideas y poética, sino por su forma de estar en la vida, a contracorriente de todas las corrientes establecidas y academicistas del momento.
Es interesante señalar la relación existente entre Baudelaire y Rimbaud, posiblemente los poetas franceses más representativos de lo moderno. El famoso soneto de “Las vocales” de Rimbaud y las formulaciones estéticas y técnicas de Mallarmé (ambos poetas malditos según Verlaine), tomaron su raiz en la teoría de la imagen poética esbozada por Baudelaire.
Pero es más, Verlaine, que como después veremos tuvo una importancia decisiva en la obra y vida de Rimbaud, fue reconocido por éste como el sucesor de Baudelaire.
Por tanto la modernidad literaria no puede entenderse sin Baudelaire-Verlaine-Rimbaud.
CHARLES BAUDELAIRE
El día 9 de Abril de 1821 nace en París, en la calle Hautefeuille nº 13, Charles-Pierre Baudelaire. Su padre, Joseph Francois, era un sacerdote secularizado de amplia cultura, profesor de dibujo, pintor y jefe de despacho de la Cámara de los Pares. Él fue quien le enseñó las primeras letras. Su madre, Carolina Archimbaut-Dufais, no había cumplido los treinta años cuando él nació. Hija de emigrantes franceses a Londres durante la revolución del 1793, enseñó inglés a su hijo.
Charles realmente fue criado por Mariette, sirvienta de la familia, a la que luego inmortalizó en el poema “A la sirvienta de gran corazón que te daba celos” de su conocido poemario “Las flores del mal”.
A la edad de 6 años muere su padre. Su madre cambia de domicilio y a los veinte meses de enviudar, contrae matrimonio con el comandante Jacques Aupick, vecino suyo de cuarenta años, que era oficial y que posteriormente llega a ser el general comandante de París.
Su nueva situación familiar produjo un importante impacto emocional en Baudelaire, ya que él lo vivió en cierta manera como un abandono, manifestando siempre aversión por su padrastro con el que nunca llegó a trabar buenas relaciones.
La familia se traslada a Lyon, y Charles inicia sus estudios en el Colegio Real de Lyon, de cuyo ambiente no guardará buen recuerdo.
En 1836 su padrastro asciende a general y regresan a París. Allí el niño es internado en el Colegio Louis-le-Grand. Allí comienza a leer a Sainte-Bauve, a Chenier y a Musset, entre otros. Es expulsado del colegio, pero en Agosto finalmente obtiene el titulo de bachiller superior.
En 1840, con 19 años, se matricula en la Facultad de Derecho, y comienza a frecuentar a la juventud literaria del Barrio Latino y entabla sus primeras amistades con Gustave Le Vavasseur y Ernest Prarond. También conoce a Gérard de Nerval, Theodore y a Balzac. Empieza a publicar en los periódicos en colaboración y anónimamente. Intima con Louis Menard, dedicado a la vivisección de animales y a la taxidermia.
Es en esta fase de su vida cuando vive de forma disipada, con continuos choques con la familia, consumiendo drogas, frecuentando prostíbulos, y llevando lo que se vino en llamar una vida bohemia.
Mantuvo una extraña relación con una prostituta judía del Barrio Latino llamada Sarah, a la que denominaba Louchette por su estrabismo, y que probablemente le contagió la sífilis al poeta. Sarah aparece en el poema “Una noche que estaba junto a una horrible judía”, en “Las flores del mal”.
La conducta desordenada del joven mueve a sus padres a intentar distanciarle de los ambientes bohemios de París. Le envían a Burdeos para que embarque en el paquebote Mares del Sur, al mando del comandante Saber, en una travesía que había de llevarle a Calcuta y que duraría dieciocho meses. En el viaje las relaciones del joven con la tripulación no son sencillas, y asustado el comandante del barco por el impacto psicológico que estaba sufriendo Charles, decide enviarlo de regreso a Francia desde la Isla Reunión.
