Tuesday, February 28, 2006

Mozart-Salieri: Historia de un desencuentro



Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart, nació en Salzburgo la tarde del domingo 27 de enero de 1756. En este año se cumple el 250 aniversario de su nacimiento. Numerosísimos actos a lo largo de todo el mundo se han organizado para rendir el homenaje merecido al genial compositor.
A los tres años era capaz de distinguir las sucesiones armónicas del clavicordio y de tocar al piano, de oído, muchas melodías. Su grandiosa carrera de compositor ya había comenzado a los cinco años, con un concierto de piano, difícil de interpretar incluso por pianistas profesionales.
En 1770 el papa Clemente XIV le concedió la Orden de la Espuela de Oro al pequeño Mozart que contaba con 14 años. Su padre rebosante de alegría, comenta en una carta a su esposa que su hijo ya es de la misma orden que Gluck.
En el momento de su temprana muerte, el 5 de diciembre de 1791, a los 35 años, había escrito 626 composiciones, incluyendo 23 óperas, 20 misas, 49 sinfonías, 66 arias, 27 conciertos para piano, y un largo etcétera de otras obras musicales.
La muerte de Mozart sigue siendo en la actualidad tema de controversia. Su carácter de suceso inesperado, en pleno triunfo de una obra recién escrita y estrenada, su conocidísima “Flauta Mágica”, junto con su misterioso entierro, avivaron la leyenda negra sobre su muerte.
Al sepelio sólo acudieron un puñado de amigos, entre los que se encontraban Salieri y su discípulo Süsmayer, dos de los acusados de su muerte posteriormente. Su mujer, Constanza, no despidió a su esposo en su entierro e hizo luego muy difícil el que se recordara el lugar donde yacían los restos del genio, ya que se depositaron en una fosa común. En los últimos años de la vida de Mozart su penuria económica fue tan grande que tuvo que pedir frecuentes préstamos a amigos y benefactores. Por ello, su funeral fue el más barato posible, siendo enterrado en la fosa común del cementerio. En esa época los cuerpos se enterraban, junto con otros, en dos capas, que se cubrían con cal. Posteriormente las tumbas se reabrían y se añadían nuevas capas de cadáveres, sin que se realizase ninguna anotación sobre los allí enterrados. De ahí la imposibilidad de encontrar y estudiar sus restos.
Llama la atención este hecho, pero conocemos el porqué de la decisión de Constanza de no acudir a despedir por última vez a su esposo al cementerio. El rey Luis I de Baviera acudió en 1832 a visitarla, ya que le iba a conceder una pensión vitalicia a la familia de Mozart, y ella le confesó que no acudió al sepelio de su marido porque se encontraba indispuesta, por la misma profundidad de su pena y debido al temporal de frío, lluvia y viento de esa jornada.
Constanza visitó el cementerio donde reposaba su marido 17 años después de su muerte, en 1808, en las vísperas de su segunda boda. Fue entonces cuando se enteró de que no había forma de localizar el sitio exacto donde descansaban los restos del músico, pues el sepulturero había muerto hacía años, y los cuerpos de la fosa común se removían con frecuencia. Este hecho llama mucho la atención, ya que al día siguiente del entierro, acudió a ver a Constanza un amigo íntimo de la familia y le sugirió que pusiese una cruz en el sitio exacto de la tumba. Ella contestó que eso era asunto de la parroquia y que seguro se habían ocupado ya de ese trámite. Como sabemos, nunca se puso esa cruz.
Tanto les duele a los vieneses el no conocer el lugar exacto donde reposan los restos de Mozart que incluso han creado diferentes comisiones de investigación para encontrarlos, como la del año 1856, o la del 1891, coincidiendo con el primer centenario de su muerte. El resultado lo conocemos todos: no se sabe el lugar vienés exacto donde descansan los restos del genio musical austriaco.
Todas estas circunstancias ayudan a que crezca el mito de Mozart, que sólo con su contribución a la historia de la música podría nutrirse sin problemas, pero sin embargo el florecimiento de todo este tipo de teorías e infundios sobre sus últimos días, ayuda a que el público en general siga interesándose por él.

Enfermedad y muerte de Mozart

Mozart tuvo una infancia delicada. Sufrió de eritema nudoso, reumatismo articular, fiebre tifoidea y viruela a la edad de 11 años, que le dejó con el rostro profundamente marcado.
Tenía muchos motivos para quejarse de su aspecto físico: era bajito (1.52 centímetros); complexión delgada, pálido, con numerosas cicatrices de viruela en la cara, pelo castaño, nariz prominente, una anomalía congénita en la oreja izquierda que disimulaba con el peinado, y eso sí, ojos de intenso color azul.
Según el Dr.Castillo Ojugas, Mozart padecía el Síndrome de Tourette con tics musculares y fónicos, coprolalia y coprografía, además de fases obsesivas, depresivas e hiperactivas en su esfera psíquica.
Mejoró en su época adulta y sus quejas más frecuentes en ésta fueron las relacionadas con sus intensos y persistentes ardores de estómago, dificultades digestivas, vómitos, etc. Incluso algunos autores postulan que sufrió de tuberculosis.
Si bien sabemos muchas de las enfermedades que sufrió Mozart, no conocemos la que le llevó a la muerte. Ha sido muy tentador para los médicos que le han sucedido, el intentar aclarar la enfermedad que le procuró la muerte al genio musical. La realidad es que no se conoce, que sólo existen meras hipótesis más o menos fundamentadas, y además nunca podrá conocerse la causa de su muerte con certeza ya que como hemos comentado con anterioridad, sus restos no podrán nunca ser analizados y estudiados por no saber dónde se encuentran.
A continuación vamos a exponer las hipótesis más plausibles que existen en la actualidad:

- Según nuestro añorado Vallejo Nágera, amante de la música y persona de Mozart , sobre el que escribió en extenso, la explicación más verosímil de la muerte prematura del músico fue la de una uremia, fruto de la descompensación de una nefropatía crónica.

