Thursday, September 28, 2006

El regalo


La vida es un misterio. Nunca hubiese podido imaginar que iba a asistir a las bodas de oro de mis padres. Ellos mayores, y yo maduro y con familia. Pero ha llegado el día. Medio siglo y tres generaciones de testigos.
Llevo mucho tiempo pensando en el regalo que podía hacerles. Soy médico, pero queda mal regalarle un chequeo. Pero claro, también creo que soy escritor y sí que les podía regarles un libro. Por supuesto mío. Pero la inspiración es tan caprichosa que finalmente no ha sido posible.
He tenido que recurrir a mi admirado C.S. Lewis y a su mundo fantástico. Pensando en él he podido construir algunas reflexiones. No me queda más remedio que escribir algo a mis padres, para que ellos entiendan lo que siento por ellos. Por mi carácter, me es difícil decir personalmente todo aquello en lo que pienso y de lo que tengo certeza a las personas que amo. Posiblemente sea algo consustancial al que escribe. No es vedado lo que no es impreso. Bueno será uno de los precios que hay que pagar. Con rotundidad afirmo que el amor es mágico. Y como mágico, sorprendente a la vez que trascendente. Me explico.
Lo que empieza por una aventura, acaba siendo una familia. Los que en un principio son esposos se convierten en padres y la cosa da un giro fundamental. La familia exige tanto a los cónyuges que los convierte en padres y les brinda la posibilidad de ser modélicos. Modélicos en el sentido de olvidarse de ellos y crecer a través de los hijos.
El primer hecho maravilloso, mágico, que aparece en el matrimonio es el del sacrificio. El tema se las trae. La ganancia del sacrificio siempre es para otro, pero aún así necesitamos tanto al otro que no nos importa menguar nosotros. El secreto es que cuanto más se da más se crece en otros, y no me digan que eso no es mágico. De eso mis padres saben mucho. Pero para los beneficiarios, entre los que nos encontramos sus hijos, de sus sacrificios no existe forma de devolución directa. Uno sólo puede aprender la lección y aplicarlo con otras personas. Ese es el precio.
Otro hecho mágico de las personas es la de vivir en las vidas de otros. Mis padres, gracias a Dios, han tenido una vida digna y no han pasado penalidades que no fueran a su medida. Pero para ojos ajenos no pasan de ser dos personas humildes que viven en un pueblo pequeño de lo que queda de España, y que no han conocido las bellezas del mundo, y no han podido dejarse seducir por los cantos de sirena de la buena vida. Pero eso no es cierto. A través de sus cuatro hijos han conocido el último rincón del mundo, han enseñando en múltiples aulas, han acompañado a muchos pleitos a diferentes reos y han escuchado en una consulta las verdades últimas del hombre. Y además sin ellos saberlo, ni padecerlo. Los terceros han sido los que han notado la honradez de mi padre o la comprensión de mi madre y nos lo han dicho a nosotros, sus hijos. En mis manos han reconocido las manos de mi madre, en la mente de mi hermano la de mi padre, y así un largo etcétera. Porque esa es la magia, cuanto más mengua uno personalmente más crece en los demás.
Querer como yo quiero a mis padres, o mis hermanos o el resto de la familia es algo sencillo e incluso, porque no decirlo, fácil. Pero en estos momentos uno piensa en cómo puede agradecérselo, en la misma medida en la que nos hemos sentido agraciados con ellos. Aquí aparece el tercer hecho mágico, trascendente. En una vida no puede uno agradecer todo lo que debe. Si nuestros acreedores sentimentales retiraran de nosotros todo lo que nos ha dado nos quedaríamos desnudos. Por eso es imposible que en una sola vida uno pueda devolverlo, y por tanto necesitamos la eternidad. La eternidad porque el amor se expande y no tolera límites ni en el tiempo ni en el espacio. Si aprendemos esto, con toda seguridad no caeremos en el desasosiego. Sólo nos queda el incrementar esa cadena de valor a través de nuestro amor a los demás.
Aunque haya relatado esos tres hechos mágicos, trascendentes, que me sugieren la vida lograda de mis padres y que quiero hacerles partícipes en sus bodas de oro, quisiera añadir algo más: vuestra vida, Carmen y Prudencio, es una vida lograda que Dios premiará sin lugar a dudas.