En 1842, nuevamente en París, entabla amistad con Thèophile Gautier y Thèodor de Banville. Alcanza la mayoría de edad y percibe la herencia paterna de 75.000 francos y se independiza. Abandona el hogar familiar y se instala en un pequeño apartamento.
Reanuda su vida bohemia y vuelve al ambiente de los bajos mundos. En esta época, 1843, conoce a Jeanne Duval, actriz mulata que representaba un papel muy secundario en un bodevil del Teatro Partenón . Baudelaire la apoda la “Venus negra”, y mantiene con ella una apasionada, intensa y difícil relación sentimental. Casi con toda seguridad le transmite la sífilis, y ya enferma es retratada por Manet en un espléndido cuadro que se conserva en la actualidad en un museo de Budapest. Esta señora desempeña un papel fundamental en la vida del poeta, y probablemente podamos decir con seguridad que parte de sus mejores poemas son paradójicamente fruto de esta difícil relación.
Dilapida la herencia y contrae numerosas deudas , por lo que su madre y su padrastro el general Aupick obtienen en 1844 de los tribunales que sea inhabilitado y su dinero sea administrado por su padrastro.
Charles Baudelaire colabora de forma anónima con diferentes periódicos y se dedica a la crítica artística. En esta época publica en 1846 algunos ensayos, llenos de sensibilidad y penetración, bajo el título “Los Salones”.
Baudelaire escribió sus primeros poemas a la vuelta de un viaje por el Caribe. Comienza a interesarse por el pintor impresionista Edouard Manet y por la música de Wagner, de quien fue su introductor en Francia.
Descubre la obra de Edgar Alan Poe, que murió poco después y a quien no pudo conocer en persona, a pesar de considerarlo su alma gemela. Poe se le asemeja y durante diecisiete años lo traduce y da a conocer en Francia. De esta forma comienza a ganarse el reconocimiento de la crítica especializada.
Conoce a Marie Daubrun, actriz del Teatro de la Gaite, y mantiene un amor platónico con ella. De la misma forma, mantiene una relación muy especial con Aglae Sabatier, asidua de los círculos literarios, a la que dedicará espléndidos poemas como “A la que es demasiado alegre”.
Durante la revolución de 1848 Baudelaire es visto en las barricadas y tratando de agitar al pueblo para que fusilen a su padrastro.
Escribió sus poemas más reconocidos y recogidos en el libro “Las flores del mal” con sólo 23 años. El editor le impuso este título al poemario en lugar de “Los limbos”, que era el original, y que finalmente se publicaron en junio de 1857. Nada de lo que escribió con posterioridad superó literariamente a esta obra, que es la que más se recuerda del poeta francés Baudelaire.
Inmediatamente a su publicación el gobierno francés acusa al poeta de ofender la moral pública y juzga sus poemas como obscenos. El poeta fue procesado, y la edición fue confiscada por mandato judicial. El editor y él son condenados a pagar sendas multas por ultraje a la moral pública y se le ordena la supresión de seis poemas del libro. Sólo algunos compañeros lo apoyaron como Gautier.
Posteriormente es en parte restituido pero ya quedará ante el gran público identificado con la depravación y el vicio. Amargado e incomprendido, Baudelaire se aisla. En esta fase oscura y sombría de su vida obtiene la alegría a través de los escritos admirados de dos escritores que en aquella época eran desconocidos, Stéphane Mallarmé y Paul Verlaine, y que posteriormente pasaron a la historia de la literatura francesa.
Es en estos años cuando cae enfermo y pasa cortas estancias con su madre en Honfleur, y en Alencon con su amigo y escritor Poulet-Malassis.
En 1861 se presenta a la Academia Francesa, para de esta forma recuperar su dignidad profesional. Los académicos finalmente no lo aceptan.
En 1864 viaja a Bélgica, donde vivirá dos años en Bruselas. Allí trata de ganarse la vida dictando conferencias sobre arte, pero son también un fracaso.
Enfermo, arruinado y alejado de las élites intelectuales muere el 31 de Agosto de 1867 a los 46 años de edad en los brazos de su madre.