- Adolfo Martínez Palomo, médico mexicano, recientemente defendió la tesis de que no se conoce la enfermedad que le procuro la muerte a Mozart, pero sí que se conoce que las prácticas médicas de la época pudieron precipitar la muerte del músico: ''Si este hombre estaba en enfermedad terminal, los purgantes, la extracción de sangre (mediante sangrías) y los eméticos (usados para provocar vómito) seguramente dieron la puntilla".
- La Dra. Faith Fitzgerald es una afamada internista, a la vez que vicedecana y profesora de Medicina de la Universidad de California en Davis. En el anfiteatro Davidge de la Universidad de Maryland, expuso que su último episodio de enfermedad comenzó el 20 de noviembre de 1791, con fiebre alta, dolor de cabeza, sarpullidos cutáneos, dolor e inflamación en brazos y piernas, irritándole fuertemente el canto de su canario preferido. La semana siguiente sufre de vómitos y diarreas e hinchamiento corporal, necesitando ayuda para sentarse en la cama. Siguió deteriorándose, permaneciendo consciente hasta la noche del 4 de diciembre, cuando comenzaron sus delirios y entró en la situación de coma que desemboca en su muerte, que sus médicos atribuyeron a una "severa fiebre miliar", un concepto vago e impreciso. Según ella, Mozart falleció por una fiebre reumática. Los síntomas podrían apuntar, en principio a tres direcciones: enfermedad hepática, enfermedad renal y fallo congestivo cardíaco. La enfermedad hepática la descartó al no existir signos de ictericia. Tampoco existen sospechas sobre disfunciones renales en el compositor y las enfermedades renales avanzadas suelen ocasionar delirios en etapas más previas de la enfermedad. El fallo cardíaco debido a la fiebre reumática sería el candidato ideal. La fiebre reumática es una enfermedad inflamatoria que afecta a articulaciones y al corazón y tiene lugar por una fuerte reacción del sistema inmune ante las bacterias estreptocócicas infectantes. En la época de la muerte de Mozart se ha señalado que una epidemia, posiblemente de fiebre reumática, castigó fuertemente Viena. Y las investigaciones de la Dra. Fitzgerald le revelaron que Mozart había sufrido, al menos, dos episodios de fiebre reumática en su infancia y que la descripción de sus padecimientos crónicos indicaba infecciones de garganta y tonsilitis frecuentes, indicadoras de que tenía una infección estreptocócica recurrente que le ocasionaba una predisposición a los fallos cardíacos. El hinchamiento corporal del compositor se causaría por una carditis o inflamación cardiaca. Incluso la petición de que sacasen de la habitación a su canario cantor se interpreta fácilmente por el hecho de que la irritabilidad es uno de los síntomas clásicos de la fiebre reumática.
- El Dr. Jan Hirschmann, especialista en enfermedades infecciosas del Centro Médico de Veteranos de Seattle, cree que Mozart murió de una triquinosis. Su trabajo de Investigación sobre literatura médica, documentos históricos y biografías de Mozart se publicó en un artículo de ocho páginas en la revista médica Archives of Internal Medicine. "¿Qué huelo?... ¡Chuletas de cerdo!. ¡Qué gusto!. Como a tu salud". En esta frase, escrita por Wolfgang Amadeus Mozart a su esposa, 44 días antes de su muerte, ha encontrado la pista para diagnosticar la probable causa de su temprano fallecimiento. La triquinosis suele ser ocasionada por carne de cerdo infectada por triquina y no suficientemente cocinada. Su periodo de incubación es de hasta 50 días y podría explicar todos los síntomas de Mozart, es decir, fiebre, sarpullidos, dolor en los miembros e inflamación.
No podríamos finalizar este apartado sin exponer el diagnóstico que dio su médico personal, Dr. Closset. Según él, Mozart murió por una afección cardiovascular con probable accidente cerebrovascular por una posible embolia cerebral. No hicieron autopsia y el certificado de la causa de defunción no se publicó y ha desaparecido, como tantos datos sobre su muerte y sepelio.