Wednesday, September 27, 2006

El Síndrome de Atlas


Uno no puede rebelarse contra los dioses del Olimpo. Si no que se lo digan al pobre titán Atlas. Ya conocen su castigo: sostener el mundo sobre sus hombros. No está mal. Pero no quedó ahí la cosa. Atlas como que estaba un poco abrumado por la soledad y el peso de su carga, y en eso que recibió una visita. Heracles acudió al titán para pedirle un favor. Tenía que realizar por él uno de sus doce trabajos: robar tres manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. A cambio, Heracles soportaría el peso del mundo hasta su regreso. Atlas no se lo pensó y aceptó el encargó, hombre. Pero qué pasó con Heracles. Se preguntó desde el primer momento: ¿volverá Atlas?. Bueno, no les cuento más. Con esto es suficiente para que pueda explicarles lo que he denominado, no sé si afortunadamente, el “Síndrome de Atlas”.
Las empresas son cada día más complejas. Y más sencillas. En ellas trabajan todo tipo de personas. Altos, feos, con gafas, rubios, inteligentes, maliciosos, incompetentes, justos, héroes y demás fauna. Todavía en mi corta vida laboral no he conocido a ningún titán. De los de pata negra, como nuestro amigo Atlas. Ah, pero eso sí, he encontrado a muchos sostenedores de mundos. No descansan hasta que sienten sobre sus hombros el peso del mundo, de la responsabilidad. Su carga es su razón de vivir y su soledad sólo impostura. Nadie entiende su esfuerzo. Necesitan a los demás. Deben saber todos lo que hace y su tribulación no es la de ser incomprendidos sino la de no ser escuchados continuamente. Se les acercan diferentes Heracles de la vida y les intentan hacer soportable su carga, pero se niegan a robar las tres manzanas de oro del Jardín de las Hespérides. El mundo no puede entenderse sin el significado de sus hombros. Todas estas ricuras de personas sufren el “Síndrome de Atlas”.
Desgraciadamente no tienen cura. Es más, muchos acudieron al auxilio de estos sufridores del Olimpo, e incluso le dieron la buena noticia de que el mundo no descansaba sobre sus hombros pero no pudieron soportarlo. Porque la carga es la carga. Los cargos son cargas, pero las cargas no quieren a cargos. Así es de caprichosa la vida.
Si se encuentran con un enfermo del “Síndrome de Atlas” no intenten mostrarle el camino de la sencillez. No, para ellos es como el agua bendita para el demonio. Eso de compartir los esfuerzos y de reconocer las limitaciones, no es lenguaje que entiendan.
La única solución que nos queda es la de la resignación y la vacuna. Nunca podrá curar a ninguno de ellos, al menos intente no contagiarse y vacúnese con grandes dosis de humildad, sentido común y una buena dosis de humor.

Toreros, boxeadores, Manuel Alcántara y otras especies


La “Edad del Silencio” forma parte de nuestra historia. O así lo defiende Nicole Krauss en su fantástico libro “La historia del amor”. Según parece el primer lenguaje que poseyeron los humanos fue el de las señas. La mera supervivencia hizo de las manos las favoritas de los hombres. Debían tener la agilidad propia del que necesita vivir por ellas. Perder las manos era la mayor tragedia para un hombre. La vida sigue y de la “edad del silencio” sólo se acuerdan nuestros genes cuando los dejan tranquilos.
Pero, ¡oh sorpresa!, algunos hombres mantienen de forma especial su vivencia del silencio, y las palabras se les atragantan y se encuentran más reconfortados en el lenguaje de sus manos. ¡Benditos sean los toreros y los boxeadores!
El torero puede interpretar el rito ancestral de enfrentarse a una fiera sin más defensa que su arrojo, unos engaños débiles, una mente prodigiosa y unas manos que bailan, porque se siente aún muy cercano a la “edad del silencio”. No puede entender la vida de otra forma. Pobres periodistas los que se aferran en arrancar unas palabras inteligibles a los diestros. Craso error. El torero habla con sus manos, con sus brazos. Las conferencias las da en el ruedo. Las declaraciones las hace con la muleta. No nos pueden interesar nunca sus palabras. El día en que nos interesan, no sabemos valorar entonces su toreo.
Los boxeadores viven en la “edad del silencio”, pero sólo lo saben algunos. El púgil habla a través de los puños, por eso necesita pelear. No puede vivir de otra forma. Mucha gente no lo entiende, pero es como si a un cantante se le prohíbe utilizar su voz, se siente extraño. F.X. Toole en su inolvidable libro “Million Dollar Baby” da de lleno en la esencia de esta forma de vida: “el boxeo es la magia de los hombres en combate, la magia de la voluntad, la habilidad y el dolor, y de arriesgarlo todo para poder respetarte a ti mismo durante el resto de tu vida. Se parece a escribir”.
Y aquí aparece Manuel Alcántara. Es escritor porque ama a los toreros y los boxeadores. Bueno, entre otras cosas. Los entiende perfectamente. El escritor habla también con sus manos y claro. No tuve la suerte de conocerlo hasta hace poco tiempo. Pero tras unas breves conversaciones, parece que tomo el “gin tonic” de la tarde con él desde tiempo inmemorial. Qué cosas. No se lo he dicho nunca pero me parece un gran “cut man”. Con sus artículos corta hemorragias y cura cortes. Lo hace entre asalto y asalto de la vida para que los mortales podamos seguir peleando. Muchas veces su adrenalina es transparente y llega al fondo de los asuntos con la facilidad del que corta la hemorragia de una brecha. Yo hoy me pego el gustazo de escribirle este artículo, ya que seguramente él nunca me escriba a mi ninguno, pero con la esperanza de que le llegue este directo.
En las otras especies nos encontramos los que nos gustan los toros, el boxeo y la literatura, pero ni se entienden nuestras manos ni nuestras palabras. O sea.

