La vida es un misterio. Nunca hubiese podido imaginar que iba a asistir a las bodas de oro de mis padres. Ellos mayores, y yo maduro y con familia. Pero ha llegado el día. Medio siglo y tres generaciones de testigos.
Llevo mucho tiempo pensando en el regalo que podía hacerles. Soy médico, pero queda mal regalarle un chequeo. Pero claro, también creo que soy escritor y sí que les podía regarles un libro. Por supuesto mío. Pero la inspiración es tan caprichosa que finalmente no ha sido posible.
He tenido que recurrir a mi admirado C.S. Lewis y a su mundo fantástico. Pensando en él he podido construir algunas reflexiones. No me queda más remedio que escribir algo a mis padres, para que ellos entiendan lo que siento por ellos. Por mi carácter, me es difícil decir personalmente todo aquello en lo que pienso y de lo que tengo certeza a las personas que amo. Posiblemente sea algo consustancial al que escribe. No es vedado lo que no es impreso. Bueno será uno de los precios que hay que pagar. Con rotundidad afirmo que el amor es mágico. Y como mágico, sorprendente a la vez que trascendente. Me explico.
Lo que empieza por una aventura, acaba siendo una familia. Los que en un principio son esposos se convierten en padres y la cosa da un giro fundamental. La familia exige tanto a los cónyuges que los convierte en padres y les brinda la posibilidad de ser modélicos. Modélicos en el sentido de olvidarse de ellos y crecer a través de los hijos.
El primer hecho maravilloso, mágico, que aparece en el matrimonio es el del sacrificio. El tema se las trae. La ganancia del sacrificio siempre es para otro, pero aún así necesitamos tanto al otro que no nos importa menguar nosotros. El secreto es que cuanto más se da más se crece en otros, y no me digan que eso no es mágico. De eso mis padres saben mucho. Pero para los beneficiarios, entre los que nos encontramos sus hijos, de sus sacrificios no existe forma de devolución directa. Uno sólo puede aprender la lección y aplicarlo con otras personas. Ese es el precio.
Otro hecho mágico de las personas es la de vivir en las vidas de otros. Mis padres, gracias a Dios, han tenido una vida digna y no han pasado penalidades que no fueran a su medida. Pero para ojos ajenos no pasan de ser dos personas humildes que viven en un pueblo pequeño de lo que queda de España, y que no han conocido las bellezas del mundo, y no han podido dejarse seducir por los cantos de sirena de la buena vida. Pero eso no es cierto. A través de sus cuatro hijos han conocido el último rincón del mundo, han enseñando en múltiples aulas, han acompañado a muchos pleitos a diferentes reos y han escuchado en una consulta las verdades últimas del hombre. Y además sin ellos saberlo, ni padecerlo. Los terceros han sido los que han notado la honradez de mi padre o la comprensión de mi madre y nos lo han dicho a nosotros, sus hijos. En mis manos han reconocido las manos de mi madre, en la mente de mi hermano la de mi padre, y así un largo etcétera. Porque esa es la magia, cuanto más mengua uno personalmente más crece en los demás.
Querer como yo quiero a mis padres, o mis hermanos o el resto de la familia es algo sencillo e incluso, porque no decirlo, fácil. Pero en estos momentos uno piensa en cómo puede agradecérselo, en la misma medida en la que nos hemos sentido agraciados con ellos. Aquí aparece el tercer hecho mágico, trascendente. En una vida no puede uno agradecer todo lo que debe. Si nuestros acreedores sentimentales retiraran de nosotros todo lo que nos ha dado nos quedaríamos desnudos. Por eso es imposible que en una sola vida uno pueda devolverlo, y por tanto necesitamos la eternidad. La eternidad porque el amor se expande y no tolera límites ni en el tiempo ni en el espacio. Si aprendemos esto, con toda seguridad no caeremos en el desasosiego. Sólo nos queda el incrementar esa cadena de valor a través de nuestro amor a los demás.
Aunque haya relatado esos tres hechos mágicos, trascendentes, que me sugieren la vida lograda de mis padres y que quiero hacerles partícipes en sus bodas de oro, quisiera añadir algo más: vuestra vida, Carmen y Prudencio, es una vida lograda que Dios premiará sin lugar a dudas.