Apuntes biográficos de Salieri

Antonio Salieri nació en
Legnago (Italia) el 18 de agosto de 1750. Fue un compositor de música sacra, clásica y ópera, a la vez que director de orquesta.
Pasó la mayor parte de su vida en la Corte Imperial de
Viena para la que fue compositor y Maestro de capilla. Su filosofía artística se resume en el título de una de sus óperas célebres: Primero la música y luego las palabras.
Músico de gran valía y dotado de gran talento, se dedicó a la enseñanza, Salieri ha visto su nombre unido a una presunta rivalidad con
Wolfgang Amadeus Mozart, rivalidad que contiene además de acusaciones de plagio, una más grave, que es la de haber causado la muerte del compositor de Salzburgo. Hecho que posteriormente analizaremos con mayor detalle.
Durante su carrera, tuvo como alumnos a futuros músicos destinados a ser famosos: desde
Beethoven a Schubert, desde Liszt a Czerny y Hummel.
Entre sus pupilos estuvo incluso uno de los hijos del propio Mozart.
Salieri, que había estudiado
violín con Giuseppe Tartini, siendo muy joven se traslada tras la muerte de sus padres junto a su hermano Francesco primero a Padua y luego a Venecia para aprender el arte del contrapunto en la escuela de Giovanni Pescetti. En Venecia conoció a Leopoldo Gassmann, Kapellmeister en Viena, el cual se lo llevó con él en 1770 a la capital austriaca, a la corte de José II de Habsburgo. A la muerte de Gassmann, acaecida cuatro años después, asumió el papel de compositor de la corte.
Así comenzó una carrera fulgurante que lo habría llevado a convertirse en maestro de capilla en la corte de los Habsburgo (aunque sólo hubiera sido durante el breve período de 1778 a 1790, si no hubiera sido porque a ese cargo prefirió el de compositor y profesor de la corte. A sus primeras óperas, Las mujeres letradas (Le Donne letterate), de 1770, y Armida, del año siguiente, siguió la composición de la ópera que lo consagró en el panorama musical de la época, L'Europa riconosciuta, encargada por la emperatriz Maria Teresa de Austria y que inauguró, el 3 de agosto de 1778, el Nuovo Regio Ducal Teatro (actual Teatro de La Scala) de Milán. Hay que señalar que esa misma ópera ha servido para la reapertura del teatro el 7 de diciembre de 2004 tras un largo período de restauración.
Salieri, que había conocido en Venecia a
Metastasio y Haydn, del que fue muy amigo, viajó mucho durante su vida para seguir las representaciones de sus muchas óperas. Por eso, vivió durante cierto tiempo en París (en donde conoció a Gluck, Piccinni y Hasse), Milán, Venecia y Roma. Fue uno de los autores más prolíficos, tanto en música de cámara y sacra como de óperas a la italiana de su época.
Entre sus trenta y nueve composiciones para el teatro recordamos los títulos siguientes: Armida (1771), La Escuela de los celosos (La Scuola de' gelosi, 1778), Der Rauchfangkehrer (1781), Les Danaïdes (1784, atribuida en un primer momento al mismo Gluck), Tarare (1787), Axur, rey de Ormus (Axur, re d'Ormus, 1788), Palmira, reina de Persia (Palmira, Regina di Persia, 1795), Falstaff o Las tres burlas (Falstaff o sia Le tre burle, 1799, tema sacado de Las alegres comadres de Windsor de Shakespeare y que retomará más adelante Giuseppe Verdi en su Falstaff).
Entre sus composiciones instrumentales destacan dos conciertos para piano y un concierto para órgano escritos en
1773, un concierto para flauta, óboe y orquesta en 1774, un conjunto de ventiséis variaciones sobre La Follia di Spagna (1815) y diversas serenatas.
En sus últimos años de vida, Salieri vio como su salud empeoró repentinamente y de modo irreversible. Quedó ciego y pasó los últimos años de su vida internado en un hospital. En ese período el mismo Salieri se pudo haber autoacusado de la muerte de Mozart, o al menos eso es lo que testimonian dos de sus enfermeras.
Salieri está enterrado en el cementerio
Zentralfriedhof de Viena. En su funeral, Schubert (su alumno predilecto) dirigió el Requiem que el propio Salieri había escrito tiempo atrás para su propia muerte.
La actividad artística de Salieri se ha revalorizado en los últimos tiempos. En el Teatro Salieri de Legnago, su ciudad natal, en la que trabaja una Fundación cultural que también lleva el nombre del compositor, se desarrolla el "Festival Antonio Salieri". En el ámbito de este festival se llevó a cabo en 2004 la primera representación en época moderna de una extraña ópera suya, Il Ricco d'un giorno, escrita sobre textos del libretista de su rival Mozart, Lorenzo da Ponte.
Este compositor, nacido en
Legnago, Italia, el 19 de agosto de 1750, es citado frecuentemente como el personaje que más intrigó contra Mozart en la corte de Viena; algunos legaron a afirmar, inclusive, que lo mandó envenenar cuando ya estaba enfermo. Esta versión, por descabellada que sea, llegó a creerse por algunas personas y ha dado lugar a una pequeña ópera de Rimsky Korssakoff titulada “Mozart y Salieri”.
En realidad, Salieri fue un consumado diplomático que no desperdiciaba ninguna oportunidad para sacarle partido: supo acercarse a los poderosos usando la lisonja, explotando su vanidad, compartiendo sus ideas y adaptándose a sus gustos: sabía que este era el camino más seguro, cuando sabe usarse, para alcanzar honores, bienes y prerrogativas; a sus colegas también supo cómo tratarlos: si eran serviles los ayudaba hasta donde no hicieran peligrar su situación y si, en cambio, pudiesen favorecer sus intenciones; si eran mejores, se humillaba ante ellos con la idea de que no estorbasen su ascenso: en esta forma procedió con Glück; este gran maestro había alabado la ópera cómica de Salieri titulada "Le donne letterate", estrenada en 1770, por eso cuando la estrella de éste empezaba a palidecer, se acercó al propio Glück, para rogarle que le diera clases para conocer y adaptarse a su estilo: así se granjeó no solamente su amistad, sino también su influencia, a tal grado que, cuando representó en París, en el año de 1784, su ópera "Las Danaides", la hizo anunciar como si la hubiesen compuesto entre los dos, y no fue sino hasta la duodécima representación, cuando ya el éxito estaba asegurado, que manifestó que él sólo la había escrito.
Escribió alrededor de 40 óperas, 3 oratorios, 5 misas, un réquiem, 4 Te Deum, más de 200 cánones, (de 2 a 4 voces), motetes, una sinfonía, un Concierto para órgano y otras piezas más.
Murió en Viena el 7 de marzo de 1825.