Tuesday, September 26, 2006

Cayetano es nombre de elegía


Cayetano es una composición poética de género lírico. Escribe sus tercetos en los tercios de la lidia y utiliza con frecuencia el verso libre con su mano izquierda. Cayetano es torero y sus pases son letra de elegía. O sea.
El torero sólo puede torear desde la pena. Nadie puede despreciar la vida en el ruedo si tiene mucho que perder. El triunfo en el albero es esclavitud para el diestro. Como mujer celosa, los toros quieren todo. Sólo cuando se da de esa forma se reciben respuestas. Respuestas que conforman el sentido del sufrimiento del torero. Lo duro no es sufrir, sino no encontrar un sentido a tantas fatiguitas. Ese sentido da trascendencia al oficio de matador de toros y siente que es un elegido. El torero es un elegido y un privilegiado. El resto de los mortales necesitamos de él. Protagoniza un rito que nos adentra colectiva o individualmente en unos sentidos y emociones mucho más complejos que los estrictamente fisiológicos y que todos necesitamos en nuestras vidas. Por esa razón, el torero por poco recibe mucho y por su vida entregada puede conocer la gloria. El mismo Ortega y Gasset decía: “hubiera cambiado mi fama por esa otra gloria que sólo es dable a los matadores de toros”
Más de cien novilladas. Tu sangre ha regado varios alberos. Triunfos parciales y algunas desilusiones. Y así te presentas en Ronda. Donde tus genes tendrán poco que decir y tu exigencia artística te despojará de todo el equipaje que debes abandonar. La alternativa no significa nada. Nadie se acuerda de las mismas de los toreros que hicieron época.
Pero, tu alternativa es todo para ti. Ya no puedes volver a mirar atrás. De novillero pudiste tener la tentación. De matador siempre se mira para adelante. Ya te vestirás el resto de tus días de torero. Con luces o sin ellas, más erguido o menos, sano o enfermo, pero siempre te acostarás y te despertarás siendo torero. Ahí queda eso.
Tus entretelas del alma te pondrán ante una difícil elección una vez seas torero con todas las letras: o los toros o la costumbre. Si eliges la costumbre, seguirás ayudando a actores americanos a que puedan hacer papeles de ficción de toreros, serás portadas de revistas del “cuore”, y la gente pagará por saber de tu vida. Pagará tanto, que ni llegarás a reconocerte tú mismo. Los aduladores serán tus compañeros, y la crítica y la verdad te serán molestas. De esta forma, tu vida no será plena y la gloria te será esquiva.
Pero si eliges los toros, ¡ay amigo que grande serás en tu sencillez! Te atreverás con todo, porque tu fuerza no será la tuya sino la de los que te alientan con la verdad. No habrá toros difíciles ni plazas incómodas, todo será en tu vida un reto. Disfrutarás de la rivalidad. Talavante te hará crecer y tú a él. Aprenderás a vivir con tu soledad y con tu pena. Entenderás entonces los versos de Alberti que dedicó a su amigo el poeta José Bergamín:

Un prodigiosos mágico sentido,
un recordar callado en el oído
y un sentir que en mis ojos sin voz veo.

Una sonora soledad lejana,
fuente sin fin de la que insomne mana
la música callada del toreo.

A día de hoy, teniendo las raíces rondeñas que me supuran, no sé si tendré el privilegio de poder verte en la Real Maestranza Rondeña haciendo el paseíllo. Si finalmente llegan esas entradas que son más esperadas que unas cartas de amor, llevaré conmigo a mi mujer y mi hijo Alejandro, y cantaré a los cuatro vientos: ”Cayetano quiere ser torero”.