Fue enterrado en el cementerio de Montparnase, junto a la tumba de su padrastro, a quién siempre odió.
Póstumamente, en 1868, le publican sus “Pequeños poemas en prosa”.
En 1902 se inaugura en el cementerio donde reposan sus restos un monumento al gran poeta francés Charles Baudelaire.
Baudelarie consiguió extraer con pulcritud inusual los demonios de la condición humana, fue capaz de alcanzar lo sublime con palabras certeras y exactas. Su obra es imprescindible por todo lo que supuso de revolucionaria y adelantada en su tiempo.
Casi un siglo después, en 1949, la magistratura del Sena en París concedía un curioso indulto literario a “Las flores del mal”. Los jueces pidieron perdón públicamente por las ofensas cometidas hacia uno de los mejores poetas franceses alabando su obra y reconociendo el innegable talento demostrado.
Charles Baudelaire apenas pudo publicar nada en vida, siendo su obra póstuma fundamental para entender cómo sintió uno de los escritores cumbre de la literatura universal.
ARTHUR RIMBAUD
Jean-Nicolas-Arthur Rimbaud nació el 20 de Octubre de 1854 en Charleville (hoy Charleville-Mézières), en las Ardenas francesas. Fue hijo de Frédéric Rimbaud, capitán de infantería, y de Vitalie Cuif, de una familia de granjeros.
En 1860 el matrimonio se separa y la madre queda al cuidado de los hijos: Frédéric, Arthur y las dos hermanas pequeñas, Vitalie e Isabelle.
Su padre fue un extraño militar que, cuando sus ocupaciones en la guerra de Argelia se lo permitieron, redactó un Corán anotado que nunca llegó a publicar.
Pese a la separación de sus padres, la infancia de Rimbaud fue todo lo grata que puede serlo para un hijo de una familia burguesa. Fue un alumno dócil, querido de sus maestros, aventajado en todas las disciplinas y ganador de todos los premios. El joven Arthur experimenta un giro brusco en su vida cuando comienza a leer a Théophile Gautier, Theodore de Banville, José María de Heredia, Francois Coppé y Paul Verlaine en “Le Páranse contemporaine”. Lógicamente, fue a esa publicación a donde el poeta remitió sus primeros versos, que no le publicaron. Si publicó “Les Étrennes des orphelins”, que pasa por ser su primer poema, en la Revue pour tous en el año 1870.
El jovencísimo Arthur Rimbaud decidió marcharse a París sin encomendarse a Dios ni al diablo. El dinero que tenía para el billete no era suficiente, por lo que se cuela en el tren. Detenido y encarcelado, su profesor de retórica, Georges Izambard, acudió a su auxilio. Cuando volvió a Charleville sólo tenía una idea: “todo menos trabajar”.
Del joven dócil y aplicado no queda en ese momento nada más que el recuerdo. Así, cuando en París estalla la Comuna (1871), Rimbaud corre a la capital a reunirse con los comuneros. Junto a los revolucionarios redactará himnos y manifiestos, pero el burgués que hay en él no tardó en manifestarse. Les abandonó fundamentalmente por sus groserías y la mala calidad de su dieta alimenticia.
Es entonces cuando el joven poeta, desengañándose del ideal revolucionario, abraza el nihilismo y merced a ello concebirá algo no conocido hasta entonces: una poesía que busca inspiración en la disipación, la negación absoluta de todos los valores y el abismo. En una carta remitida a su amigo Paul Demeny en mayo de ese año estima que el poeta tiene que convertirse en el “gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito y el sabio supremo”. En esa carta, denominada “carta del vidente”, explicó los fundamentos de toda su creación poética.
Finalizada su experiencia en la comuna, un anarquista amigo de Izamard le puso en contacto con Paul Verlaine autor de los “Poemas saturnianos”, a quien remitió el poema “El barco ebrio”. En esos momentos Rimbaud contaba con 17 años y Verlaine 27 años.