Realidad y ficción de la relación de Mozart y Salieri

La relación entre Mozart y Salieri fue muy estrecha. Su relación fue compleja. Hubo momentos de máxima colaboración y confidencia entre ambos, y otros donde los celos y las envidias fueron los protagonistas. Así parece que en
1790, Mozart, entonces en la cúspide de la fama, acusó a Salieri, cuya popularidad decaía, de plagio y de querer atentar contra su vida. Según el historiador Alexander Wheelock Thayer las sospechas de Mozart podrían tener origen en un episodio ocurrido diez años antes, cuando Mozart vio cómo Salieri le quitaba el puesto de profesor de música de la princesa de Württemberg. El año siguiente, Mozart no consiguió ni siquiera el puesto de profesor de piano de la princesa.
Otro momento de diferencia fue a propósito de “Las bodas de Fígaro”. Cuando la ópera de Mozart, tuvo en principio un juicio negativo tanto del público como del propio emperador, el compositor acusó a Salieri del fracaso y de haber boicoteado el estreno ("Salieri y sus acólitos moverían cielo y tierra con tal de hacerlo caer", comentará el padre de Mozart, Leopold, refiriéndose al primer fracaso de su hijo, fracaso sólo temporal, como demostrará más adelante el éxito de esta ópera). Pero en aquella época, Salieri estaba ocupado en
Francia con la representación de su ópera Les Horaces, lo que nos hace dudar sobre las posibilidades que habría tenido de decidir a esa distancia el éxito o el fracaso de una ópera.
Mucho más probablemente (y siempre siguiendo a Thayer), quien debió de instigar a Mozart contra Salieri podría haber sido el poeta
Giovanni Battista Casti, rival del poeta de la corte Lorenzo da Ponte, autor del libreto de Figaro. Una confirmación indirecta de hasta qué punto esta disputa entre Mozart y Salieri pudo haber sido algo artificialmente montado está en el hecho de que cuando en 1788 éste es nombrado Kapellmeister, en lugar de proponer para la ocasión una de sus óperas prefirió reeditar Las Bodas de Fígaro.
Muchos artistas y escritores se ocuparon de esta dualidad entre Mozart y Salieri. En el terreno musical y dramático hay que citar al compositor
Nikolái Rimski-Kórsakov, que escribió en 1898 una ópera, Mozart et Salieri. En el teatro, el dramaturgo Peter Shaffer escribió en 1979 la obra de teatro Amadeus. La generación actual debe gran parte de su idea de la vida de Mozart a la película de Milos Forman de 1984, basada en la obra de Shaffer, ganadora de varios Oscar y reeditada recientemente con la inserción de fragmentos censurados en la primera edición. En la película, un Salieri comido por la envidia se queja de que “Dios inspiró a Mozart” en vez de escogerle a él. Porque, cuando Constanza le lleva las partituras de su marido, ve que Mozart escribía sin tachones, sin enmiendas, como si fuera al dictado divino: “¡Primeros y únicos borradores de su música!”, exclamaba sobresaltado. Y, sin embargo, parecían copias en limpio. Era extraño, Mozart estaba simplemente transcribiendo música totalmente compuesta en su cabeza.
En esta película se defiende la tesis de que Salieri envenenó a Mozart por envidia. Esta tesis pudo ser defendida en la obra de teatro que sirvió de base del largometraje, ya que Salieri en 1823, 32 años después de la muerte del genio, se autoacusó de envenenar a Mozart en el hospital donde estaba ingresado con un trastorno mental que incluso le llevó a un intento de suicidio. En uno de los “cuadernos de conversación”, que debido a su sordera, utilizaba Beethoven para comunicarse, aparece escrito: “las cosas vuelven a ponérsele mal a Salieri. Está completamente desquilibrado. Se deja arrastrar por la fantasía, y cree ser culpable de la muerte de Mozart por medio de un veneno. Quizá sea verdad, puesto que así lo confiesa”. Según estos testimonios podría haber una base fiable para la defensa de la tesis del envenenamiento. Pero parece que la realidad fue otra.
Por un lado, poco antes de la muerte de Mozart, en una representación de “La flauta Mágica”, éste invitó a Salieri y a su amiga la “Cavalieri”, a que lo acompañaran a la misma. Sus invitados quedaron gratamente sorprendidos por la ópera y comentaron que “nunca habían visto un espectáculo más hermoso y agradable”. Este hecho se lo comentaba Mozart a su mujer en su última carta a Baden. La conducta de Salieri en esta última velada no sugiere que precisamente estuviera empeñado en el envenenamiento de su amigo.
Otro hecho en contra de esta teoría, es el de la ausencia de toda sospecha por parte de Constaza, la mujer de Mozart, que incluso encomendó a Salieri la educación musical del segundo de sus hijos.
Por todos estos motivos consideramos poco probable la hipótesis del envenenamiento de Mozart. A esto se suma gran parte de las hipótesis actuales sobre la muerte de Mozart expuestas por los estudiosos de la misma, y que con antelación hemos resumido.

Epílogo

Existe una gran tentación para elucubrar sobre las causas de la muerte de Mozart, por todo lo que hemos expuesto con anterioridad, pero nosotros no queremos caer en ella. Quisiéramos ir un poco más allá y nos gustaría centrarnos en la esencia de la relación de Mozart y Salieri. Ambos músicos de renombre en su época, tenían clara conciencia de sus virtudes y miserias. Más allá del reconocimiento de los valores del otro, fueron presas de una historia de envidias, celos y rencores, sobrellevada en muchas ocasiones por la educación y el respeto profesional de cara a la galería. Sucede entre las personas bien dotadas intelectualmente, o según la expresión bíblica, con más talentos, que se generan muchas polémicas estériles que tienen más que ver con la miseria humana que con la grandeza artística. Estas polémicas dibujan el perfil auténtico del hombre y emborronan las virtudes del artista. En esa relación especial ganaron en alguna ocasión ambos, pero sin duda perdieron mucho más cada vez que la confianza daba paso al rencor. En este contexto, podemos entender que Salieri, anciano y enfermo pudiera pensar en el daño causado a su supuesto amigo, que aunque no parece que lo envenenara de una forma real, sí que tuvo conciencia de haberle dañado a lo largo de su vida. Sugeriría algún tipo de arrepentimiento su postrera declaración, por no haber podido crecer junto a su amigo. Posiblemente la palabras del escritor C.S. Lewis le vengan muy bien a Salieri en su lecho final: “un hombre satisfecho en su injusticia no siente la necesidad de corregir su conducta equivocada. En cambio, el sufrimiento destroza la ilusión de que todo marcha bien. Por eso el dolor es la única oportunidad que el hombre injusto tiene de corregirse, porque quita el velo de la apariencia e implanta la bandera de la verdad dentro de la fortaleza del alma rebelde”.