Llevo mucho tiempo pensando en el regalo que podía hacerles. Soy médico, pero queda mal regalarle un chequeo. Pero claro, también creo que soy escritor y sí que les podía regarles un libro. Por supuesto mío. Pero la inspiración es tan caprichosa que finalmente no ha sido posible.
He tenido que recurrir a mi admirado C.S. Lewis y a su mundo fantástico. Pensando en él he podido construir algunas reflexiones. No me queda más remedio que escribir algo a mis padres, para que ellos entiendan lo que siento por ellos. Por mi carácter, me es difícil decir personalmente todo aquello en lo que pienso y de lo que tengo certeza a las personas que amo. Posiblemente sea algo consustancial al que escribe. No es vedado lo que no es impreso. Bueno será uno de los precios que hay que pagar. Con rotundidad afirmo que el amor es mágico. Y como mágico, sorprendente a la vez que trascendente. Me explico.
Lo que empieza por una aventura, acaba siendo una familia. Los que en un principio son esposos se convierten en padres y la cosa da un giro fundamental. La familia exige tanto a los cónyuges que los convierte en padres y les brinda la posibilidad de ser modélicos. Modélicos en el sentido de olvidarse de ellos y crecer a través de los hijos.
El primer hecho maravilloso, mágico, que aparece en el matrimonio es el del sacrificio. El tema se las trae. La ganancia del sacrificio siempre es para otro, pero aún así necesitamos tanto al otro que no nos importa menguar nosotros. El secreto es que cuanto más se da más se crece en otros, y no me digan que eso no es mágico. De eso mis padres saben mucho. Pero para los beneficiarios, entre los que nos encontramos sus hijos, de sus sacrificios no existe forma de devolución directa. Uno sólo puede aprender la lección y aplicarlo con otras personas. Ese es el precio.
Otro hecho mágico de las personas es la de vivir en las vidas de otros. Mis padres, gracias a Dios, han tenido una vida digna y no han pasado penalidades que no fueran a su medida. Pero para ojos ajenos no pasan de ser dos personas humildes que viven en un pueblo pequeño de lo que queda de España, y que no han conocido las bellezas del mundo, y no han podido dejarse seducir por los cantos de sirena de la buena vida. Pero eso no es cierto. A través de sus cuatro hijos han conocido el último rincón del mundo, han enseñando en múltiples aulas, han acompañado a muchos pleitos a diferentes reos y han escuchado en una consulta las verdades últimas del hombre. Y además sin ellos saberlo, ni padecerlo. Los terceros han sido los que han notado la honradez de mi padre o la comprensión de mi madre y nos lo han dicho a nosotros, sus hijos. En mis manos han reconocido las manos de mi madre, en la mente de mi hermano la de mi padre, y así un largo etcétera. Porque esa es la magia, cuanto más mengua uno personalmente más crece en los demás.
Querer como yo quiero a mis padres, o mis hermanos o el resto de la familia es algo sencillo e incluso, porque no decirlo, fácil. Pero en estos momentos uno piensa en cómo puede agradecérselo, en la misma medida en la que nos hemos sentido agraciados con ellos. Aquí aparece el tercer hecho mágico, trascendente. En una vida no puede uno agradecer todo lo que debe. Si nuestros acreedores sentimentales retiraran de nosotros todo lo que nos ha dado nos quedaríamos desnudos. Por eso es imposible que en una sola vida uno pueda devolverlo, y por tanto necesitamos la eternidad. La eternidad porque el amor se expande y no tolera límites ni en el tiempo ni en el espacio. Si aprendemos esto, con toda seguridad no caeremos en el desasosiego. Sólo nos queda el incrementar esa cadena de valor a través de nuestro amor a los demás.
Aunque haya relatado esos tres hechos mágicos, trascendentes, que me sugieren la vida lograda de mis padres y que quiero hacerles partícipes en sus bodas de oro, quisiera añadir algo más: vuestra vida, Carmen y Prudencio, es una vida lograda que Dios premiará sin lugar a dudas.
1 comment:
He visitado tu blog y, quizás por lo personal, lo primero que he leido ha sido lo de tus padres.
Me ha gustado.
Hoy solo he pasado de puntillas, pero ya conocido, te visitaré y ya te iré contando.
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