La amistad que les unió dio mucho que hablar en los ámbitos literarios, donde Arthur es denominado como la “señorita saturniana”. Perdidamente enamorado, Verlaine dejó a su familia y su modesto empleo de funcionario para viajar con Rimbaud a Bélgica y posteriormente a Inglaterra. Lo que es para Verlaine un frenesí que venía a justificar su propuesta estética, para Rimbaud era el mismísimo vértigo de la autodestrucción. Sus veladas con todo tipo de drogas entraron a formar parte de los anales del desorden y el exceso.
En esos momentos disolutos, Rimbaud escribió “Una temporada en el infierno”, su mejor libro. Era el año 1873.
Verlaine enloqueció de celos y descerrajó un tiro en el pecho de Rimbaud. Fue recluido en una cárcel belga, y Rimbaud regresó a Francia.
Su carrera literaria se vio indudablemente afectada por el escándalo que supuso su tormentosa relación con Verlaine. El resto de los escritores le dieron la espalda y decidió instalarse en Inglaterra.
A partir de 1874 dejó de escribir. Durante los 17 años restantes de su vida sólo le movió un interés: hacerse rico. Puesto a ello no dudó en ser mercenario en las colonias holandesas o tratante de esclavos en Abisinia. Se dice que llegó a enrolarse para luchar en España con los carlistas, pero que escapó a París en cuanto cobró la prima en 1875.
Mientras tanto en Europa fue el mismo Verlaine el primero que reivindicó a Rimbaud al publicar los poemas de su antiguo amante, “Iluminaciones” en 1886, e incluirle en su ensayo “Los poetas malditos” de 1884.
Rimbaud regresó a Francia para morir tras una penosa enfermedad en Marsella en 1891. Cinco años después falleció Veraline en París.
Lo que más sorprende al estudiar la figura de Arthur Rimbaud fue la precocidad y el corto espacio de tiempo en el que produjo su obra. Consciente sin duda de que su vida iba a ser breve, pocos autores han sido tan autodestructivos como él, escribió todos sus poemas entre los 16 y 20 años. Fue un poeta peleador, altivo, que desparramó genialidad, pero también faltas continuas de respeto y pedanterías. La mayor influencia que tuvo Rimbaud en su poesía fue la de su compatriota Baudelaire. Intentó desentumecer la apatía de la sociedad francesa, que ya había sido sacudida por Baudelaire y Mallarmé, pero aún necesitaba de la furia estridente de Rimbaud.
La magia de su lenguaje y sus imágenes colocaron para la historia a Arthur Rimbaud como uno de los fundadores indiscutibles de la literatura moderna.
ADICCIONES Y ENFERMEDAD
Baudelaire y Rimbaud tienen muchos lugares de encuentro. Compartieron visiones semejantes de lo poético, su novedad facilitó la irrupción de la modernidad en la literatura, y su reconocimiento público universal y póstumo los han hecho muy atrayentes como personajes.
Sus vidas no fueron fáciles. Sus gustos por el otro lado de la sociedad, la noche, en definitiva, lo bohemio, los llevó también a encontrarse con los excesos de todo tipo. Esos excesos facilitaron la irrupción en sus vidas de diferentes adicciones que sin lugar a dudas los marcaron de una forma definitiva.
El filósofo español José Antonio Marina, en su último libro “La inteligencia fracasada”, explica que “el término adicción produce de una palabra inglesa tomada en préstamo del viejo francés. Era un término legal dramáticamente expresivo. Significaba el poder de disponer del cuerpo ajeno en pago a una deuda. La droga se impone al cuerpo y éste le obedece. Es un fenómeno compulsivo e irreprimible del que se siente preso el sujeto, que afirma: no puedo dejar de hacerlo”.
De Baudelaire conocemos sus excesos con el alcohol y al final de su vida con el opio. Posiblemente Rimbaud sufrió en sus primeros años también las adicciones del alcohol y el opio, pero todo apunta que de una manera más intensa que Baudelaire.