Monday, February 27, 2006

No es de Ronda y se llama Cayetano


Los genes sólo dan que hacer y los apellidos sirven para el registro civil. Los paritorios y las pilas bautismales son sólo lugares. La familia y la cultura son extraños en nuestro tiempo, pero no son meros accidentes.
No fue un accidente el que Cayetano Rivera Ordóñez, en adelante Cayetano, tuviera los arrestos suficientes para llamar a la puerta de su tío Curro Vázquez para decirle que quería ser torero. Ya estaba bien hombre. Muchos años chupando banquillo. Tanto te rondaré morena, que a los veintiocho años dice el chaval que quiere ser torero. Pero dónde vas. Llamada a Juan Antonio Ruiz Espartaco: ahí te lo mando. Unos cuantos madrugones y el olor al miedo que inspira el moreno y se le quitarán las ganas. Que no hombre, que quiere ser torero. Bueno pues nada, con Don Antonio, Espartaco padre. Madre mía, qué miedo. Habían sido demasiados años, muchas decisiones difíciles, y una vida previa tan fácil, que Don Antonio no lo iba a asustar a estas alturas.
Y comienza el partido. Campo, toros, renuncia y a escuchar a los listos de turno. Que si está bien, que claro los genes, el apellido y todo el rollo que le acompaña, pero que el niño es muy guapo pero está “mu verde”. Y total, si en lo del cine tiene futuro, narices si hasta se ha educado en Suiza y EEUU, para qué esta paliza. No sabe el guaperas dónde se mete. Y Cayetano que sólo sabe de donde sale.
El traje de luces enfundado y a Ronda como en sus veranos recordados, pero en Marzo. Además con su hermano al que tanto quiere y con el maestro que no le apagó su ilusión. Y menudo revolcón. Los de “está mu verde” pasan a chiquillo tú “dónde estabas metio”. El toro de Zalduendo, Luminoso, fue sólo el prólogo. Que se prepara España. Y todo rodeado de objetivos y de papel “couché”. O sea.
Se acaba la temporada del 2005, y ya nadie recuerda ni a Luminoso ni al frío de la capital serrana. Nos queda el tiempo, el espacio y las hormonas. Para torear a cámara lenta y en gran formato hay que tener la cabeza llena de movimiento y urgencia torera. Para pisar las arenas de Pedro Romero hace falta saborear y atreverse a la distancia del triunfo y del quirófano. Para no hacer caso a las hormonas y coger las de “Villadiego”, hay que tener arrestos para masticarlas y escupirlas con desprecio. Cayetano tiene todos esos “paras” y lo demás que se guarda. Su amor a la vida le ayuda a poder despreciarla con una franela en la mano. Su película soñada le pide que él sea el protagonista. Su gente asustada ya no le conoce, porque ha nacido un torero, y ya no les pertenece. El mundo de los toros es tan egoísta que necesita engullir a sus héroes. El albero transforma más a las personas que un transplante de cara. Cayetano ya no se pertenece ni a él.
Aburridos de tantos mantazos e impostura. De tanto atleta, acróbata y funcionario. Pues claro, los pocos taurinos que quedan comienzan a olvidarse de José Tomás. El olvido es el tributo que se merecen las grandes figuras. Tanto se les da por tan poco, que tanto más se les quita cuando tienen. Pero los taurinos nos conformamos con poquito. Ni muchos pases, ni muchos toros, ni muchas plazas. La economía en el arte de torear es tanto como el verso corto. Poco, pero bien hecho.
Y llega este año 2006. Y la pregunta es: ¿Cayetano quieres salvar a los toros o salvarte tú? Porque claro la ascesis de este año va a ser distinta. Como una mujer celosa, los toros quieren todo. Y ese todo es todo. Debutará el próximo Septiembre en Ronda, en su conocida corrida goyesca. Debe pagar el tributo de sus ancestros y de su presente, pero después deberá olvidarse de aquello. Ni sentimentalismos, ni papel “couché”, ni farándula, ni atajos. Al campo enemigo, con toros serios, con compañeros dispuestos a darle un revolcón con más fuerza que la fiera y a tener la madurez suficiente para enfrentarse a la adversidad y a los voceros de la misma. Porque el torero cuando madura sabe aplazar la recompensa. No hay mayor gloria en estos momentos que inyectar glóbulos rojos de arte y plasma de arrojo a un rito como es el taurino que necesita de nuevos héroes. Si no llega esta transfusión a tiempo en este año 2006 en los toros, apaga y vámonos, porque la agonía está siendo demasiado larga. Ese es el precio a pagar querido Cayetano, morir tú para que vivan los toros. Qué hermosa contradicción y cruel realidad.
Desde aquí mis respetos, mis oraciones y mis torpes palabras.

Monday, February 13, 2006

El sentido del dolor


1. Introducción

San Agustín en sus “Confesiones” expresa el sentimiento de pérdida de un ser querido de una forma sublime. Veinte años después de sucedido el hecho, el santo de Hipona recuerda el profundo impacto que le produjo la muerte del que, durante una etapa de su juventud, fuera su mejor amigo, “el amicus dulcissimus”: “¡Qué terrible dolor para mi corazón! Cuanto miraba era muerte para mí: la ciudad se me hacía inaguantable, mi casa insufrible y cuanto había compartido con él se me volvía sin él en cruelísimo suplicio. Lo buscaba por todas partes y no aparecía; y llegué a odiar todas las cosas, porque no podían decirme como antes, cuando venía después de una ausencia:”he aquí que ya viene” (…). Sólo el llanto me era dulce y ocupaba el lugar de mi amigo en las delicias de mi corazón (…). Me maravillaba que la gente siguiera viviendo, muerto aquél a quien yo había amado como si nunca hubiera de morir; y más me maravillaba aún que, muerto él, siguiera yo viviendo, que era otro él. Bien dijo el poeta Horacio de su amigo que era la “mitad de su alma”, porque yo sentí también, como Ovidio, que “mi alma y la suya no eran más que una en dos cuerpos”; y por eso me producía tedio el vivir, porque no quería vivir a medias, y a la vez temía quizá mi propia muerte, para que no muriera del todo aquél a quien yo tanto amaba”.

