La vida necesita de escritores. Y por suerte yo no soy uno de ellos. Para ser escritor se necesita saber vivir y saber escribir. Características que no reuno. La ascesis de la escritura necesita de hombres sin dobleces dispuestos a ofrecer todo por una serie de palabras concatenadas. Al escritor auténtico nunca le faltan temas ni lectores. Debo reconocer que no tengo prácticamente temas sobre los que escribir y lectores ni les cuento. El escritor no se rinde ante el reconocimiento de su propia vulnerabilidad, es más, la ensalza. Sabe que no es nadie sin los otros. Cuando abre la cama cada día antes de dormir, apoya su cabeza sobre la almohada y su cabeza se muere por las palabras. Esa es su recompensa: el sabor de las palabras.
Nunca he sido feliz con las palabras propias. Nunca serán como las que soñé y disfruté de mano de otros. Esa es mi realidad.
Miro para atrás y realmente sólo he sido feliz jugando al fútbol. No tuve cojones para ser futbolista, que era mi vida, y he intentando subirme al tren de las palabras. Qué gran cobardía. Ni fútbol ni palabras.
No quiero ser un fraude y por tanto no puedo seguir escribiendo. Abandono, si se puede decir así. A nadie le importa, lo sé, pero me parecía mal no despedirme de mis cuatro o cinco lectores. Lo siento. Lean a Sándor Márai, no necesitan nada más.
Me voy de un sitio al que nunca tuve que llegar, pero del que me da pena irme. Adiós.
(Para tranquilidad de todos afortunadamente no sufro ningún trastorno depresivo, que yo sepa)