Philippe Bernot en su libro “El genio y la locura”, afirma que “numerosos creadores intentaron facilitar el acceso a una consciencia genial mediante drogas o sustancias tóxicas que en definitiva no hacían sino activar el pensamiento y acelerar los procesos asociativos, a semejanza de determinados mecanismos patológicos de activación de las ideas que se dan en los estados de excitación y exaltación del humor o incluso de pensamiento disociado (estados psicóticos)”. Es bueno traer a colación la opinión de este especialista para cortar de raíz la idea de que las drogas pueden facilitar el que se alcance la genialidad por parte de los artistas. Las adicciones arruinan a las personas y las alejan de la genialidad. Baudelaire y Rimbaud no debían de ninguna manera su gran genialidad a las drogas. Hay que romper con la idea, que en muchos foros y ambientes es atractiva, de que las drogas y la genialidad se ayudan.
Precisamente Baudelaire expresaba la siguiente idea: “Quiero demostrar que los que buscan paraísos, construyen su infierno, lo preparan, lo excavan con un éxito cuya precisión quizá los asustaría”.
Rimbaud para muchas generaciones, por su corta y azarosa vida, ha encajado exactamente en la idea dramática, fulgurante y breve que la gente se forma del genio, como dejó recogido Cocteau en su “Poésie Critique”.
Las adicciones en ambos poetas franceses contribuyeron de una forma decidida al agravamiento del estado físico de ambos, pero no fueron las responsables directas de sus muertes.
Charles Baudelaire en el año 1840 se matriculó en la Facultad de Derecho de París. En ese año comienza a relacionarse con una mujer llamada Sarah, que previamente ya describimos, que según sus más importantes biógrafos contagió al poeta de sífilis. No se conocen datos algunos que apunten a que Baudelaire se tratara esta afección en ningún momento, más bien al contrario parece que contagio a otras mujeres esta enfermedad como a Jeanne Duval.
En el año 1858, cuando en Junio hace un artículo proclamando su fidelidad a Victor Hugo, comienza a sentir algunas molestias en las piernas acompañadas de ahogos.
El 13 de Enero de 1860 sufre una pequeña congestión cerebral. No acude a ningún médico, busca la ayuda de una mujer hechicera.
El 15 de Febrero de 1865 se agrava su enfermedad, parece que ya padecía una neurosífilis, y presenta diferentes tipos de neuralgias. Poco a poco su salud se va resintiendo más, y en 1866 presenta síntomas de confusión mental, dolores gástricos y un asma pertinaz. Por primera vez lo trasladan a Bruselas a un hospital, y posteriormente a otro en París. Allí ya presenta una afasia y una hemiplejia. Su madre lo cuida y ya no se separa de él más. Permanece ingresado en la clínica del doctor Duval y allí recibe la visita de algunos amigos como Sainte-Beuve. Parece ser que alguno le interpreta Wagner. En esos momentos recurre al opio y a las cápsulas de éter para combatir sus dolencias. Previamente a su ataque cerebral en su correspondencia incluso había expresado su deseo de recurrir al suicidio.
La enfermedad se agravó de forma muy rápida y permanece en este estado varios meses. Afectado de forma grave por la neurosífilis muere finalmente el 31 de Agosto de 1867, a los 46 años de edad, en los brazos de su madre.
Una vez que abandona su carrera literaria Rimbaud y se convierte en un explorador de nuevos mundos en busca de fortuna, sufre en Chipre en el año 1879 de fiebres tifoideas, que le obligaron a regresar a Francia para curarse.
Tras situar su residencia en Harar, en Febrero de 1891 comienza a quejarse de fuertes dolores en la pierna derecha. Su enfermedad se agravó, adelgaza muchos kilos y ya no puede moverse ni levantarse por los dolores que le atenazan El 7 de Abril de ese año lo trasladan en una camilla al Hospital Europeo de la ciudad de Aden. Rimbaud decidió regresar a Europa y liquidó en aquel momento todos sus negocios, ya que un médico inglés le habla del grave estado de su pierna y de que posiblemente tuvieran que amputársela.