El dolor no entiende en muchas ocasiones de física o de biología, pero inunda el alma humana. A veces es la antesala del sufrimiento, o es el sufrimiento en sí. Dolor y sufrimiento van de la mano la mayoría de las ocasiones, y nos interrogan en conjunto. Si buscamos un sentido al dolor, más se nos obliga a buscar un sentido al sufrimiento. Encontrar respuestas al dolor y no al sufrimiento es empresa imperfecta. Posiblemente sea más necesario y urgente encontrar un sentido al sufrimiento antes que al propio dolor.
Pero, ¿qué entendemos por sufrimiento? Existe una definición de sufrimiento realizada por dos autores americanos, Chapman y Gravin , que considero la más completa y afortunada de todas las que he estudiado. Entienden por sufrimiento el “estado afectivo, cognitivo y negativo complejo caracterizado por la sensación que experimenta la persona de encontrarse amenazada en su integridad, por su sentimiento de impotencia para hacer frente a esta amenaza y por el agotamiento de los recursos personales y psicosociales que le permitirían afrontarla”. Los autores ponen el énfasis en este último aspecto y mantienen que el elemento clave del sufrimiento lo constituye la indefensión percibida y definen este concepto como la percepción del individuo de la “quiebra total de sus recursos físicos, psíquicos y sociales”.

La vida me ha tratado muy bien, y la realidad no me ha golpeado con la dureza suficiente como para enfrentarme al problema del sufrimiento en primera persona. Parece que hablar de este tema sin haber padecido sufrimiento intenso, es lo más parecido a pedirle a un ciego de nacimiento que diserte sobre los colores.
Esta falta de experiencia en primera persona me invita a trascender mi propia experiencia y observar al que me rodea. En los sufrimientos ajenos también podemos reconocernos como débiles, y en sus victorias y sus derrotas queremos vernos como hombres esperanzados.
Si la vida me tiene reservada mi medida de dolor y sufrimiento, sí que quiero haber meditado sobre el mismo y por tanto me atrevo a hacerles partícipes de las ideas que tengo sobre el asunto.

Definido lo que podemos entender por sufrimiento humano, quisiera detenerme unos momentos en describir a nuestra sociedad del siglo XXI en relación a su actitud frente al dolor, la adversidad y el sufrimiento. En principio, nuestra sociedad rechaza sistemáticamente el sufrimiento, el dolor, el sacrificio que inevitablemente la realidad le muestra a diario. Este rechazo u ocultación de las espinas de la realidad humana puede conseguirse al precio de aceptar una vida falseada en sus cimientos mientras no nos veamos implicados en la contradicción. Esta visión falseada de la esencia de la vida humana y de su dignidad se abre paso a través de la deshumanización progresiva y engendra personalidades afectivamente débiles e inestables, que nunca quieren entender del dolor de los demás y tienden a evitar a cualquier precio el propio.
Muchos abogan por decir: “es mucho mejor una sociedad que no prevé el sufrimiento o se interroga por su sentido, pero que se esfuerza por suprimirlo”. La consecuencia es clara, cuando no se consigue, no tiene nada más que decir esa sociedad, y la realidad es tozuda en sus hechos y nos muestra que va exigirnos a todos antes o después respuestas a sus preguntas básicas.


2. Respuestas humanas y sentido del dolor

Avancemos en el tema propiamente dicho. Allí donde no se acierta a integrar una determinada situación dentro de un contexto de sentido, en ese lugar puede aparecer el sufrimiento. Por tanto, es muy conveniente que nos hagamos la pregunta de si el dolor o el sufrimiento tienen un sentido. Victor Frankl, psiquiatra austriaco que sufrió la arbitrariedad y dureza de los campos de concentración nazi nos va ayudar mucho en esta dirección. Su experiencia queda reflejada en su libro “El hombre en busca de sentido” y nos dice sentencias tan relevantes como las siguientes:

- El ser humano no se destruye por el sufrimiento, sino por sufrir sin sentido.
- El interés principal del hombre es el de encontrar un sentido a la vida, razón por la cual el hombre está dispuesto incluso a sufrir a condición de que ese sufrimiento tenga un sentido.
- En realidad, ni el sufrimiento, ni la culpa, ni la muerte puede privar a la vida de su auténtico sentido.

Pero ¿nuestra sociedad del siglo XXI avanzada busca un sentido al dolor al sufrimiento? No es fácil contestar a esta cuestión. Posiblemente sólo una pequeña parte de esta sociedad busca un sentido, y el resto cree tener ciertas respuestas.
Así para un materialista el sentido está ligado al obrar del hombre. El sentido termina allí donde la praxis llega a su término. En ese momento sólo le queda al hombre la resignación.
Para el estoico actual que acepta desde el principio voluntariamente lo que no puede cambiar, no puede entender que le pueda suceder nada que le obligue a sufrir, ya que no ha podido intervenir sobre su generación.
Nietzsche, defensor de la “Teoría moderna del caos y del azar”, afirma: “He encontrado en las cosas esta feliz certidumbre: prefieren danzar con los pies el azar”. Qué necesidad existe de buscar sentido al imperio del azar.
Al nuevo budista occidental se le invita a apartar la conciencia del lugar donde se sufre. A través de la meditación desaparece el yo, se anula mi conciencia y por tanto mi posibilidad de sufrir.

Al final, la cuestión sobre el sentido del sufrimiento es específicamente una cuestión bíblica como apunta el filósofo alemán Robert Spaemann. Presupone la de en una ilimitada totalidad de sentido, la fe en que el universo en su conjunto descansa dentro de un contexto de sentido. Sólo desde ahí tiene sentido preguntar sobre el sentido del sufrimiento. Tal pregunta se plantea ante todo allí donde se cree en un Dios omnipotente y bueno, es decir, allí donde, por tanto, es posible preguntar: ¿cómo se armoniza ese hecho con la existencia de sufrimiento en el mundo? Por eso les decía que sólo una parte de la sociedad busca sentido al dolor al sufrimiento.

En este punto debo detenerme, ya que no soy la persona adecuada para hacer la apología de las ideas cristianas sobre el sentido del dolor ya que doctores tiene la Iglesia.