El 20 de Mayo se embarca en el Amazona con destino a Francia. Llegó a Marsella y lo ingresaron en el hospital de la ciudad. Allí le amputan la pierna derecha ya que lo diagnostican de un carcinoma óseo. Previamente su madre se había reunido con él. Ella vuelve a marcharse a Roche el 8 de Junio. Arthur se quedó en el hospital hasta Julio y luego marcha a Roche, donde permanecerá un mes. Sus dolores físicos son muy intensos y los combate con narcóticos. Entra en un estado de melancolía ya que adivina que el hombre joven que es, casi con seguridad se esté enfrentando a sus últimos días.
El 23 de Agosto, Rimbaud acompañado de su hermana Isabelle, a la que adora y que se le ha vuelto indispensable, vuelve a Marsella, donde ingresa nuevamente en el hospital. El día 20 de Octubre cumple 37 años de edad el genial poeta.
Finalmente Arthur Rimbaud fallece el día 10 de Noviembre de 1891, tras haberse confesado, al parecer a instancias de su hermana. Había expresado su deseo de ser enterrado en Adén, junto al mar.
El 14 de Noviembre entierran a Rimbaud en Charleville. Su madre le había preparado unos funerales solemnes, a los que sólo asisten ella y su hija. Ese mismo día se publica en París, donde nadie se había enterado de su muerte, “Reliquaire”, volumen que reunía gran parte de los poemas de Rimbaud.
La sífilis y cáncer de huesos acabaron con dos de los poetas más importantes de la literatura universal.
LA MODERNIDAD, UN ESPEJO ROTO
A la Ilustración racionalista la humanidad le debe grandes avances. Esa época estuvo llena de luces, pero también albergó en su seno muchas sombras. Ese lado oscuro y menos humano fue precisamente el responsable del fracaso de la modernidad que muchos autores han descrito en extenso. Las prolongaciones de la modernidad llegan aún a nuestros días e infunden desorientación en algunos autores poco avezados.
El filósofo Alejandro Llano en su libro “La nueva sensibilidad” escribe de forma certera sobre la superación de lo moderno: “Salvar a la modernidad de sí misma; de rescatar las auténticas configuraciones de la autorrealización humana que le debemos, liberándolas de su interpretación modernista y de su consiguiente tendencia a la autoanulación. Una rectificación o, mejor, una superación de la modernidad hacia la auténtica contemporaneidad, significa advertir que es posible rescatar a la Ilustración de su propia versión ideológica, y radicarla de nuevo en un ethos de libre y rigurosa búsqueda de la verdad”.
No sólo heredamos en el terreno de las ideas políticas o filosóficas de la modernidad. En el arte, la modernidad introdujo a la moda, herencia de la que ahora disfrutamos, o en muchas ocasiones padecemos. Claro, la moda impone un estilo nuevo que rompe siempre con el anterior, del que no puede ser nunca una evolución sin arriesgarse a convertirse en un clásico. La moda contiene lo poético y eterno en lo transitorio, y no se duda en afirmar que la moda representa para el artista moderno, lo que la religión para el artista hierático de la Edad Media: la belleza eterna sólo podrá manifestarse bajo el permiso y las reglas de la moda.
Gracias a la modernidad padecemos en la actualidad la “dulce” esclavitud de la moda.
La atracción de tantos por la vida bohemia de los poetas malditos franceses ha contribuido a idealizar la imagen de lo moderno en la literatura.
El estudio certero y real de la vida de Baudelaire y Rimbaud nos muestran que más que un ejemplo para las generaciones venideras, posiblemente sean una muestra de lo desgraciada que puede ser la existencia de los hombres, que aún poseyendo una genialidad digna de admiración, sufrieron en sus vidas los rigores de unas vidas desordenadas y en muchas ocasiones indignas. Así la modernidad para muchos, se ha convertido en un espejo roto donde hay que rehuir mirarse.