3. El problema del dolor según C.S. Lewis

Pero una vez dicho esto, sí me veo en la obligación de presentarles a C.S. Lewis, el escritor que más me ha ayudado en esta materia y que deseo les pueda ayudar a ustedes también.

Clives Staples Lewis nació en Belfast en 1898. C.S. Lewis se educó en el Malvern College durante un año, y luego privadamente. Tres veces obtuvo un “First” en Oxford y fue “Fellow” y “Tutor” en el Magdalen College desde 1925 a 1954. En este último año fue nombrado “Professor” de Literatura Medieval y Renacentista en Cambridge. Como docente se hizo muy popular, y ejerció una profunda influencia en sus alumnos. Recordaba con frecuencia a sus alumnos “que leemos para saber que no estamos solos”.
Ateo durante muchos años, C.S. Lewis describió su conversión al cristianismo en su obra Surprised by Joy (Cautivado por la alegría) en 1955. Muchos críticos han cometido un error al creer que Lewis era católico, cuando siempre fue anglicano. Es verdad que compartía tertulia en un pub de Oxford, “Eagle and Child”, con católicos reconocidos, como el también escritor Tolkien. En el ambiente universitario de Oxford es todavía recordado, y existen identificados muchos de los lugares que frecuentaba el famoso profesor. En el mismo “Eagle and Child” se conservan algunas fotos de la tertulia en la que participaba semanalmente.
Dotado de una inteligencia excepcionalmente brillante y lógica, con un estilo claro y vivo, llegó a ser uno de los escritores más influyentes de la segunda mitad del siglo XX. The screwtape letters (Cartas del demonio a su sobrino), Till we have faces (Mientras no tengamos rostro), The four loves (Los cuatro amores), El problema del Dolor, El Gran divorcio, un sueño, son algunas de sus obras más célebres. También escribió libros para niños (Crónicas de Narnia) y literatura fantástica (La Trilogía de Ransom), además de muchos trabajos de crítica literaria. Las traducciones de sus libros son conocidas por millones de personas en todo el mundo. Aunque Carmen Martín Gaite tradujo al español su libro “Una pena en observación” con brillantez, el filósofo José Luis del Barco es su mejor traductor en lengua española. La mayoría de sus traducciones se encuentran en la editorial Rialp, que ha publicado prácticamente toda su obra, incluido “El problema del dolor”.
C.S. Lewis es un autor enmarcado dentro de la rica tradición de apologistas cristianos del mundo anglosajón de los dos últimos siglos, junto con Chersterton, Belloc, Knox y Sayers, por citar algunos. Su obra fue muy popular, y como señala uno de sus mejores críticos, H. Hyslop, “a pesar de sus defectos, Lewis hizo más que otros muchos al esforzarse en explicar la herencia cristiana a una generación mal instruida y equivocada”.
Pocos escritores tienen el honor de ser citados habitualmente por pensadores de la talla de Josef Pieper, Robert Spaemann o el propio Cardenal Ratzinger, actual Santo Padre “Benedicto XVI”.
Sus escritos muestran una ortodoxia casi general, aunque queda patente su formación anglicana y sus prejuicios contra el catolicismo, como señalan los hermanos Odero, autores de uno de los mejores estudios completos y sistemáticos de Lewis. Estos autores destacan la hondura del pensamiento del profesor inglés, así como la elegancia de su estilo, su rica imaginación y su afilado sentido del humor.
No entenderíamos la vida de C.S. Lewis si no conociéramos su relación con la poetisa norteamericana de origen judío, Helen Joy Gresham. Ella se convirtió al cristianismo influida en gran medida por las obras de Lewis. Tras varios años de relación epistolar, Joy visitó por primera vez a Lewis en 1952. Al año siguiente, tras divorciarse de su marido alcohólico, el también escritor William Gresham, Joy se instaló definitivamente en Inglaterra con sus dos hijos.
Desde ese momento, el trato entre Joy y Lewis se intensificó, sin salirse inicialmente de una mera amistad entre escritores. En 1956 le diagnosticaron a Joy un grave cáncer óseo. Lewis aceptó entonces un singular matrimonio civil de conveniencia para que Joy pudiera obtener la nacionalidad británica. Poco a poco, el inteligente y soltero profesor de Oxford, que vivía con su hermano, se dio cuenta que estaba verdaderamente enamorado de la poetisa norteamericana. Así, el 21 de Marzo de 1957 se casaron canónicamente en la habitación del hospital donde estaba ingresada Joy. Por aquel entonces, Lewis tenía 59 años y Joy 42.
Joy se recuperó momentáneamente gracias a la radioterapia, y vivió con sus dos hijos en la casa de Lewis en Oxford, e incluso hizo con él un viaje a Grecia en la primavera de 1960. Fueron años muy felices para ambos. Al poco tiempo de su regreso del país heleno, Joy volvió a recaer y, finalmente murió tres meses después.
C.S. Lewis murió en su casa de Oxford el 22 de Noviembre de 1963, poco tiempo después de la partida de su amada.


El escritor inglés escribió en 1940 su libro “El problema del dolor”. Su propósito era resolver el problema intelectual presentado al sufriente por el sufrimiento. Esta erudición intelectual del problema del dolor es una necesidad urgente para quien sufre, pues el doliente no sólo se duele de padecimientos físicos sino también de la misma conciencia del dolor como aporía, como callejón sin salida. Por eso la reflexión sobre el sentido del dolor resulta inevitable. Con todo Lewis observa con agudeza que una filosofía del dolor nunca podrá llegar a ser un analgésico adecuado para obviar al sufrimiento.
Tampoco la fe cristiana es para el creyente una especie de opio espiritual que le evite la experiencia lacerante del dolor. El dolor es siempre doloroso; es más la misma conciencia de la inevitabilidad del dolor duele a su vez. Lo único que el teólogo puede y debe proponerse en su discurso es inyectar en el dolor la esperanza.
Para un materialista, o un no creyente, el dolor es tan sólo un síntoma que hay que tratar de erradicar. Es decir, el problema del dolor se reduce a un problema técnico: encontrar remedios adecuados.
Por el contrario, la fe cristiana en un Dios bueno y omnipotente suscita el problema del dolor en sus términos más paradójicos.
Según desarrolla en su libro Lewis, el primer paso para comprender el enigma del dolor así planteado consiste en entender que la posibilidad del sufrimiento está implicada por el orden de la naturaleza y por la existencia de voluntades libres. Una reflexión seria sobre estas dos condiciones de posibilidad de dolor tiene una consecuencia trascendental e inquietante: la convicción de que el intento de excluir de raíz la posibilidad del sufrimiento llevaría a hacer imposible la vida humana.
En el contexto de la relevancia y el sentido que tiene el dolor en la salvación para los cristianos, Lewis escribe que el dolor actúa ante el entendimiento como despertador de que algo va mal en la vida humana: “El dolor no sólo es un mal inmediatamente reconocible, sino un mal imposible de ignorar”. Lewis observa que el dolor es uno de los vehículos más eficaces para que se despierte en el hombre la conciencia de la existencia de Dios; porque “el dolor insiste en ser atendido. Dios nos susurra en nuestros placeres, también nos habla mediante nuestra conciencia, pero en cambio grita en nuestros dolores, que son el megáfono que Él usa para hacer despertar a un mundo sordo”.
En este primer libro, Lewis todavía no ha sufrido en primera persona un dolor lacerante y desgarrador, y concluye que “cuando el dolor tiene que ser sufrido, un poco de valor ayuda más que mucho conocimiento; un poco de simpatía humana ayuda más que mucho valor, y el más leve rastro de amor de Dios es lo que ayuda más que cualquier otra cosa”.
La vida hace que posteriormente Lewis sufra en primera persona el zarpazo del dolor, y en 1961 publica “Una pena en observación”. El problema deja de ser un hecho intelectual y se transforma en el centro de su vida. La pérdida de su esposa se transforma en dolor hondo que invita a Lewis a escribir en las pocas páginas de este libro la reflexión de su desdicha, enfrentándose a todo lo que previamente había preconcebido, incluso a Dios, por su aparente ausencia en esos momentos tan difíciles.


Así, veinte años después de publicar su ensayo “El problema del dolor”, Lewis tuvo la oportunidad de experimentar vivamente de modo nuevo y diferente el perenne carácter enigmático que presenta siempre el dolor sufrido en presente y primera persona. Esta experiencia quedó plasmada en el diario espiritual que Lewis escribió a raíz de la muerte de su esposa Joy.
Este diario, publicado en 1961 con el título “Una pena en observación”, es también una reflexión sobre el problema del sufrimiento humano; sólo que entonces Lewis estaba constituido él mismo en sufriente de un modo especial. Con todo, en medio de su intenso dolor, Lewis intenta reflexionar sobre su propia situación: “Cada día no sólo vivo en pena, sino pensando lo que es vivir en pena”.
Lewis trata de mitigar su dolor por el procedimiento de objetivarlo, pero se da cuenta de que ello no es posible: no existe una estrategia para que el dolor no duela, porque la subjetividad doliente no es capaz de autoobjetivarse adecuadamente. Lo único que está en sus manos es tratar de dar sentido al dolor que necesariamente ha de ser padecido.
Lo primero que Lewis descubre en su reflexión es que el sufrimiento ha hecho tambalearse sus convicciones teológicas más profundas, de modo que el sentido de su dolor no se le aparece inmediatamente como algo dado.
A pesar de ser creyente y de haber escrito un ensayo clarividente sobre “El problema del dolor”, Lewis descubre, ante el dolor por la muerte de su mujer, que su antigua teorización sobre el dolor ha quedado existencialmente inerte y que ya no le es de utilidad. Lewis comprende que tiene que replantearse de nuevo todo el problema desde su presente situación.
Ahora experimenta el dolor como miedo, como tedio y también como rebeldía frente a Dios. El sufrimiento ha convertido su vida en un “callejón angosto” y en un sinsentido. El dolor tiñe la vida con una sensación de permanente provisionalidad: “Antes nunca llegaba a tiempo para nada, ahora no hay nada más que tiempo, tiempo en estado casi puro, una vacía continuidad”.
Tras sus primeros desahogos Lewis cobra cierta autoconciencia de su estado. Entonces cae en la cuenta de que el orden de su pensamiento doliente se ha dirigido primero a él mismo, luego a su mujer y sólo finalmente ha pensado en Dios. Ahora bien, desde su fe cristiana comprende que ese ordenamiento de su atención es “justo lo que no debe ser”. Disfrazado de altruismo, su dolor era esencialmente egoísta.
La constatación de su egoísmo le lleva a percibir de forma notablemente diferente su situación espiritual: “Mi pensamiento, cuando se vuelve hacia Dios, ya no se encuentra con aquella puerta de cerrojo echado”.
En las entradas posteriores de su diario íntimo se impone ya la mente lógica y cristiana de Lewis. Entonces descubre que el intenso dolor que sufre el ser humano lleva a comprender de una forma nueva a Dios y a sí mismo.
Lo único que podemos hacer con el dolor es aguantarlo, remediarlo, aunque la experiencia del sufrimiento es distinta cuando el sujeto advierte que tiene un sentido.
Los dilemas que en medio del sufrimiento planteamos a Dios no nos son contestados, porque son preguntas sin respuestas: “Es una forma especial de decir no hay contestación. No es la puerta cerrada. Es más bien como una mirada silenciosa y en realidad no exenta de compasión. Como si Dios moviese la cabeza, no a manera de rechazo sino esquivando la cuestión. Como diciendo: cállate, hijo, que no entiendes”.
Este segundo libro completa de una forma precisa el itinerario que Lewis realiza junto al dolor y el sufrimiento.
Tengo la esperanza de que haya podido arrojar algo de luz al tema que nos ha convocado y les invito a que reflexionen en su fuero más interno. Seguramente no debamos tanto buscar respuestas a nuestras preguntas como buscar sentido a las cuestiones que nos planteamos.